Cristo, la piedra angular
Estamos llamados a honrar el Santo Nombre de María
“Bendita seas, oh Virgen María, por el Señor Dios Altísimo, por encima de todas las mujeres de la tierra; porque él ha exaltado tanto tu nombre que tu alabanza será eterna en nuestros labios” (Antífona de Entrada, Jdt 13:18-19).
Mañana, sábado 12 de septiembre, la Iglesia celebra el nacimiento de la Santísima Virgen María. No se trata de una de las grandes fiestas marianas como la Asunción, que observamos el 15 de agosto, o la Inmaculada Concepción, que celebraremos el 8 de diciembre, pero sigue siendo un momento importante en el Año de Gracia de la Iglesia (el calendario litúrgico).
El nombre “María” tiene un significado especial para los cristianos, y hacemos bien en detenernos y reflexionar sobre él con reverencia y aprecio por la asombrosa mujer que es a la vez la Madre de Dios y nuestra madre. Como el papa Francisco observa, María está cerca de nosotros a pesar de su santidad y su gran dignidad como Reina del Cielo. Cuando la llamamos, viene inmediatamente. De hecho, ella ya está aquí, a nuestro lado, siempre dispuesta a ayudar.
Hay literalmente cientos de títulos atribuidos a la Santísima Virgen como Madre de la Iglesia, Refugio de los Pecadores, Nuestra Señora de la Gracia y muchos, muchos más, pero la fiesta que observamos el 12 de septiembre destaca la belleza sencilla y la fuerza de su nombre, María. Este santo nombre encierra un enorme poder. Cuando lo decimos con amor y devoción, abrimos nuestros corazones a todo lo que María tiene para compartir con nosotros desde la bondad ilimitada de su Corazón Inmaculado.
En arameo, el idioma que hablaba, su nombre es Mariam. Basado en la raíz “merur,” el nombre sugiere “amargura.” Esto se refleja en las palabras de Naomi quien, tras perder a su marido y sus dos hijos, se lamentaba: “No me llames Naomi [‘dulce’]. Llámame Mara [‘amargo’], porque el Todopoderoso ha hecho mi vida muy amarga” (Ru 1:20). María estaba destinada a convertirse en la Madre de los Dolores, cuyo corazón amoroso estaba atravesado por el dolor, especialmente cuando valientemente se puso al pie de la cruz y luego acunó el cuerpo de su Hijo antes de que fuera depositado en el sepulcro.
El amargo sufrimiento de María fue transformado por la gloriosa resurrección de su Hijo, y su nombre se asocia ahora con la dulzura de la vida en Cristo.
Acudimos a María en nuestros momentos de dolor, y ella nos consuela. Nos acercamos a ella con confianza y esperanza cuando estamos asustados o tentados a sentirnos desesperados.
María es nuestra Madre del Perpetuo Socorro. Por su intercesión, la gracia de su hijo, Jesús, puede cambiar milagrosamente nuestra amargura en lágrimas de alegría, de la misma manera que una vez convirtió el agua ordinaria en el mejor vino. Lo único que debemos hacer es pedir, y María está con nosotros, nuestra abogada ante el trono de la gracia.
Cada vez que rezamos, “Dios te salve María, el Señor es contigo,” reverenciamos su santo nombre. Cada vez que la reconocemos como “Santa María, Madre de Dios,” nos ponemos en sus manos, confiando en su bondad y compasión “por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte.” ¡Qué maravillosa bendición! ¡Qué precioso regalo hemos recibido de Jesús que confió su madre al cuidado de su amado discípulo (y al nuestro también) y, en el proceso, nos dio una extraordinaria abogada y protectora en María nuestra madre!
Una oración popular a María, el Acordaos, nos proporciona una excelente manera de pedir la protección y el cuidado de nuestra Santísima Madre:
Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido
a tu protección,
implorando tu asistencia
y reclamando tu socorro,
haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza,
a ti también acudo, oh Madre,
Virgen de las vírgenes, y aunque gimiendo
bajo el peso de mis pecados,
me atrevo a comparecer
ante tu presencia soberana. No deseches mis humildes súplicas, oh Madre del Verbo divino,
antes bien, escúchalas
y acógelas benignamente. Amén.
El amor de María por Jesús, y por cada uno de nosotros sus hijos, es lo que celebramos cuando honramos su santo nombre. Ella es la madre de nuestra redención, la madre de la santa esperanza, y la estrella del mar (Stella Maris) que nos muestra el camino a casa cuando estamos perdidos. Cuando la llamamos, responde con amabilidad, ánimo y el cuidado amoroso de una madre.
Como católicos, adoramos solamente a Dios, pero reverenciamos (u honramos) a María y a todos los santos como mujeres y hombres santos que nos inspiran y nos muestran el camino hacia Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo).
Honremos a María este sábado y todos los días, permaneciendo cerca de ella e invocando reverentemente su santo nombre. †