Cristo, la piedra angular
Dejemos que las parábolas de Jesús se arraiguen en nuestros corazones
“¿A qué compararemos el reino de Dios? ¿Con qué parábola lo representaremos? Es como el grano de mostaza, que, cuando se siembra, es la más pequeña de todas las semillas de la tierra; pero una vez sembrado, crece más que todas las otras plantas y echa ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros” (Mc 4:30-32).
Jesús enseñaba por medio de parábolas. En vez de basarse en conceptos abstractos, nuestro Señor narraba historias para ilustrar con palabras el significado que quería transmitir.
Como lo explica Marcos: “Con estas y otras muchas parábolas les anunciaba Jesús el mensaje, en la medida en que podían comprenderlo. Y sin parábolas no les decía nada. Luego, a solas, se lo explicaba todo a sus discípulos” (Mc 4:33-34).
Hoy en día estamos familiarizados con la mayoría de las parábolas de Jesús, ya que a fuerza de repetirlas año tras año durante 2,000 años se mantienen vívidas en nuestra imaginación. Las parábolas del Buen samaritano (Lc 25:10-37) y del Hijo pródigo (Lc 15:11-32) son excelentes ejemplos. ¿Quién podría olvidar estas imágenes vivas del amor y la misericordia de Dios? ¿Quién no sería capaz de comprender lo que nuestro Señor nos dice sobre cómo debemos vivir si deseamos ser felices, tanto en esta vida como en el mundo que está por venir?
Y sin embargo, muy a menudo olvidamos las lecciones que Jesús nos enseñó. A veces estamos tan familiarizados con las parábolas que su impacto ya no es tan poderoso como debería. En otros casos, permitimos que las distracciones del ajetreo de la vida nos impidan reconocer la pertinencia de las parábolas de Jesús para nosotros. Y en ocasiones, permitimos que nuestro egoísmo y el pecado interfieran y nos negamos a aceptar las verdades sencillas que nos presenta el Evangelio.
Sabemos que la parábola del Buen Samaritano, por ejemplo, ilustra que debemos cuidarnos los unos a los otros, lo que incluye a los extranjeros e incluso a los enemigos. Pero, ¿cuán a menudo nos comportamos como los demás personajes de la historia, el sacerdote y el levita, quienes se niegan a ayudar a uno de los suyos? Se supone que estas eran “buenas personas” cuya indiferencia les impidió ser verdaderamente buenos.
De la misma forma, si bien podríamos identificarnos con el hijo menor de la parábola del Hijo pródigo, ¿cuán a menudo nos comportamos como el hermano mayor, resentido por la misericordia de Dios hacia los demás? En vez de estar agradecidos por lo que tenemos, muy a menudo nos concentramos en lo que nos falta y esto provoca celos y odios. Como consecuencia de ello, somos incapaces de ver las bendiciones en nuestras vidas y nos quejamos cuando, en verdad, deberíamos dar gracias.
El hecho de que seamos capaces de ver tan fácilmente la verdad de estos principios morales demuestra el poder de estas parábolas. Jesús nos muestra vívidamente lo que quiere que entendamos; nos transmite el mensaje mediante imágenes y ejemplos que podemos entender y apreciar fácilmente, aunque no siempre vivamos como deberíamos.
Nuestro Señor entiende que somos lentos para captar los significados y todavía más a la hora de poner en práctica estas enseñanzas en nuestras vidas cotidianas. Ese es uno de los motivos por los cuales nos ofrece la parábola del grano de mostaza “la más pequeña de todas las semillas de la tierra” (Mc 4:31). El reino de Dios, el lugar donde la voluntad de Dios se expresa a plenitud y toda la creación existe en perfecta armonía con Él, crece lentamente a partir de la más pequeña de todas las semillas.
En cada uno de nosotros y en todo lo visible y lo invisible, se ha plantado la gracia de Dios y se desarrolla gradualmente a pesar de todos los obstáculos. Ninguna tierra, por mala que sea, ningún clima sin importar lo inclemente o la invasión de maleza puede impedir que las semillas de mostaza que plante Dios crezcan “más que todas las otras plantas” y que tengan “ramas tan grandes que a su sombra anidan los pájaros” (Mc 4:32).
Jesús nos enseñó con parábolas, pero también dedicó tiempo a explicar su significado a los discípulos. Nuestra Iglesia asume muy en serio esta responsabilidad de explicar el significado de las enseñanzas de Cristo. Es por ello que dedicamos tanto de nuestro valioso tiempo y recursos a los ministerios de la evangelización y la formación de fe. Deseamos que las parábolas de Jesús sean relevantes hoy en día y en cualquier época porque creemos que nos enseñan a vivir a plenitud y con alegría en libertad.
Recemos por la gracia de que las palabras y el ejemplo de Jesús se arraiguen en nuestros corazones para que, al igual que la semilla de mostaza, crezcan y se conviertan en la más grande de todas las plantas donde, al igual que el samaritano benevolente y el padre misericordioso del hijo pródigo, podamos mostrar el amor y la misericordia de Dios a todos nuestros hermanos en cualquier lugar. †