Cristo, la piedra angular
¡Estemos atentos! No sabemos cuándo vendrá Cristo de nuevo
“Jesús dijo a sus discípulos: ‘Estén alerta, velen; porque no saben cuándo es el tiempo señalado. Es como un hombre que se fue de viaje, y al salir de su casa dejó a sus siervos encargados, asignándole a cada uno su tarea, y ordenó al portero que estuviera alerta. Por tanto, velen, porque no saben cuándo viene el señor de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga de repente y los halle dormidos. Y lo que a ustedes digo, a todos digo: ¡Velen!’ ” (Mc 15:33-37).
El Primer Domingo de Adviento parece ser especialmente bienvenido este año. Tal vez, debido a que este ha sido un año tan diferente a los anteriores, la oportunidad de comenzar de nuevo tiene mayor importancia. O tal vez los desafíos y las privaciones del año pasado han aumentado, y profundizado, nuestro anhelo por la venida de nuestro Salvador Jesucristo.
La lectura del Evangelio del domingo del libro de san Marcos (Mc 13:33-37) nos dice que la segunda venida de nuestro Señor será una sorpresa. No sabemos ni el día ni la hora y lo único que podemos hacer es esperar y estar alerta. ¡”No sea que venga de repente y los halle dormidos”! (Mc 13:36).
Durante esta época de pandemia, está claro que esperamos varias cosas: una cura para una plaga moderna (la COVID-19), la recuperación económica, la estabilidad política y social, y un “retorno a la normalidad” en la medida en que esto se pueda lograr. Estamos comprensiblemente impacientes después de más de nueve meses de miedo, privación e incertidumbre.
La primera lectura del domingo del libro de Isaías (Is 63:16b-17, 19b; 64:2-7) describe nuestra impaciencia y ansiedad:
“¿Por qué, oh Señor, nos haces desviar de Tus caminos y endureces nuestro corazón a Tu temor? Vuélvete por amor de Tus siervos, las tribus de Tu heredad. [...] ¡Oh, si rasgaras los cielos y descendieras! Si los montes se estremecieran ante Tu presencia” (Is 63:17; 64:2).
Reconocemos que nos hemos extraviado del camino, y anhelamos el regreso del Señor para salvarnos de las amenazas externas e internas a nuestra salud, seguridad y bienestar espiritual. Como rezamos en el salmo responsorial del domingo:
“Presta oído, oh Pastor de Israel;
Tú que estás sentado más alto que los querubines;
¡resplandece!
Y ven a salvarnos” (Sal 80).
Esto encierra una paradoja. El Adviento recuerda nuestro anhelo por el regreso del Salvador, pero también nos desafía a recordar que nuestra salvación ya ha ocurrido en la vida, muerte y resurrección de Jesús.
La Bendita Esperanza que anhelamos ahora es la que estuvo entre nosotros como hombre hace 2,000 años y que se hace presente en su Palabra, en sus sacramentos (especialmente la Eucaristía), y en nuestros encuentros con nuestros hermanos y hermanas en su nombre. La paradoja es que lo que anhelamos es algo que ya tenemos, el poder curativo de Jesucristo.
El hecho es que debemos estar atentos. Debemos aguardar con alegre esperanza la «nueva normalidad» que ocurrirá cuando nuestro Señor regrese para garantizar la paz, la justicia y la dignidad humana para todos. Debemos resistir enérgicamente la tentación de desesperar o de volvernos complacientes o indiferentes, especialmente ante el sufrimiento de los demás. Y debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para asegurarnos de estar listos para los cambios que ocurrirán cuando el Señor regrese en el Día Final.
En la segunda lectura del primer domingo de Adviento, san Pablo nos dice lo bendecidos que somos, a pesar de todo.
“Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia de Dios que les fue dada en Cristo Jesús. Porque en todo ustedes fueron enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en ustedes; de manera que nada les falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo” (1 Cor 1:4-7).
Estamos “enriquecidos en todos los sentidos” y no nos “falta ningún don espiritual” mientras esperamos la Bendita Esperanza que está, de hecho, aquí con nosotros ahora por el milagro de la gracia de Dios.
Esto significa que podremos soportar los efectos devastadores de la pandemia siempre que vigilemos a Jesús mientras manifiesta su presencia entre nosotros en las Sagradas Escrituras, en la Eucaristía y en nuestros encuentros (socialmente distantes, pero espiritualmente cercanos) con todos los que nos encontramos. Solos, no somos rivales para el mal al que nos enfrentamos cada día; juntos, con la gracia de Dios otorgada en Cristo, podemos prevalecer.
Oremos por la gracia de la venida de nuestro Señor este Adviento. Pidámosle que nos ayude a estar listos y a vigilarlo pacientemente hasta que regrese. †