Cristo, la piedra angular
La paciencia y el trabajo arduo nos preparan para la venida del Señor
“He aquí, yo envío mi mensajero delante de tu faz, el cual preparará tu camino. Voz del que clama en el desierto: ‘Preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas’ ” (Mc 1:2-3).
El segundo domingo de Adviento intensifica la sensación de expectativa y al mismo tiempo que se nos dice que seamos pacientes. Cristo vendrá de nuevo, pero el tiempo de Dios no es el nuestro. Nuestra responsabilidad es esperar pacientemente y asegurarnos de estar listos para el advenimiento de la gracia en nuestras vidas, que sobrevendrá cuando menos lo esperemos.
La primera lectura, de Isaías (Is 40:1-5; 9-11), es a la vez una bienvenida y un mensaje inquietante. Nos asegura que recibiremos consuelo, pero también nos desafía a hacer la ardua labor de preparar un camino para el Señor:
“Consolad, consolad a mi pueblo—dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidles a voces que su lucha ha terminado, que su iniquidad ha sido quitada, que ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados” (Is 40:1-2).
“Una voz clama: Preparad en el desierto camino al Señor; allanad en la soledad calzada para nuestro Dios. Todo valle sea elevado, y bajado todo monte y collado; vuélvase llano el terreno escabroso, y lo abrupto, ancho valle. Entonces será revelada la gloria del Señor, y toda carne a una la verá, pues la boca del Señor ha hablado” (Is 40:3-5).
El Evangelio de san Marcos (Mc 1:1-8) aplica las palabras de Isaías a san Juan Bautista, el profeta que predicó un bautismo de arrepentimiento y que preparó el camino para el tan esperado Mesías. Juan es una figura clave en nuestra observancia del Adviento ya que nos desafía a ser transparentes y penitentes mientras nos preparamos espiritualmente para la gracia transformadora de Cristo.
La segunda lectura, de la Segunda Carta de san Pedro (2 Pe 3:8-14), nos aconseja ser pacientes y al mismo tiempo nos advierte que la venida de Cristo será inesperada:
“Pero, amados, no ignoréis esto: que para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no se tarda en cumplir su promesa, según algunos entienden la tardanza, sino que es paciente para con vosotros, no queriendo que nadie perezca, sino que todos vengan al arrepentimiento. Pero el día del Señor vendrá como ladrón, en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos serán destruidos con fuego[e] intenso, y la tierra y las obras que hay en ella serán quemadas” (2 Pe 3:8-10).
El Señor es paciente con nosotros; está dispuesto a esperar a que reconozcamos nuestros pecados y a tomar las medidas adecuadas. Pero no debemos atrevernos a esperar mucho tiempo porque vendrá como un ladrón y nos tomará por sorpresa.
Nunca resulta fácil ser pacientes, pero después de muchos meses de penurias causadas por una pandemia que ha causado tanta enfermedad, pérdida de vidas, malestar social e incertidumbre económica, es comprensible que estemos impacientes. Anhelamos el fin de esta crisis; esperamos un retorno a algún tipo de normalidad en nuestra vida cotidiana.
Como cristianos, sabemos que la única fuente real de esperanza y salvación es Jesús quien nos prometió que regresará y nos traerá la paz. Pero también nos ha advertido que su paz puede ser perturbadora porque significa que debemos cambiar nuestros caminos egoístas y vivir de acuerdo con la Ley del Amor.
La necesidad de prepararnos para la venida de Cristo nos regresa a san Juan Bautista. San Marcos nos dice que “Juan estaba vestido de pelo de camello, tenía un cinto de cuero a la cintura, y comía langostas y miel silvestre” (Mc 1:6). Su mensaje era sencillo y modesto: “Y predicaba, diciendo: Tras mí viene uno que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os bauticé con agua, pero Él os bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1:7-8).
Juan pasó toda su vida preparándose para la llegada de nuestro Salvador. Sus métodos de ayuno y arrepentimiento pueden ser demasiado severos para la mayoría de nosotros, pero entendemos por qué nos ha desafiado a vivir con sencillez y a esperar con alegría el regreso de nuestro Redentor. Hemos sido bautizados con agua y el Espíritu Santo, y nuestro anhelo es que se cumplan las promesas hechas cuando nos rendimos por primera vez a Aquel que es más poderoso que nosotros.
Esperemos pacientemente este Adviento, pero también canalicemos nuestra impaciencia, dedicándola a la ardua labor del arrepentimiento y la nueva vida en Cristo. †