Cristo, la piedra angular
Nuestros corazones inquietos no encuentran sosiego a menos que descansen en Dios
“Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti.” (San Agustín de Hipona, Confesiones)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 28 de agosto, la festividad de san Agustín. La mayoría de nosotros apenas conoce a este gran santo que nació en el norte de África, estudió y se convirtió al cristianismo en Italia, sirvió como obispo de Hipona en el norte de África, y fue el autor de obras espirituales clásicas como Confesiones, Ciudad de Dios y más de 1700 sermones, tratados, comentarios espirituales y reflexiones teológicas.
San Agustín es un gigante entre los pensadores y pastores cristianos cuya influencia se sintió (y aún se siente) en toda la cristiandad desde el siglo IV hasta el presente. Sin embargo, la mayoría de nosotros puede relacionarse con este gran santo no por su inteligencia o sus logros, sino porque fue un hombre que luchó contra su propia pecaminosidad en su búsqueda del verdadero significado de la vida.
El papa emérito Benedicto XVI ha estudiado a san Agustín. Su tesis doctoral y muchos de sus escritos tienen una fuerte influencia de la teología y la espiritualidad de Agustín. En febrero de 2008, el papa Benedicto ofreció una serie de catequesis los miércoles sobre la vida y las enseñanzas de san Agustín que contienen maravillosas reflexiones sobre este santo como hombre, como maestro y su profundo amor por la Iglesia, a pesar de las imperfecciones de sus líderes demasiado humanos.
Según el papa Benedicto, “contrariamente a lo que muchos piensan, la conversión de Agustín no fue repentina ni se dio por completo al principio, sino que puede definirse como una verdadera travesía que sigue siendo un modelo para cada uno de nosotros.”
En su obra autobiográfica, Confesiones (VIII, 12, 30), Agustín describió su conversión a Jesús como “el proceso en el que me convertiste en ti mismo.” Sabía que a través de sus propios esfuerzos únicamente nunca habría descubierto el camino correcto. Mediante la gracia de Dios Agustín pudo entregar su mente, su corazón y su alma a Jesús durante muchos años.
El papa Benedicto prosigue: “Precisamente porque Agustín recorrió este camino intelectual y espiritual en primera persona, pudo retratarlo en sus obras con tal inmediatez, profundidad y sabiduría, reconociendo en otros dos famosos pasajes de las Confesiones [IV, 4,9 y 14,22], que el hombre es “un gran enigma” [magna quaestio] y “un gran abismo” [grande profundum] del que solo Cristo puede salvarnos. Esto es importante: un hombre que está distante de Dios también está distante de sí mismo, alienado de sí mismo, y solamente puede encontrarse a sí mismo encontrando a Dios. De esta manera, volverá a sí mismo, a su verdadero ser, a su verdadera identidad.”
Agustín sabía por experiencia propia que si estamos separados de Dios, estamos separados de nuestro verdadero ser. Dios puede volver a centrarnos, pero únicamente si primero dejamos que Él entre en nuestras vidas.
La mayoría de nosotros estamos familiarizados con lo que seguramente es la declaración más famosa de san Agustín en las Confesiones. Dirigiéndose directamente a Dios, san Agustín dice: “Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará inquieto hasta que encuentre descanso en ti.”
Con esta simple, pero extremadamente profunda visión, tenemos un resumen de toda la espiritualidad cristiana. Hemos sido creados por nuestro Dios todopoderoso para unirnos a Él en este mundo y en el próximo, y hasta que se haya cumplido el propósito de nuestra vida estaremos fundamentalmente insatisfechos, incapaces de estar en paz hasta que seamos uno con Dios.
El papa Benedicto habla de la comprensión de san Agustín del objeto supremo de nuestro anhelo humano de esta manera: “En un hermoso pasaje, san Agustín define la oración como la expresión del deseo y afirma que Dios responde moviendo nuestros corazones hacia Él. Por nuestra parte, debemos purificar nuestros deseos y nuestras esperanzas para acoger la dulzura de Dios.”
Tal como Agustín sabía por experiencia, Dios es quien nos atrae a sí mismo, pero nosotros también tenemos una labor importante: debemos estar listos, dispuestos y ser capaces de “acoger la dulzura de Dios” despejando todos los deseos falsos o inapropiados que nos separan de Él y nos alejan de nosotros mismos y de los demás.
Debido a que somos pecadores, siempre nos metemos en problemas cuando sustituimos a Dios por otros “dioses,” sean estos personas o cosas (como el dinero, las posesiones o el estatus social). Dios es el único objeto verdadero del deseo de nuestro corazón.
Pidámosle a san Agustín que nos ayude a hacer de nuestra oración una profunda conversación personal con Dios. Y canalicemos nuestra inquietud en un auténtico y sincero deseo por la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo), lo único que anhelamos y el verdadero objeto de nuestra aspiración espiritual. †