Cristo, la piedra angular
El Sagrado Corazón de Jesús nos invita a amar sin reservas
“El núcleo esencial del cristianismo se expresa en el Corazón de Jesús. … Su Corazón divino llama a nuestros corazones, invitándonos a salir de nosotros mismos, a abandonar nuestras certezas humanas para confiar en él y, siguiendo su ejemplo, hacer de nosotros un don de amor sin reservas” (Papa Benedicto XVI).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 19 de junio, la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. En el Evangelio de hoy (Mt 11:25-30), figura una cita de Nuestro Señor, en la que dice: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mt 11:28-30).
Jesús, el único Hijo de Dios Todopoderoso, se proclama a sí mismo como manso y humilde de corazón. Esta no es la grandeza como el mundo la ve. Es la grandeza divina, una fuerza tan poderosa que puede, paradójicamente, expresarse en la mansedumbre y el amor abnegado.
Jesús no necesita exaltarse a sí mismo sobre nosotros. Él sabe quién es, y por qué fue enviado por el Padre para tomar sobre sí el yugo de nuestro egoísmo y la carga de nuestros pecados. Nos invita a imitarlo, a compartir su sufrimiento y a encontrar consuelo y descanso en él.
En la primera lectura de hoy (Dt 7:6-11), Moisés les dice a los israelitas (y a nosotros): “Porque para el Señor tu Dios tú eres un pueblo santo; él te eligió para que fueras su posesión exclusiva entre todos los pueblos de la tierra” (Dt 7:6). El Señor se ha “encariñado” con nosotros (Dt 7:7), no por nuestra grandeza, riqueza o poder. Nos ha escogido, a pesar de nuestra debilidad, porque nos ama. Y nos invita a unirnos a él para aceptar las cargas de la humildad y el amor para que podamos ser libres.
En la segunda lectura de hoy (1 Jn 4:7-16), descubrimos que el rostro de Dios se revela en el amor y que Su amor ilimitado e incondicional se perfecciona en nuestro amor por el prójimo. “Así manifestó Dios su amor entre nosotros” (1 Jn 4:9), nos dice san Juan. “Envió a su Hijo unigénito al mundo para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados. Queridos hermanos, ya que Dios nos ha amado así, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto jamás a Dios, pero, si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece entre nosotros, y entre nosotros su amor se ha manifestado plenamente” (1 Jn 4:9-12).
Celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús como un reconocimiento de que la mansedumbre de Cristo es nuestra fuerza. Aceptamos la invitación de nuestro Señor a acudir a él y entrar en su descanso porque creemos que las cargas que llevó por nosotros, y el sufrimiento que soportó por nuestros pecados, nos han redimido y liberado.
“Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños” (Mt 11:25), ora Jesús.
Los mayores misterios de la vida humana se revelan en el amor abnegado de Cristo. Como nos dijo repetidamente, la única manera de ganar la batalla de la vida es rendirse a la voluntad de Dios. “Reconoce, por tanto—dice Moisés—que el Señor tu Dios es el Dios verdadero, el Dios fiel, que cumple su pacto generación tras generación, y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos” (Dt 7:9).
El amor de Dios no es sentimental o superficial sino real. Es grandioso y poderoso al mismo tiempo que es manso y humilde. Alivia nuestras cargas a la vez que nos pide que tomemos nuestras cruces y vivamos por el bien de los demás.
Recemos hoy al Sagrado Corazón de Jesús:
“Oh, santísimo corazón de Jesús, te adoramos, te amamos y, con vivo dolor por nuestros pecados, nos ofrecemos a ti. Haznos humildes, pacientes, puros y totalmente obedientes a tu voluntad. Concédenos, buen Jesús, que vivamos en ti y para ti. Ayúdanos a amar a los demás, tanto a los que están cerca como a los que están lejos, para que con la ayuda de tu gracia nuestros yugos sean manejables y nuestras cargas ligeras. Amén.”
Pidamos al Sagrado Corazón de Jesús que una nuestros corazones con el suyo y, así, encontremos consuelo y descanso en él. †