Cristo, la piedra angular
Estar abiertos a la gracia de Dios para poder ofrecer misericordia
La lectura del Evangelio del séptimo domingo del Tiempo Ordinario (Lc 6:27-38) nos habla acerca de la misericordia de Dios y nos recuerda que Jesús nos ha exhortado a que dejemos de lado nuestra tendencia a juzgar a los demás y, en vez de ello, que seamos misericordiosos como nuestro Padre que está en el cielo.
De hecho, el Señor nos dice que debemos amar y perdonar incluso a nuestros enemigos. “Amen a sus enemigos—nos dice Jesús—háganles bien y denles prestado sin esperar nada a cambio. Así tendrán una gran recompensa y serán hijos del Altísimo, porque él es bondadoso con los ingratos y malvados. Sean compasivos, así como su Padre es compasivo” (Lc 6:35-36).
Esto no es lo que queremos oír. Queremos misericordia para nosotros mismos y para los que están cerca de nosotros (los nuestros), pero no
para los que nos han hecho daño, nuestros enemigos. Para los que han pecado contra nosotros, queremos justicia, no misericordia. Queremos que los castiguen, que sientan el dolor y el rechazo que creemos que merecen.
Este tipo de reacción es comprensible, especialmente para quienes han sufrido graves daños a manos de enemigos en tiempos de guerra o de delincuentes violentos que han cometido violaciones, asesinatos u otras ofensas brutales contra ellos. Nos sentimos fuertemente tentados a buscar la venganza, y a exigir que esos delincuentes reciban el máximo castigo.
Jesús exige algo que parece imposible, incluso contrario a la justicia:
“Pero a ustedes que me escuchan les digo: Amen a sus enemigos, hagan bien a quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los maltratan. Si alguien te pega en una mejilla, vuélvele también la otra. Si alguien te quita la camisa, no le impidas que se lleve también la capa. Dale a todo el que te pida y, si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames. Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes” (Lc 6:27-31).
“Poner la otra mejilla” parecería una debilidad o una inacción. Todo en nuestro interior clama venganza; queremos luchar y ver a nuestros enemigos derrotados y humillados; no queremos perdonar ni rezar por nuestros enemigos. Queremos justicia (tal y como la entendemos), y queremos que se nos reivindique públicamente, que se nos vea como personas que han corregido las ofensas que otros nos han hecho.
Este no es el camino de Jesús. Nuestro Señor sabe que desde la perspectiva de Dios no hay división entre la justicia y la misericordia. En Dios, estas dos cualidades son una sola. Están unidas por el amor irrestricto e incondicional de Dios, y por la gracia que nos extiende, que si somos capaces de aceptarla nos permitirá perdonar a nuestros enemigos como Dios nos ha perdonado a nosotros.
“No juzguen, y no se les juzgará” dice Jesús. “No condenen, y no se les condenará. Perdonen, y se les perdonará” (Lc 6:37). Dios nos ama y nos perdona incondicionalmente, pero para que podamos experimentar su misericordia, primero debemos amar y perdonar a los demás. Mientras nuestros corazones estén llenos de ira, resentimiento y deseo de venganza, nos aislamos del poder sanador de la gracia de Dios.
Afirmamos esta verdad cada vez que rezamos en el Padrenuestro: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden.” Buscamos la misericordia de Dios, pero reconocemos que no podemos recibirla plenamente sin ser primero misericordiosos nosotros mismos. “Porque con la vara que midas serás medido” (Lc 6:38).
Es imposible entender plenamente cómo o por qué Dios es capaz de ser justo y misericordioso al mismo tiempo. Aunque no tenga sentido para nosotros (o incluso aunque sintamos que es un error) debemos amar a nuestros enemigos y rezar
por quienes han pecado contra nosotros. Tenemos que dejar de lado nuestros deseos de venganza y recibir con los brazos abiertos el tipo de aceptación pacífica y no violenta que Jesús demostró en la cruz cuando imploró: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34).
Jesús nos exige a nosotros, sus discípulos misioneros, un estándar más elevado y nos dice que:
“Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. ¿Qué mérito tienen ustedes al amar a quienes los aman? Aun los pecadores lo hacen así. ¿Y qué mérito tienen ustedes al hacer bien a quienes les hacen bien?” (Lc 6:31-33).
Debemos dar sin esperar nada a cambio, amar a los que no son amables y perdonar lo imperdonable.
Recemos para que estemos abiertos a la gracia de Dios, para que podamos ser misericordiosos, al igual que nuestro Padre celestial. †