Cristo, la piedra angular
Ven, Espíritu Santo, enciende en nuestros corazones el fuego de tu amor
La publicación de esta columna se efectúa el viernes 29 de mayo, fecha de la Festividad del Papa San Pablo VI.
Este santo contemporáneo, quien nació en Italia en 1920 y recibió el nombre de Giovanni Battista (Juan Bautista) Montini, fue elegido papa en 1963 y tomó el nombre de “Pablo” en honor al gran discípulo misionero que introdujo a Cristo entre los gentiles. Hay tres aspectos por los cuales se reconoce y se distingue la labor del papa Pablo: 1) por poner en práctica las enseñanzas del Concilio Vaticano II, 2) por su defensa de la vida humana, consagrada en la encíclica titulada “Humane Vitae” y 3) por su compromiso con la misión evangelizadora de la Iglesia.
Este año, la Festividad del Papa San Pablo VI llega justo dos días antes de la Solemnidad de Pentecostés, que celebramos este domingo. Pentecostés, que siempre se celebra 50 días después de la Pascua, es la culminación de nuestra conmemoración del misterio jubiloso de nuestra redención.
Al enviar el Espíritu Santo, el Señor resucitado comparte con los discípulos (y con nosotros) la nueva vida que obtuvo como resultado de su abnegada muerte y su gloriosa resurrección. Este es el amor de Dios derramado en nuestros corazones, el fuego encendido por el Espíritu Santo que habita en nosotros.
La encíclica promulgada por el papa Pablo VI el 8 de diciembre de 1975, “Evangelii Nuntiandi” (“Proclamación del Evangelio”) es un llamado a aceptar los dones del Espíritu Santo para llevar a cabo la misión esencial de la Iglesia. El Santo Padre afirmó que: “El esfuerzo orientado al anuncio del Evangelio a los hombres de nuestro tiempo, exaltados por la esperanza pero a la vez perturbados con frecuencia por el temor y la angustia, es sin duda alguna un servicio que se presenta a la comunidad cristiana e incluso a toda la humanidad” (“Evangelii Nuntiandi,” #1).
La evangelización solo es posible por el fuego del amor divino, que arde en los corazones de las mujeres y hombres que siguen a Jesucristo y que comparten con otros la Buena Nueva que habla directamente a las personas «oprimidas por el miedo y la angustia».
La evangelización solo es posible gracias al fuego del amor divino, que arde en los corazones de las mujeres y hombres que siguen a Jesucristo y que comparten con otros la Buena Nueva que habla directamente a las personas “oprimidas por el miedo y la angustia.”
En la segunda lectura de la Solemnidad de Pentecostés (1 Cor 1:3b-7, 12-13), San Pablo nos señala que “nadie puede decir: ‘Jesús es el Señor’ sino por el Espíritu Santo” (1 Cor 12:3). Nos explica, además, que “hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas las cosas en todos” (1 Cor 12:4-6).
En otras palabras, la morada del Espíritu Santo toma diferentes formas en cada uno de nosotros, pero lo que todos tenemos en común es el fuego del amor de Dios que arde, ya sea brillante u oscuro, en nuestros corazones.
Como discípulos misioneros que han sido testigos de la resurrección del Señor y han sentido la alegría de la Pascua, es nuestra responsabilidad invocar al Espíritu Santo y pedirle valor y entusiasmo renovados en nuestros esfuerzos por predicar el Evangelio con nuestras palabras y nuestras acciones.
El papa San Pablo VI fue un fuerte propulsor del celo misionero que nos llega como un don del Espíritu Santo. En “Evangelii Nuntiandi,” plantea “tres preguntas acuciantes” (#4) las cuales afirma deben tenerse en cuenta al evangelizar hoy en día:
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En la actualidad, ¿qué ha sucedido con esa energía oculta de la Buena Nueva, que es capaz de producir un poderoso efecto en la conciencia del hombre?
- ¿Hasta qué punto y de qué manera esa fuerza evangélica es capaz de transformar realmente a la gente de este siglo?
- ¿Qué métodos deben seguirse para que el poder del Evangelio surta efecto?
En esta encíclica, el papa Pablo enseña que “Revelar a Jesucristo y su Evangelio a los que no los conocen: he ahí el programa fundamental que la Iglesia, desde la mañana de Pentecostés, ha asumido, como recibido de su Fundador.” Sin el don del Espíritu Santo en Pentecostés, la Iglesia no podría llevar a cabo su misión. “Todo el Nuevo Testamento, y de manera especial los Hechos de los Apóstoles, testimonian el momento privilegiado, y en cierta manera ejemplar, de este esfuerzo misionero que jalonará después toda la historia De la Iglesia” (#51).
Hoy, mientras luchamos por superar los efectos devastadores de la pandemia de la COVID-19, necesitamos más que nunca el don del Espíritu Santo.
Oremos para que el Espíritu Santo llene nuestros corazones con un nuevo espíritu de evangelización; para que nuestros corazones se enciendan con el fuego del amor de Dios; y para que estemos unidos como nunca antes en la liberación de la “energía oculta” de la Buena Nueva de Jesucristo. †