Cristo, la piedra angular
El milagro de Caná y un matrimonio bendecido por Dios
“Cuando el vino se acabó, la madre de Jesús le dijo: ‘Ya no tienen vino. ‘Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo?’ respondió Jesús. ‘Todavía no ha llegado mi hora.’ Su madre dijo a los sirvientes: ‘Hagan lo que él les ordene.’ ” (Jn 2:3-5)
La lectura del Evangelio del segundo domingo del tiempo ordinario narra la conocida historia del milagro obrado por Jesús en un banquete de bodas en Caná.
No conocemos a la pareja de recién casados cuyo festejo de boda se salvó por poco de convertirse en un desastre al quedarse sin vino, pero podemos decir con certeza que su unión fue bendecida por Dios. El Hijo de Dios y su Santísima Madre no solo estuvieron presentes durante el banquete de bodas, lo que ya de por sí era una gran bendición, sino que intervinieron y salvaron a los novios asegurándose de que esta solemne ocasión no se viera empañada por un grave pecado contra la hospitalidad.
Durante los últimos 2,000 años, muchos se han preguntado por qué el primer milagro de Jesús no fue más dramático, como el de los panes y los peces o el de la resurrección de Lázaro. El propio Jesús sugiere que este no era el momento ni el lugar más apropiado para revelar su misión divina y, sin embargo, cede a la instrucción de su madre a los servidores: “Hagan lo que él les ordene” (Jn 2:5).
En consecuencia, el primer signo público de nuestro Señor es una manifestación doméstica de su divinidad, no muy diferente de su nacimiento milagroso unos 30 años antes en un establo poco conspicuo de la pequeña ciudad de Belén.
La historia de la concepción y el nacimiento de Jesús es también la historia de un matrimonio bendecido por Dios en las circunstancias más extraordinarias. En esa historia, fue el Arcángel Gabriel quien, en efecto, dijo a María, y luego a José, “Haz lo que [Dios] te ordene.” Y puesto que María y José fueron obedientes y cumplieron instrucciones que no necesariamente tenían sentido para ellos, se llevó a cabo la salvación que se nos prometió desde la desobediencia original de nuestros primeros padres.
María tiene el respeto de su hijo adulto porque sabe lo que ella ha sacrificado al cumplir la voluntad de Dios. Ordena a los sirvientes que hagan todo lo que su hijo les ordene porque sabe que él tiene la compasión y el poder para componer una situación imposible. No ruega, ni discute, ni engatusa a nadie,
y menos a su hijo. Se limita a exponer el caso: “Ya no tienen vino” (Jn 2:3). Entonces, instruye a los sirvientes que hagan lo que Jesús les mande.
Ninguno de los milagros de Jesús, o “señales,” como los llama san Juan, tiene por objeto mostrar su poder, sino que apuntan a algo mucho más profundo. El milagro de los panes y los peces ilustra la capacidad de Dios de satisfacer nuestros corazones hambrientos, especialmente a través de su presencia real en la Eucaristía. El milagro de la resurrección de Lázaro es un poderoso recordatorio de que solamente Dios tiene autoridad sobre la vida y la muerte. Y el milagro que hizo Jesús en las bodas de Caná demuestra que si seguimos la voluntad de Dios, tanto en lo pequeño como en lo grande, todo marchará bien.
“Hagan lo que él les ordene” es algo más que un buen consejo de nuestra Santa Madre María; es el principio por el que se ha regido toda su vida. Sabe por experiencia propia que este tipo de obediencia es el único modo de vivir si queremos crecer en santidad y convertirnos en fieles discípulos misioneros de Jesucristo. Si hacemos lo que nos ordena, todo irá bien.
El proceso sinodal que el Papa Francisco inauguró el pasado otoño nos invita a encontrarnos con Jesús, a escuchar en oración la Palabra de Dios y a los demás, y a discernir la voluntad de Dios para nuestra Iglesia. Debemos mirar a María en nuestro camino, y debemos seguir sus palabras (y su ejemplo) haciendo todo lo que su hijo, Jesús, nos diga que hagamos.
Los esposos de Caná, cuya boda fue bendecida por Dios, son también un milagro (o señal) de Dios. Nos animan a santificar este gran sacramento y nos recuerdan que, sean cuales sean las dificultades que haya que afrontar en el curso de la vida matrimonial, Jesús y su madre están presentes. Jesús y María acompañan a cada esposa y a cada esposo en su camino juntos, y afirman que si cada pareja puede escucharse mutuamente y buscar la voluntad de Dios para su matrimonio y su familia, todo irá bien.
“Hagan lo que él les ordene” debería ser el principio rector para todos los que buscan seguir a Jesús y vivir vidas pacíficas y productivas de amor y servicio. Acudamos a María y pidámosle que nos ayude a encontrar a su hijo, a escucharnos unos a otros y a descubrir la voluntad de Dios para nosotros. †