Cristo, la piedra angular
No importa cuán fuerte sea la tormenta, mantente cerca de Jesús
“[Elías] llegó a Horeb, el monte de Dios. Allí pasó la noche en una cueva. El Señor le ordenó: Sal y preséntate ante mí en la montaña, porque estoy a punto de pasar por allí. Como heraldo del Señor vino un viento recio, tan violento que partió las montañas e hizo añicos las rocas; pero el Señor no estaba en el viento. Después del viento hubo un terremoto, pero el Señor tampoco estaba en el terremoto. Tras el terremoto vino un fuego, pero el Señor tampoco estaba en el fuego. Y después del fuego vino un suave murmullo. Cuando Elías lo oyó, se cubrió el rostro con el manto y, saliendo, se puso a la entrada de la cueva” (1 Ry 19: 8-9; 11-12).
La lectura del Evangelio de este fin de semana, el 19.º domingo del Tiempo Ordinario (Mt 14:22-33), cuenta la historia de Jesús caminando sobre el agua y el audaz, pero finalmente infructuoso, intento de Pedro de imitarlo. Esta historia del Evangelio es muy conocida, pero en lugar de dar por sentado su significado, deberíamos pasar algún tiempo reflexionando sobre el significado específico de este milagro para nosotros hoy en día.
En esta historia ocurren tres cosas importantes: Primero, Jesús demuestra que está cerca de sus discípulos en un momento de angustia. Nada puede perjudicarlos mientras Jesús esté presente entre ellos, ya sea en su oración a solas en la montaña, o en su acercamiento a ellos en el mar tempestuoso.
En segundo lugar, Pedro revela una vez más que su fe es genuina pero inmadura. Le pide con audacia a Jesús que le permita caminar sobre el agua, llegar hasta donde esta él sin sufrir daños, pero al final pierde el valor y comienza a hundirse, y a gritar: “¡Señor, sálvame!” (Mt 14:30) Y, por último, el Señor anima a Pedro a tomar un riesgo audaz y, al final, soporta su fe débil diciendo: “¡Hombre de poca fe! ¿Por qué dudaste?” (Mt 14:31).
Hoy, como todos los días, es importante que experimentemos la cercanía de Jesús y su poder para salvarnos de las tormentas que encontramos en nuestra vida personal y en la sociedad. Expresado en las palabras de un himno popular, “Ninguna tormenta puede sacudir mi calma interior mientras a esa roca me aferro, ¿cómo no iba a cantar si el amor es dueño del cielo y de la tierra?” Pedro (que significa “roca”) es cada uno de nosotros. Su fe es sólida, pero no perfecta. Toma decisiones precipitadas y deja que su miedo lo abrume, pero siempre vuelve a Jesús porque sabe, en el fondo de su corazón, que Jesús es el Señor del cielo y de la tierra. Si nos aferramos a él, ningún poder físico o espiritual puede destruirnos.
La primera lectura del próximo domingo (1 Ry 19:8-9; 11-12) nos recuerda que Dios está cerca de nosotros en formas que no esperamos. Como Elías, esperamos que la presencia de Dios se revele de manera dramática: un viento fuerte y pesado, terremotos e incendios, o relámpagos arrojados desde los cielos. Pero la mayoría de las veces, Dios se nos presenta de maneras mucho más simples. Para Elías “un suave murmullo” (1 Ry 19:12) le reveló la presencia divina. Para nosotros, puede ser una sonrisa amigable o una palabra amable pronunciada en medio de una devastadora pandemia.
Jesús, a quien el papa Francisco nos recuerda que es “el rostro de Dios,” está cerca de nosotros de maneras que no esperamos. Nos invita a “ir,” a arriesgarnos y a salir de la comodidad y seguridad de nuestra vida diaria para unirnos a Él en medio de los caóticos mares de este mundo. ¿Estamos listos para tomar este riesgo y, a diferencia de Pedro, para sostener nuestra decisión—con la ayuda de la gracia de Dios—de caminar con Jesús sin importar cuán fuertes o pesados sean los vientos corren?
Muy a menudo nos encontramos, al igual que Pedro y los discípulos, acurrucados juntos con miedo e incertidumbre. Nos preguntamos: “¿Dónde está Dios? ¿Cómo pudo Jesús abandonarnos en estos tiempos difíciles?” ¿En verdad podemos permitirnos abandonar nuestras zonas de comodidad y arriesgarnos a salir al encuentro del Señor? Y, si asumimos este riesgo, ¿seremos realmente capaces de “caminar sobre el agua” como Pedro lo hizo hasta que perdió la confianza en la capacidad de Jesús para sostenerlo?
Una vez más, Jesús es el susurro calmado que nos dice a cada uno de nosotros “ven.” Si confiamos en él, nos sostendrá sin importar cuán difícil sean las cosas. Ninguna tormenta puede sacudir nuestra calma interior si nos aferramos al Señor del Amor.
Aferrémonos a Jesús. Abandonemos nuestros miedos, y nuestra necesidad de seguridad, y tomemos los riesgos que exige nuestra fe. El Señor está siempre cerca de nosotros. †