Cristo, la piedra angular
Jesús compasivo es el rostro de la misericordia de Dios
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según Su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, para obtener una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará, reservada en los cielos para ustedes. Mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo” (1 Pe 1:3-5).
¡Feliz Pascua de Resurrección! Después de una larga Cuaresma, ¡el sol brilla nuevamente y somos bendecidos con la alegría de la Pascua!
El segundo domingo de Pascua se conoce también como el domingo de la Divina Misericordia, lo cual resulta especialmente adecuado porque la Pascua celebra el mayor acto de misericordia divina de la historia de la humanidad. Nuestro Dios generoso y misericordioso nos ha redimido mediante un acto extraordinario de humildad y autosacrificio. Mediante sus heridas, fuimos sanados; a través de su enorme sufrimiento y su muerte cruel todos nuestros pecados han sido perdonados. A través de esta gloriosa resurrección hemos sido rescatados y liberados.
En la segunda lectura del domingo de la Divina Misericordia (1 Pe 1:3-9), san Pedro nos dice que la resurrección de Jesús de entre los muertos nos “ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva” (1 Pe 1:3). Y no solo eso: san Pedro nos dice que recibiremos “una herencia incorruptible, inmaculada, y que no se marchitará” (1 Pe 1:4). Así es la inmensa misericordia de Dios: no solo perdona nuestros pecados sino que nos concede una recompensa “reservada en los cielos para ustedes [...] mediante la fe ustedes son protegidos por el poder de Dios, para la salvación que está preparada para ser revelada en el último tiempo” (1 Pe 1:4-5).
Con razón exclamamos llenos de alegría y cantamos el aleluya durante esta temporada de regocijo. ¡Con razón celebramos el domingo de la Divina Misericordia con una alegría y un agradecimiento tan profundos!
La lectura del Evangelio de este domingo (Jn 20:19-31) nos dice que Jesús no solamente perdonó nuestros pecados sino que concedió el poder del perdón a sus discípulos y les pidió que siguieran compartiéndolo con todos los que busquen la misericordia divina. “La misericordia hacia una vida humana en estado de necesidad es el verdadero rostro del amor,” ha dicho el papa Francisco para explicar que a través del amor hacia el prójimo nos volvemos verdaderos discípulos de Jesús y se revela el rostro del Padre. “Jesús es el rostro de la misericordia, el rostro del Padre,” nos dice el papa. Cuando perdonamos a alguien que nos ha ofendido nos convertimos en el rostro de la misericordia en esa situación; cuando demostramos genuina compasión hacia alguien necesitado, compartimos con ellos el amor que proviene de nuestro Padre misericordioso en el cielo.
El Evangelio del domingo nos presenta el relato conocido de Tomás el incrédulo. Según san Juan:
“Tomás, uno de los doce, llamado el Dídimo, no estaba con ellos cuando Jesús vino. Entonces los otros discípulos le decían: ‘¡Hemos visto al Señor!’
Pero él les dijo: ‘Si no veo en Sus manos la señal de los clavos, y meto el dedo en el lugar de los clavos, y pongo la mano en Su costado, no creeré”’ (Jn 20:24-25).
Muchos de nosotros podemos comprender la postura de Tomás; somos personas prácticas y, tal como dice el dicho “ver para creer.” Pero la fe en Jesús requiere mucho más que creer en la evidencia que nos presentan nuestros sentidos. Exige que encontremos al Señor resucitado según se nos presenta en formas distintas y nuevas: en los sacramentos (especialmente en la eucaristía), en las escrituras, en la comunión con otros y en el servicio al prójimo (especialmente a los «más pequeños de nuestros hermanos»).
Jesús, que es el rostro de la misericordia, muestra compasión hacia su discípulo incrédulo. Muestra sus heridas a Tomás y le dice: “Acerca aquí tu dedo, y mira Mis manos; extiende aquí tu mano y métela en Mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente” (Jn 20:27). Al igual que con Tomás y los demás discípulos, Jesús hace lo indecible estar presente para nosotros, para saludarnos con un cálido “la paz sea contigo” e invitarnos a creer en él, aunque no lo hayamos visto con nuestros propios ojos.
La misericordia de Dios siempre nos da una segunda oportunidad para encontrar a Jesús y creer en él, sin importar cuán escépticos o recelosos seamos, sin importar cuánto nos hayamos separado de la experiencia de la comunión con Cristo en la Iglesia y a través de esta, e independientemente de la gravedad de nuestros pecados, Jesús siempre nos recibe con los brazos abiertos. Nos abraza y nos invita a vivir la experiencia de su amistad y su perdón.
Resulta muy acertado que celebremos el domingo de la Divina Misericordia durante la temporada de la Pascua. Alegrémonos en la misericordia de Dios durante la Pascua mediante el encuentro con Jesús en la sagrada eucaristía, en la Palabra y en nuestro amor por el prójimo. †