Cristo, la piedra angular
Jesús nos invita a confiar en él, a seguirlo y a arriesgarlo todo por él
“Nuestros corazones resuenan con las palabras de Jesús cuando un día, después de hablar a las multitudes desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a ‘remar mar adentro’ para pescar: ‘duc in altum’ [Lc 5:4]. Pedro y sus primeros compañeros confiaron en las palabras de Cristo y echaron las redes. ‘Así lo hicieron, y recogieron una cantidad tan grande de peces que las redes se les rompían’ ” (Lc 5:6).
—Papa San Juan Pablo II
La lectura del Evangelio del quinto domingo del tiempo ordinario (Lc 5:1-11) puede considerarse un resumen de las seis etapas del discipulado cristiano: 1) el reconocimiento de la necesidad de salvación, 2) la invitación de Cristo a confiar en él aunque no entendamos por qué, 3) la respuesta del discípulo, 4) los milagros cotidianos que se producen, 5) el asombro y el sentimiento de ser indignos, y 6) la llamada a ser evangelistas que proclaman la Buena Nueva de la salvación en Cristo.
Es mucho lo que hay que considerar en un pasaje relativamente pequeño de la Sagrada Escritura, pero si se escucha con atención la proclamación del Evangelio de este domingo en la misa, los seis elementos están presentes.
Simón Pedro y sus compañeros acaban de regresar de una noche de pesca infructuosa. Jesús utiliza una de sus barcas como plataforma para predicar a la multitud que se ha reunido. Después le dice a Simón: “Lleva la barca hacia aguas más profundas, y echen allí las redes
para pescar” (Lc 5:4). Simón responde: “Maestro, hemos estado trabajando duro toda la noche y no hemos pescado nada. Pero, como tú me lo mandas, echaré las redes” (Lc 5:5).
Estas dos frases describen un profundo encuentro entre los discípulos y su Señor. Jesús reconoce su necesidad, y la frustración que sienten, y les ordena hacer algo que, como pescadores profesionales, creen que es una pérdida de tiempo y esfuerzo. Y sin embargo, Simón, su reticente líder, acepta de buen grado. Salen a las profundidades y capturan más peces de los que pueden manejar.
En este momento de encuentro con Jesús, los discípulos experimentan de primera mano la abundancia que proviene de la generosidad de Dios. No solo recuperan las pérdidas de la noche anterior, sino que recogen tantos peces que sus redes se rompen
y sus barcos corren peligro de hundirse. Se trata de un asombroso milagro cotidiano, como el del vino en Caná, o las cestas de comida que sobraron tras la multiplicación de los panes y los peces.
Una vez más, es Simón Pedro quien responde. Como nos dice san Lucas:
“Al ver esto, Simón Pedro cayó de rodillas delante de Jesús y le dijo:—¡Apártate de mí, Señor; soy un pecador! Es que él y todos sus compañeros estaban asombrados ante la pesca que habían hecho, como también lo estaban Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón.—No temas; desde ahora serás pescador de hombres—le dijo Jesús a Simón” (Lc 5:8-10).
Esta es la quinta etapa del discipulado cristiano: el asombro y el sentimiento de ser indignos. Pedro tiene un agudo sentido de su incapacidad en esta situación. Se sabe pecador y, como todos los grandes santos, protesta porque no pertenece a la compañía del Hijo de Dios.
Jesús no acepta la petición de Simón Pedro de ser eximido de las responsabilidades del discipulado. Por el contrario, deja claro que Pedro y sus compañeros no tienen nada que temer porque, a partir de ahora, serán evangelistas a tiempo completo (pescadores hombres y mujeres en lugar de peces). Su respuesta a esta sexta etapa del discipulado es sencilla. San Lucas nos dice, “así que llevaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, siguieron a Jesús” (Lc 5:11).
Esta selección del Evangelio de san Lucas era una de las favoritas del Papa San Juan Pablo II, quien frecuentemente se refería al mandato de Jesús, “Duc in altum” (“remar mar adentro”), como una invitación a confiar, seguir y arriesgar todo por nuestro Señor y Salvador.
Tal como nuestro Santo Padre lo plantea:
“¡Duc in altum! Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: ‘Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre’ (Heb 13,8; San Juan Pablo II, carta apostólica “Novo Millennio Ineunte” #1).
Se nos invita a experimentar las seis etapas del discipulado en nuestra propia vida (pasada, presente y futura) y a responder generosamente a Jesús incluso cuando sus mandatos parezcan poco razonables.
Con nuestra Santa Madre María, San Pedro y todos los santos, se nos invita a decir “sí” y a “remar mar adentro” con la confianza de que no debemos tener miedo porque Jesús está con nosotros y nos recompensará con la abundante generosidad de Dios.
¡Duc in altum! Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. †