Cristo, la piedra angular
El amor busca el bien del otro y desea la cercanía
“El amor es una fuerza que unifica, por la cual el otro se une a mí y yo lo amo. … Lo que amamos nos dice quiénes somos.” (Santo Tomás de Aquino)
El viernes 28 de enero nuestra Iglesia nos invita a recordar a santo Tomás de Aquino, brillante pensador y maestro, hombre humilde y santo, cuya enseñanza ha inspirado a muchas generaciones de fieles cristianos. Se dice que al final de la vida de Tomás, el Señor le preguntó qué quería como recompensa por su fiel servicio. “Solo a ti,” fue su respuesta inmediata.
Al dar esta respuesta, santo Tomás practicaba lo que predicaba. En sus sermones y otros escritos sobre la naturaleza del amor, Tomás identificó dos características principales de la virtud del amor: en primer lugar, el amor busca siempre el bien del otro, lo que es verdaderamente mejor para el ser amado. En segundo lugar, un amante busca estar unido lo más estrechamente posible al ser amado; un verdadero amante no soporta estar separado del ser amado. Estas dos características fundamentales, la bondad y la unidad, definen el verdadero amor. Cuando faltan uno u otro, el amor es débil o está ausente.
Santo Tomás no enseña en ninguna parte que el amor sea egoísta o que busque la autogratificación. La imagen que suele dar nuestra cultura distorsiona la comprensión del amor que encontramos en las palabras y el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo, y en la vida de las mujeres y los hombres santos que comparten con nosotros sus experiencias de amar y ser amados. Los cristianos creemos que el verdadero amor implica sacrificio, la voluntad de renunciar a nuestras propias necesidades y deseos por el bien del otro. El verdadero amor también busca la unidad con el amado.
En primer lugar, por supuesto, anhelamos estar unidos a Dios, que nos amó tanto que sacrificó a su único Hijo, Jesucristo, por el bien de nuestra salvación.
La unión con el Dios trino, y con todos nuestros hermanos y hermanas en Cristo, es el objetivo último del amor cristiano. A medida que crecemos en el amor, buscamos más intensamente el bien de los demás, y nos acercamos gradualmente a la auténtica unidad con Dios y con toda la humanidad.
Jesucristo es el amante por excelencia; su vida entera y su ministerio estuvieron dedicados a ayudar a los demás: a los pobres, a los enfermos, a los que sufren de mente y corazón, a los perseguidos y a los marginados. Incluso los «justos» que se autoengañan encuentran lo que es verdaderamente mejor para ellos en la predicación y la atención pastoral de Jesús. Además, los Evangelios revelan el profundo anhelo de nuestro Señor por la unidad con su Padre, con su rebaño disperso y con toda la familia humana: “para que todos sean uno. Padre, así como tú estás en mí y yo en ti” (Jn 17:21). Jesús siempre buscó el bien, estar cerca de nosotros y atraernos a la relación de amor que tiene con el Padre y el Espíritu Santo.
Las dos características del amor que nos enseñó santo Tomás de Aquino (bondad y unidad) son una guía útil en nuestro propio examen de conciencia. En nuestras reflexiones diarias, deberíamos preguntarnos: ¿Busco realmente lo mejor para mi familia y dejo de lado mis propias necesidades y deseos por el bien de los que amo? ¿Cómo demuestro eficazmente mi deseo de estar cerca de las personas que quiero? ¿Estoy distante, no respondo o no estoy totalmente interesado en la vida de los demás?
Una vez que hayamos examinado la calidad de nuestro amor por nuestros seres queridos más cercanos, deberíamos plantearnos preguntas similares sobre nuestra relación con los que están fuera de nuestro círculo íntimo. ¿Qué pasa con nuestros vecinos, nuestros conciudadanos o extraños? ¿En verdad deseamos lo mejor para ellos, incluso si eso nos incomoda? ¿Buscamos acercarnos a las personas que están alejadas de nosotros desde el punto de vista cultural, étnico, político o religioso?
El verdadero amor exige que cambiemos nuestros corazones y acciones. Requiere que dejemos que el Espíritu Santo guíe nuestros pensamientos y nuestro comportamiento para que podamos “revestirnos de Cristo” y ser mujeres y hombres al servicio de los demás.
Pidamos a santo Tomás de Aquino, el Doctor Angélico, que interceda por nosotros. Que las dos características del amor se manifiesten en nuestra vida cotidiana, y que reconozcamos el verdadero amor en nosotros mismos y en los demás como signos de la cercanía de Dios con nosotros y de su deseo de lo que es verdaderamente bueno para nosotros.
Y recemos juntos con las palabras utilizadas en la misa de hoy, tomadas de la colecta para el memorial de santo Tomás de Aquino, el 28 de enero:
Oh Dios, que hiciste a santo Tomás de Aquino destacado en su celo por la santidad y su estudio de la doctrina sagrada, te pedimos que nos concedas entender lo que él enseñó e imitar lo que logró. †