Cristo, la piedra angular
Cualesquiera que sean las dificultades que enfrentemos, Dios proveerá
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? [...] En todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Rom 8:35; 37-39).
Las lecturas del próximo fin de semana, el 18.º domingo del Tiempo Ordinario, son especialmente buenas noticias en estos tiempos difíciles. Para resumirlas brevemente, las tres lecturas nos aseguran que cualesquiera que sean las dificultades que enfrentemos, Dios nos proveerá de lo que necesitemos.
En la primera lectura del profeta Isaías (Is 55:1-3), escuchamos palabras que pueden parecer demasiado buenas para ser verdad: “Todos los sedientos, venid a las aguas; y los que no tenéis dinero, venid, comprad y comed. Venid, comprad vino y leche sin dinero y sin costo alguno” (Is 55:1).
¿Cómo es posible que el Señor nos alimente con comida y bebida sin exigir a los que no tienen dinero que paguen por ello? Isaías acompaña esta declaración de una advertencia: “¿Por qué gastáis dinero[b] en lo que no es pan, y vuestro salario en lo que no sacia? Escuchadme atentamente, y comed lo que es bueno, y se deleitará vuestra alma en la abundancia” (Is 55:2).
Estamos familiarizados con el dicho: “Los caminos de Dios son distintos de los nuestros.” Esto resulta evidente en esta primera lectura. Muy a menudo, gastamos nuestro dinero en cosas que nunca pueden satisfacernos realmente, pero Dios nos invita, y nos desafía, a mantener nuestras prioridades en orden. Si acudimos a Él, y confiamos en Su abundante bondad, Dios nos dará “nuestro pan de cada día.”
El Evangelio según san Mateo (Mt 14:13-21) ilustra poderosamente este principio. Jesús se retira a un lugar desierto para llorar la muerte de Juan el Bautista, su primo y el que ha preparado el camino para el ministerio de Jesús. Las multitudes lo siguen, y en su compasión Jesús los acoge y cura a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se le acercaron y le dijeron: “El lugar está desierto y la hora es ya avanzada; despide, pues, a las multitudes para que vayan a las aldeas y se compren alimentos” (Mt 14:15). Pero Jesús les dice: “No hay necesidad de que se vayan; dadles vosotros de comer” (Mt 14:16). A lo cual ellos le responden: “No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces” (Mt 14:17).
Sabemos cómo termina la historia. Jesús realiza uno de sus mayores milagros: con casi nada, las escasas provisiones de cinco panes y dos peces, Jesús mira al cielo, bendice la comida y alimenta a una enorme multitud de personas. “Y comieron todos y se saciaron,” nos dice san Mateo, “y recogieron lo que sobró de los pedazos: doce cestas llenas. Y los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños” (Mt 14:20-21).
Nuestras preocupaciones por los problemas cotidianos de la vida son comprensibles. Jesús no los descarta; la compasión lo conmueve y responde a nuestras necesidades humanas. Pero tal como san Pablo les dice a los romanos, y a todos nosotros, en la segunda lectura de este domingo (Rom 8, 35:37-39), nada de lo que se nos ocurra podrá separarnos del amor de Cristo. Ni siquiera la COVID-19, ni el desempleo, ni “tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada.” Nada en este mundo, ya sea espiritual o material, puede negarnos el alimento que recibimos de Dios a través de nuestro Señor Jesucristo.
Nuestro trabajo consiste en dos tareas: Confiar en Dios y compartir lo que tenemos con los demás, especialmente con los más necesitados de nuestra ayuda.
También hemos escuchado el dicho: “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos.” Tal vez sería más exacto decir: “Dios ayuda a los que ayudan a los demás.” Como lo demuestra el Evangelio del domingo, el milagro de los cinco panes y los dos peces es a la vez un testimonio de la abundancia de Dios y una advertencia para tomar lo poco que tenemos y compartirlo generosamente con nuestros hermanos necesitados.
¿Por qué gastar nuestro dinero en cosas que nunca nos pueden satisfacer? ¡Cuánto mejor estaríamos todos si confiáramos en Dios y compartiéramos Sus dones con los demás!
“Escuchadme atentamente, y comed lo que es bueno, y se deleitará vuestra alma en la abundancia” (Is 55:2), dice el Señor que ve y se apiada de nuestras necesidades, sean las que sean. “Inclinad vuestro oído y venid a mí, escuchad y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno” (Is 55:3).
Recurramos a Dios y pidámosle lo que necesitemos. Él nos escuchará y nos responderá. †