Cristo, la piedra angular
La Eucaristía es el pan vivo para la vida del mundo
“Yo soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo también daré por la vida del mundo es mi carne” (Jn 6:51).
Ahora más que nunca, durante este tiempo de recuperación del virus de la COVID-19, necesitamos el pan vivo que Jesús nos promete. La festividad que celebramos este fin de semana como la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo (Corpus Christi) es la fuente de curación para todas las formas de enfermedades físicas, emocionales, mentales y espirituales. Es un alimento para los cuerpos debilitados por la enfermedad, y es un estímulo para los corazones ansiosos y temerosos.
Después de muchas semanas en las que a la mayoría de los católicos se le negó el acceso a la presencia real de Jesús en la Eucaristía, esta celebración de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo es muy bienvenida y apropiada. El Cuerpo y la Sangre de nuestro Salvador, Jesucristo, está destinado a ser el pan vivo para la vida del mundo. Y así, debemos recibir este gran sacramento, siempre que podamos, con reverencia y con profunda alegría. Como cantamos en la secuencia de Corpus Christi:
“Claros y fuertes resuenan tus cánticos,
no faltarán ni la alegría ni la más dulce gracia, desde tu corazón que estallen las alabanzas.”
En la primera lectura del domingo, tomada del Deuteronomio, (Dt 8:2-3; 14b-16a), Moisés le dice al pueblo de Israel (y a nosotros): “[No] olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, la tierra donde viviste como esclavo. El Señor te guio a través del vasto y horrible desierto, esa tierra reseca y sedienta, llena de serpientes venenosas y escorpiones; te dio el agua que hizo brotar de la más dura roca; en el desierto te alimentó con maná, comida que jamás conocieron tus antepasados” (Dt 8:14-16). Nos recuerda que pueden aparecer dificultades terribles pero a lo largo de todas nuestras dificultades el Señor está con nosotros, dándonos lo que necesitamos para sobrevivir y crecer como su pueblo elegido.
Ciertamente nuestro Salvador continuará alimentándonos con su cuerpo y sangre vivificantes. Ciertamente sigue siendo la fuente principal de nuestra recuperación de la enfermedad, la catástrofe económica y el miedo paralizante.
Uno de los mantras que escuchamos repetidamente durante los meses de encierro fue “Estamos juntos en esto.” Para los que somos discípulos de Jesucristo, esto es mucho más que un eslogan reconfortante. Es una declaración sobre nuestra identidad como miembros del único Cuerpo de Cristo. Tal como nos lo recuerda san Pablo en la segunda lectura de Corpus Christi:
“Hermanos: Esa copa de bendición por la cual damos gracias, ¿no significa que entramos en comunión con la sangre de Cristo? Ese pan que partimos, ¿no significa que entramos en comunión con el cuerpo de Cristo? Hay un solo pan del cual todos participamos; por eso, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo” (1 Cor 10:16-17).
Participamos en el cuerpo y la sangre de Cristo por medio de una comunión que es tanto física como espiritual. Cuando recibimos a Cristo en la Eucaristía, entramos en una misteriosa unidad con él y con todos nuestros hermanos que están unidos a él en el “pan único” que es el “pan vivo para la vida del mundo.”
Incluso en la época de Jesús, este era un concepto escandaloso. Es por ello que el Evangelio según san Juan (Jn 6:51-58) nos dice que los judíos discutían entre ellos, diciendo: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”—Ciertamente les aseguro—afirmó Jesús—que, si no comen la carne del Hijo del hombre ni beben su sangre, no tienen realmente vida. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él” (Jn 6:52-56).
En nuestra arquidiócesis, la dispensa de la obligación de participar en la misa sigue vigente hasta el 15 de agosto. Se exhorta con vehemencia a las personas de 65 años en adelante, así como a las vulnerables y las enfermas, que permanezcan en sus casas durante este período. Aun así, creemos que nuestra mejor oportunidad de lograr una recuperación total de los efectos de la actual pandemia es a través de la comunión con Jesucristo. Idealmente, esto ocurre a través de una recepción física de la sagrada Eucaristía. Pero incluso cuando esto es imposible, la comunión espiritual que hacemos puede unirnos exitosamente con Cristo y los miembros de su cuerpo.
Recemos para que nuestra celebración del Corpus Christi de este año sea un tiempo de gracia, lleno de alegría. †