Cristo, la piedra angular
Anhelar el reino de Dios en los tiempos difíciles de hoy en día
“El reino de los cielos es como un grano de mostaza que un hombre sembró en su campo. Aunque es la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la más grande de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que vienen las aves y anidan en sus ramas” (Mt 13:31-32).
Aunque tan solo estamos a mediados de julio, ya ha sido un año difícil para todos nosotros, especialmente para los que se han visto seriamente afectados por enfermedades graves, dificultades económicas, injusticia racial, violencia, miedo y ansiedad. Comprensiblemente elevamos nuestras voces al cielo y exclamamos: “¡Venga a nosotros tu reino!”
Anhelar un mundo mejor donde reinen la paz y la justicia, y donde cada lágrima sea enjugada porque ya no hay tristeza, sufrimiento o miedo, es una parte integral de la condición humana.
Independientemente de quiénes seamos, de dónde vengamos, o en qué creamos, todos deseamos algo más (a menudo mucho más) de lo que experimentamos aquí y ahora en lo que a veces se denomina “este valle de lágrimas.”
Tal como el papa Francisco nos recuerda a menudo, la Buena Nueva que Jesús predicó aborda este anhelo universal de manera poderosa. La vida, la muerte y la resurrección de nuestro Señor han superado los malos efectos del pecado y la muerte. Proclaman la victoria incondicional de Cristo sobre todas las fuerzas de la penumbra y la perdición, y hacen posible que seamos realmente personas de esperanza y alegría.
Tenemos justa razón para estar tristes al ser testigos de los efectos devastadores del mal y la injusticia en nuestro mundo. Pero como discípulos misioneros de Jesucristo, nuestra respuesta no puede ser la desilusión o la desesperación. Jesús nos dice en la lectura del Evangelio del próximo domingo (Mt 13:24-43) que estamos llamados a ser “sembradores de buenas semillas” que se preparan para un mundo mejor que vendrá por plantar, cultivar y luego cosechar los frutos de la bondad de Dios.
Nuestro trabajo es trabajar junto con todos nuestros hermanos de todas partes para preparar y construir el reino de Dios. Como dice el papa Francisco, nuestro trabajo es construir puentes, no muros, y compartir la alegría del Evangelio con todos los que encontramos en nuestra vida diaria.
En la primera lectura del Libro de la Sabiduría, se nos dice que, aunque el Señor es todopoderoso, juzga con clemencia, y con mucha indulgencia nos gobierna. “Porque puedes usar de tu poder en el momento que quieras. Actuando así, enseñaste a tu pueblo que el hombre justo debe ser bondadoso, y llenaste a tus hijos de una bella esperanza, al darles la oportunidad de arrepentirse de sus pecados” (Sab 12:18-19). Nuestra esperanza se basa en la misericordia y la compasión de Dios por los pecadores como nosotros.
En la segunda lectura, san Pablo nos dice que “el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; porque no sabemos orar como debiéramos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos indecibles; y aquel que escudriña los corazones sabe cuál es el sentir del Espíritu, porque Él intercede por los santos conforme a la voluntad de Dios” (Rom 8:26-27). No tenemos que preocuparnos por qué decir o hacer frente a la injusticia o la violencia. Si escuchamos atentamente la palabra de Dios, el Espíritu Santo nos mostrará el camino.
Pero, por supuesto, somo impacientes; queremos que el reino de Dios venga “ahora” y nos resistimos a la idea de que debemos esperar a que la más pequeña de las semillas plantadas por nosotros, y muchas otras, se conviertan en plantas adultas.
Jesús nos advierte que no seamos impacientes, ni esperemos que los efectos del pecado y el mal (las malas hierbas que asfixian a las plantas sanas) se erradiquen rápidamente. “Dejen que crezcan juntos hasta la cosecha. Entonces les diré a los segadores: Recojan primero la mala hierba, y átenla en manojos para quemarla; después recojan el trigo y guárdenlo en mi granero” (Mt 13:30). El día del juicio final llegará. Ese día, dice Jesús, los malvados serán castigados y “los justos brillarán en el reino de su Padre como el sol” (Mt 13:43).
En estos tiempos difíciles, no debemos perder la esperanza. El Reino de Dios viene; de hecho, ya está aquí en forma de una semilla que espera ser sembrada, cultivada y cosechada por nosotros. No nos atrevamos a ceder a la oscuridad y la desesperación, pero tampoco podemos darnos el lujo de dar las cosas por sentado.
Como discípulos misioneros de Jesús, estamos llamados a ser mujeres y hombres de esperanza que trabajan incansablemente por la paz a través de la justicia y la misericordia, los sellos distintivos del reino de Dios entre nosotros.
Recemos por la gracia de superar nuestras dudas y temores, y trabajemos arduamente por el reino que está por venir, haciendo de este mundo un lugar mucho mejor que el actual. †