Cristo, la piedra angular
La Cuaresma es una época de oración, ayuno y limosna
El Miércoles de Ceniza (17 de febrero) y el Primer Domingo de Cuaresma (21 de febrero) se adelantan este año. Esto es una bendición ya que tenemos la oportunidad de experimentar más temprano la disciplina espiritual y la reflexión en oración que son las gracias especiales de esta temporada. La Cuaresma es un tiempo de curación y de preparación para la alegría de la Pascua.
La distribución de las cenizas se hizo de una forma un poco distinta este año. Según las instrucciones especiales que recibimos de la Congregación para el Culto Divino del Vaticano:
Después de bendecir las cenizas y rociarlas con agua bendita en silencio, el sacerdote se dirige a los presentes, recitando una vez la fórmula que se encuentra en el Misal Romano: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” o “recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás.”
En ese momento—continúa la nota—el sacerdote “se limpia las manos, se pone una mascarilla y distribuye la ceniza a los que se acercan a él o, si procede, se dirige a los que están de pie en su lugar”.
Luego le coloca la ceniza en la frente a cada persona “sin decir nada.”
Lo que fue diferente en las parroquias de todo el mundo este año fue el hecho de que, debido a la pandemia, después de colocar las cenizas en silencio, la advertencia de “arrepiéntete y cree en el Evangelio” o “recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás” se recitó una sola vez y no se dirigió a cada persona al recibir la ceniza. Lo que sí fue igual fue el reconocimiento público de que todos somos pecadores que necesitamos el poder curativo del Evangelio.
La lectura del Evangelio del primer domingo de Cuaresma (Mc 1:12-15) nos dice que “El Espíritu lo impulsó al desierto, y estuvo en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba con las fieras y los ángeles le servían” (Mc 1:12-13). El período de la Cuaresma recuerda el tiempo de Jesús en el desierto, y nos brinda la oportunidad de compartir esta experiencia mediante un compromiso renovado con las disciplinas espirituales de la oración, el ayuno y la limosna.
La primera y la segunda lectura de este domingo (Gn 9:8-15 y 1 Pe 3:18-22) hacen referencia a la promesa de Dios a Noé tras el gran diluvio que “devastó la tierra” (Gn 9:11) y estuvo a punto de destruir a toda la raza humana. San Pedro explica que este diluvio se “correspondía con el bautismo” (1 Pe 3:21).
Al igual que el sacramento de nuestro renacimiento en Cristo, la purificación que experimentamos durante la Cuaresma no se debe a “quitar las impurezas de la carne sino como apelación de una buena conciencia hacia Dios. Ahora él, habiendo ascendido al cielo, está a la diestra de Dios; y los ángeles, las autoridades y los poderes están sujetos a él” (1 Pe 3:21-22).
La Cuaresma es un tiempo de renovación espiritual, un tiempo para reconocer nuestro egoísmo y pecado, y una oportunidad para superar las tentaciones que nos distraen de vivir los valores del Evangelio que definen quiénes somos como discípulos misioneros de Jesucristo.
“Arrepiéntanse y crean en el Evangelio” es la invitación que hemos recibido de nuestro Salvador, Jesucristo. Junto con la otra admonición del Miércoles de Ceniza, “recuerda que eres polvo, y en polvo te convertirás,” es un poderoso recordatorio de que hay más en la vida que las seductoras promesas “del mundo, la carne y el diablo.” No solamente de pan vive el hombre, le dice Jesús a Satanás. Tenemos vidas espirituales que solamente pueden alimentarse de la Palabra de Dios que nos llega en las Escrituras, en los sacramentos (especialmente la Eucaristía) y en nuestro servicio a nuestras hermanas y hermanos necesitados.
La Cuaresma es la época de alimentar el alma, de sanar las heridas causadas por el pecado, y una oportunidad para dejar que la gracia del Espíritu Santo nos libere de cualquier cadena que nos ate a este mundo y a sus penas. El arco iris, que significa la promesa de Dios a Noé, es “la señal del pacto que establezco entre yo y ustedes, y todo ser viviente que está con ustedes, por generaciones, para siempre” (Gn 9:12).
Durante la Cuaresma, todos estamos invitados a pasar tiempo con Jesús en el desierto. Para aceptar esta invitación, debemos alejarnos de todas las cosas que nos distraen de la comunicación con Dios en la oración y abstenernos de aquellas actividades (por muy buenas que sean en sí mismas) que desvían nuestra atención del auténtico crecimiento espiritual.
Por último, para experimentar realmente el crecimiento espiritual que se nos ofrece durante este tiempo santo, tenemos que ser administradores generosos de todos los dones que Dios nos ha dado.
Que esta Cuaresma sea un tiempo de curación y esperanza para todos. Que nos acerquemos más a Cristo, y a los demás, en este tiempo de Cuaresma. †