Cristo, la piedra angular
La Madre Cabrini y la Madre Teodora dijeron ‘sí’ al llamado de Dios
“En épocas en que las mujeres fueron más relegadas, el Espíritu Santo suscitó santas cuya fascinación provocó nuevos dinamismos espirituales e importantes reformas en la Iglesia” (Papa Francisco, “Gaudete et Exsultate,” #12).
El 13 de noviembre es la fiesta de santa Francisca Javiera Cabrini, que nació en Italia en 1850, la hija número 13 de una familia de agricultores. En 1880, Francisca y otras siete mujeres fundaron las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús; el grupo emigró a los Estados Unidos en 1889 y estableció 67 instituciones (orfanatos, hospitales y escuelas) en América del Norte y del Sur.
El 7 de julio de 1946, la Madre Cabrini fue la primera ciudadana estadounidense declarada santa; la llamaron «la santa de los inmigrantes».
Lo que encontró cuando llegó a Nueva York no fue nada acogedor: el prejuicio contra los inmigrantes italianos era feroz e implacable; las necesidades (materiales y espirituales) de la gente a la cual las hermanas fueran a servir eran mucho mayores de lo que imaginaban; los recursos que tenían a su disposición eran escasos y, sin embargo, no solo sobrevivieron, ¡sino que prosperaron!
La vida y el testimonio de santa Francisca Javiera Cabrini no puede menos que recordarnos a nuestra “santa de a pie” (una de las expresiones preferidas del papa Francisco): santa Teodora Guérin, fundadora de las Hermanas de la Providencia de Santa María de los Bosques, cuya fiesta fue el 3 de octubre.
Anne-Thérèse Guérin (1798-1856) ingresó en la vida religiosa en su Francia natal a la edad de 25 años, después de haber cuidado de su madre viuda y su familia durante 10 años.
Varios años más tarde lideró un grupo de cinco hermanas en un tumultuoso viaje desde Francia. Una travesía que la llevó a cruzar el Océano Atlántico en un barco de vapor y proseguir su viaje en ferrocarril, barco de canal y diligencia, solo para descubrir que su destino no era un pueblo sino una cabaña de troncos en los bosques de la región central de Indiana.
Una vez allí, se enfrentó a un anticatolicismo hostil, al hambre y las privaciones, y una indigencia casi completa como resultado de un incendio que destruyó la cosecha de la comunidad. A pesar de todo, la Madre Teodora (como se la conocía entonces) perseveró. Bajo su liderazgo florecieron las Hermanas de la Providencia en Estados Unidos, educando a miles de niños en Indiana y el Oeste Medio.
Los relatos de la actividad misionaria de la Madre Teodora describen las dificultades que ella y su pequeña comunidad experimentaron para poder hallar y proporcionar los recursos necesarios para servir a la primitiva Iglesia de Cristo en Indiana. Ya era bastante difícil para las Hermanas atender sus propias necesidades de comida, vivienda y las necesidades más básicas de la vida, pero se negaron a ignorar las necesidades de la gente a la que habían venido a servir, especialmente las mujeres jóvenes.
A pesar de que provenían de trasfondos muy diferentes—una era una inmigrante italiana que apenas hablaba inglés cuando llegó a Nueva York, y la otra una francesa madura y bien educada—estas dos santas estadounidenses comparten historias notables: cada una se enfrentó a obstáculos increíbles y cada una depositó su plena confianza en la providencia divina.
¿Qué tenían en común Francisca Cabrini y Anne-Thérèse Guérin? Ambas tuvieron la experiencia de amar a Dios, y como discípulas misioneras de Jesucristo, ambas superaron dificultades y penas profundas, y encontrar la alegría en el servicio a los demás.
Los santos son personas que están cerca de Dios. Son “evangelizadoras” que comparten su fe y su alegría con los demás.
La Madre Cabrini y la Madre Teodora eran mujeres que estaban cerca de Dios; eran mujeres de oración, lo que significa que hablaban con Dios y, lo que es más importante, lo escuchaban y prestaban mucha atención a Su voluntad para con ellas. ¿Eran personas perfectas que nunca se enfadaron o nunca se rindieron a los miedos o los deseos egoístas? No. Eran seres humanos ordinarios, pero respondieron a la voluntad de Dios para ellas con un valor y una fidelidad extraordinarios.
Lo que estas dos mujeres lograron en los años en los que sirvieron como líderes de sus comunidades religiosas es nada menos que milagroso. Estas mujeres fueron pioneras, constructoras y “nuevas evangelizadoras” en una época en la que nadie hubiera esperado mucho de ellas.
Francisca Cabrini y Anne-Thérèse Guérin podrían haberse regresado a sus respectivas tierras natales después de haber encontrado los prejuicios y las duras condiciones de vida y ministerio en el Nuevo Mundo.
En cambio, ambas mujeres dijeron “¡Sí!” al llamado de Dios. Respondieron con fe sin tomar en cuenta el costo y, como resultado, proclamaron con un corazón alegre las palabras del Salmo 125: “¡Cuántas maravillas ha hecho el Señor por nosotros! En efecto, nos alegramos.”
Pidamos a estas dos santas notables que intercedan por nosotros mientras luchamos por escuchar la voluntad de Dios en nuestras vidas. Pidámosles que nos ayuden a decir “sí,” incluso cuando los obstáculos parezcan abrumadores; pidámosles que nos lleven a Dios para que podamos experimentar su poder curativo y llegar a experimentar las maravillas de su alegría. †