Cristo, la piedra angular
Amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen
“Ustedes han oído que se dijo: ‘Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.’ Pero Yo les digo: amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen, para que ustedes sean hijos de su Padre que está en los cielos; porque Él hace salir Su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque si ustedes aman a los que los aman, ¿qué recompensa tienen?” (Mt 5:43-46).
La lectura del Evangelio de este fin de semana, el séptimo domingo del Tiempo ordinario, nos presenta una de las afirmaciones más desafiantes de Jesús: “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen” (Mt 5:44). Estamos familiarizados con este adagio porque lo hemos leído o escuchado muchas veces. Pero ¿qué tan en serio nos lo tomamos?
De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española, un enemigo es una “persona que tiene mala voluntad a otra y le desea o hace mal.” Lo que convierte a alguien en un enemigo es el grado de odio u hostilidad que acompaña su postura o discordia hacia una persona, un grupo o incluso toda una nación o forma de vida.
A lo largo de la historia, el pueblo judío ha sido objeto de hostilidades y odio extremos. En el momento en el que Jesús dijo “amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen,” los romanos eran los enemigos, pero no fueron ni los primeros ni los últimos de una amplia lista de grupos que han repudiado, odiado y perseguido a los judíos.
Lamentablemente esa lista se extiende hasta nuestros días y sobrepasa incluso las fronteras de nuestras propias comunidades. Ese hecho por sí solo hace que las palabras de Jesús sean un reto para nosotros. Nos habla directamente y nos dice que no odiemos a nadie, pero también nos dice que debemos amar y orar por aquellos que nos odian.
La mayoría de nosotros no tenemos enemigos que podamos identificar claramente. Quizá no seamos del agrado de algunas personas o tal vez haya gente que no esté de acuerdo con nosotros, pero ¿acaso son realmente nuestros enemigos?
No tenemos que buscar mucho para encontrar palabras de odio y hostilidad pronunciadas en contra de figuras políticas, de formas de pensar o de actuar que otros desprecian. Las redes sociales están plagadas de discursos de odio, en tanto que los demás medios de comunicación y de ocio parecen alentar la división y la hostilidad entre aquellos que tienen posturas morales o políticas opuestas. Esto es lo contrario a la instrucción de Jesús de amar al enemigo y orar por el que nos persigue.
Tal como lo expresa claramente la primera lectura de la misa del próximo domingo (Lv 19:1-2, 17-18), las palabras de Jesús se basan en las escrituras judías:
“No odiarás a tu compatriota en tu corazón; ciertamente podrás reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19:17-18).
Los responsables del prolongado sufrimiento, persecución y odio hacia el pueblo judío aprendieron a las malas que aunque resulte tentador alimentar odios y tomar venganza, ese no es el camino hacia la felicidad o la paz.
Sin embargo, en la época de Jesús había a quienes se les dificultaba aceptar esto y buscaban un mesías que vengaría las faltas cometidas contra ellos y castigaría a sus perseguidores. Nos dirían que eso de «amarás a tu prójimo como a ti mismo» tal vez sea algo aceptable para los más cercanos a nosotros (nuestros iguales), pero ¡ciertamente no se aplica a nuestros enemigos declarados!
En la segunda lectura de este domingo (1 Cor 3:16-23), san Pablo nos advierte:
“Nadie se engañe a sí mismo. Si alguien de ustedes se cree sabio según este mundo, hágase necio a fin de llegar a ser sabio. Porque la sabiduría de este mundo es necedad ante Dios” (1 Cor 3:18-19).
El odio y la hostilidad son conductas tontas a los ojos de Dios ya que causan amargas divisiones y dificultan enormemente el proceso de sanación. Aunque para la sabiduría mundana resulte muy extraño, la única forma de lograr la paz genuina entre aquellos que se encuentran profundamente divididos es amar a nuestros enemigos y rezar por quienes nos persiguen.
Esta verdad paradójica se aplica tanto a pequeñas diferencias como a grandes desavenencias. Se aplica a los matrimonios y a las familias, así como también a los vecinos y a los conciudadanos; se aplica a naciones y a religiones que no concuerdan en cuestiones de política o principios, y ciertamente se aplica a quienes se sienten tentados a sucumbir al pecado del racismo, el nativismo, el antisemitismo, la homofobia o cualquier otra forma de odio ciego y hostilidad hacia los demás.
Oremos para tener la sabiduría y el valor de tomarnos las palabras de Jesús en serio. Amemos a nuestros enemigos y oremos por quienes nos persiguen. †