Cristo, la piedra angular
Cristo promese cargas livianas y descanso para los corazones fatigados
“Venid a mí todos los que estéis fatigados y cargados, y Yo os haré descansar. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma. Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mt 11, 28-30).
La lectura del Evangelio del 14.º Domingo del Tiempo Ordinario, que escucharemos este fin de semana, es a la vez un consuelo y un desafío.
San Mateo nos dice que Jesús “exclamó” palabras de alabanza al Padre: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las has revelado a los que son como niños” (Mt 11,25). Estas palabras solo nos brindan consuelo si no somos tan arrogantes como para considerarnos sabios o eruditos en lo que respecta a los misterios de la vida.
De hecho, en los Evangelios, Jesús nos dice frecuentemente que la inocencia infantil, no la sabiduría mundana, es lo que se necesita para comprender sus enseñanzas y experimentar la plenitud de la vida. Las Bienaventuranzas revelan la visión de Jesús de lo que es necesario para vivir en paz con nosotros mismos, nuestros vecinos y nuestro Dios. Debemos ser como el propio Jesús, humilde de corazón, si queremos encontrar la verdadera paz y la alegría duradera en nuestro mundo turbulento.
Jesús nunca promete que seremos libres de las cargas de la existencia humana. Él mismo sufrió terriblemente a manos de personas crueles (líderes religiosos, funcionarios del gobierno y una turba caprichosa y furiosa). Él conoce las cargas que nos oprimen. También sabe que sólo el amor abnegado puede aliviar nuestras cargas y nuestra pena.
Esta es la gran paradoja de la vida cristiana: No podemos escapar de nuestras cargas, pero podemos aligerarlas si acogemos las palabras de Jesús: “Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón” (Mt 11,29). Benditos somos cuando dejemos de luchar y empezamos a confiar en el Señor. La verdadera fuerza proviene de la aceptación (mansedumbre) y de la humildad infantil de quien es espiritualmente sabio.
Estas son palabras reconfortantes en un momento en el que todos hemos experimentado las cargas de la vida en una época de pandemia. Durante los últimos meses, muchos de nosotros nos hemos enfrentado cara a cara con la enfermedad y la muerte, la ansiedad y el miedo, las dificultades emocionales y económicas de todo tipo. También hemos sido testigos del resurgimiento del racismo, la injusticia social y las respuestas descontroladas de los disturbios civiles, los saqueos y los disturbios en las comunidades de todo el país.
Las palabras de Jesús “venid a mí todos los que estéis fatigados y cargados, y Yo os haré descansar” (Mt 11,28) resultan especialmente reconfortantes hoy en día, pero también nos desafían a transformar nuestra forma de pensar y actuar. El “resto” que nuestro Señor Crucificado promete, no es pasivo o indiferente. Requiere que tomemos nuestras propias cruces y, modelando nuestras vidas en la humildad y generosidad de Jesús, nos dediquemos a ayudar a otros compartiendo su sufrimiento y llevando sus cargas.
El yugo que Jesús nos ofrece es más ligero que las cargas que llevamos como resultado del egoísmo y el pecado. La comprensión que nos dará es la verdad que Dios Padre ha ocultado a los sabios y entendidos. Su descanso es la paz que recibimos cuando hemos dejado de lado nuestros propios intereses y hemos ayudado a otros a llevar sus cargas.
Como nos dice san Pablo en la segunda lectura de este domingo (Rm 8, 9; 11-13), “Si el Espíritu de aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus cuerpos mortales por medio de su Espíritu, que vive en ustedes” (Rm 8,11). La vida que nos da el Espíritu Santo es lo que aligera nuestras cargas y da descanso a nuestros corazones cansados. Con la ayuda de Dios, podemos soportar muchas dificultades y aceptar un sufrimiento intenso e incluso ayudar a nuestros hermanos a llevar sus propias cargas y mitigar su dolor.
El único camino hacia la paz y la alegría de la resurrección es a través de la cruz de Cristo. Si podemos acoger este misterio con la mansedumbre y la humildad de los niños, nos aliviará de muchas ansiedades innecesarias. “Porque mi yugo es suave y mi carga es liviana” (Mt 11, 28).
Tomemos el yugo que nos ofrece Jesús. Aceptemos el desafío del Señor y dejemos de lado el egocentrismo y el pecado. Si logramos seguir a Jesús en el camino de la cruz, descubriremos cuán ligera es su carga y conoceremos la paz. Como nos recuerda san Pablo, si el Espíritu Santo habita en nosotros, tendremos vida en Cristo. †