Cristo, la piedra angular
El domingo Gaudete nos invita a regocijarnos en la cercanía del Señor
“Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez lo diré: ¡Regocijaos! El Señor está cerca” (Fil 4:4-5).
El Tercer Domingo de Adviento se conoce tradicionalmente como domingo Gaudete por la palabra latina que significa “regocijarse.”
El anhelo que sentimos en esta época especial del año litúrgico ya es imposible de reprimir y estalla en gritos de alegría, confiados en que la Bendita Esperanza está más cerca de nosotros de lo que creíamos. De hecho, está aquí con nosotros ahora, incluso mientras esperamos su regreso.
En la colecta del domingo Gaudete, rezamos:
Oh Dios, que ves cómo tu gente
espera fielmente la fiesta de la Natividad del Señor,
te pedimos que nos permitas
alcanzar las alegrías de una salvación tan grande
y celebrarlas siempre
con solemne adoración y alegre regocijo.
Celebramos este punto medio del Adviento “con solemne adoración y alegre regocijo” porque nos enfrentamos a uno de los misterios “del tanto y el como” más profundos de la Iglesia. Cristo está, tanto presente con nosotros ahora, como que vendrá de nuevo, esta Navidad y al final de los tiempos.
En cierto modo, esta enseñanza es alucinante: ¿cómo puede alguien estar ya aquí y aún así estar viniendo? Es como si pasáramos nuestros días anhelando el regreso de un ser querido, únicamente para descubrir que ya está con nosotros.
En la primera lectura del tercer domingo de Adviento, el profeta Isaías (Is 61:1-2, 10-11) describe la anticipación que sentimos incluso cuando nos regocijamos en la presencia del Señor:
“En gran manera me gozaré en el Señor, mi alma se regocijará en mi Dios; porque Él me ha vestido de ropas de salvación, me ha envuelto en manto de justicia como el novio se engalana con una corona, como la novia se adorna con sus joyas. Porque como la tierra produce sus renuevos, y como el huerto hace brotar lo sembrado en él, así el Señor Dios[h] hará que la justicia y la alabanza broten en presencia de todas las naciones” (Is 61:10-11).
El Señor que está presente entre nosotros ahora actúa como un jardinero, plantando semillas que crecerán con el tiempo. Nos regocijamos en Su presencia, pero también anhelamos el día en que coseche lo que ha plantado en nosotros.
En la segunda lectura, san Pablo (1 Te 5:16-24) nos dice que debemos estar “siempre gozosos” (1 Te 5:16), orar “sin cesar” (1 Te 5:17) y en toda circunstancia “dar gracias” (1 Te 5:18).
Se supone que no debemos ser pesimistas o impacientes sino esperar con alegre esperanza a aquel que nos “santifique por completo” (1 Te 5:23), que es otra forma de decir que estamos esperando que las semillas plantadas en nosotros por el Espíritu Santo en nuestro bautismo rindan su fruto final. Nos regocijamos porque sabemos que un día el jardín de nuestras almas hará “brotar lo sembrado en él” (Is 61:11). Nuestro trabajo es cuidar el jardín, mantenerlo limpio de malas hierbas y alimañas, y esperar pacientemente los frutos de la labor de Dios para “que la justicia y la alabanza broten en presencia de todas las naciones” (Is 61:11).
La lectura del Evangelio de este domingo (Jn 1:6-8, 19-28) nos dice que Juan el Bautista, fue enviado por Dios para preparar un camino para la venida del Señor. Su papel hace 2,000 años era “testificar de la luz” (Jn 1:7) y bautizar “en agua” (Jn 1:26). Juan no era el Mesías, era su mensajero, e incluso ahora, sus palabras resuenan: enderecen el camino del Señor. Remuevan todos los obstáculos, y suavicen todas las asperezas, para que la venida del Señor pueda llenar nuestros corazones de alegría eterna.
El salmo responsorial del domingo Gaudete está tomado del Magnificat, el exuberante cántico de alabanza de la Santísima Virgen María:
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador;
porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí:
su nombre es santo,
y su misericordia llega a sus fieles
de generación en generación.
A los hambrientos los colma de bienes
y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo,
acordándose de la misericordia.
Unámonos a María en el regocijo por la cercanía de su Hijo, Jesús. Aquel que ya está con nosotros viene de nuevo para traer sanación, esperanza y alegría duradera a nuestro atribulado mundo. Y prestemos atención a las advertencias de san Juan Bautista haciendo todo lo que esté a nuestro alcance para prepararnos para la nueva venida del Señor. †