Cristo, la piedra angular
El Buen Pastor atiende a todas las ovejas sin excepción
“Te he puesto por luz para las naciones, a fin de que lleves mi salvación hasta los confines de la tierra” (Hch 13:47).
El cuarto domingo de Pascua tradicionalmente se denomina el Domingo del Buen Pastor. Las lecturas de las Escrituras de este domingo destacan la paradoja que nos enseña el Cordero de Dios que es también el Buen Pastor.
Jesús es humilde y gentil como un cordero de sacrificio. Pero también es contundente y firme en su capacidad de guiarnos y dirigirnos a nosotros, el rebaño que ha elegido como propio. Su mansedumbre es fuerza, y su sumisión a la voluntad del Padre es decisiva, todo lo cual nos indica el camino que debemos seguir.
En la lectura del Evangelio del Domingo del Buen Pastor, Jesús se identifica con su rebaño:
“Mis ovejas oyen mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, y nunca perecerán, ni nadie podrá arrebatármelas de la mano. Mi Padre, que me las ha dado, es más grande que todos; y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar. El Padre y yo somos uno” (Jn 10:27-30).
Existe una cercanía entre Jesús y los que le siguen, y un vínculo que jamás puede romperse (“y de la mano del Padre nadie las puede arrebatar”). Esta conexión íntima entre Jesús y sus seguidores (todos nosotros) refleja el vínculo entre Jesús y su Padre, y nos asegura que, dado que Jesús y su Padre son uno, mientras estemos cerca de Jesús, permaneceremos seguros en las manos amorosas del Padre por el poder del Espíritu Santo.
Esta gran noticia de nuestro vínculo inquebrantable con el Dios trino no es algo que debamos guardarnos para nosotros como una señal secreta o una contraseña entre los miembros de un grupo elitista.
Por el contrario, tal como leemos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 13:43-52), es una noticia que debe ser compartida “hasta los confines de la tierra” (Hch 13:47). El cuidado amoroso que nos ha dado el Buen Pastor está destinado a todos: judíos y gentiles, ricos y pobres, personas socialmente aceptables y parias. Todos estamos en las manos de Dios; por lo tanto, todos, sin excepción, están invitados a disfrutar de los cuidados tiernos y pastorales de quienes siguen a Jesús, el Buen Pastor.
En la segunda lectura del Domingo del Buen Pastor (Ap 7:9, 13-17), san Juan Evangelista nos dice:
“Miré, y apareció una multitud tomada de todas las naciones, tribus, pueblos y lenguas; era tan grande que nadie podía contarla. Estaban de pie delante del trono y del Cordero, vestidos de túnicas blancas y con ramas de palma en la mano. [...] Entonces uno de los ancianos me preguntó:
—“Esos que están vestidos de blanco, ¿quiénes son, y de dónde vienen?
—Eso usted lo sabe, mi señor—respondí.
Él me dijo:
—Aquellos son los que están saliendo de la gran tribulación; han lavado y blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero” (Ap 7:9, 13-14).
Lo que san Juan imagina es una Iglesia abierta a todos. Todos los que perseveren y permanezcan fieles sobrevivirán a la “gran tribulación,” el fin de los tiempos, y se unirán a Cristo el Cordero que se sienta en su trono celestial.
San Juan afirma que: “el que está sentado en el trono les dará refugio en su santuario. Ya no sufrirán hambre ni sed. No los abatirá el sol ni ningún calor abrasador. Porque el Cordero que está en el trono los pastoreará y los guiará a fuentes de agua viva; y Dios les enjugará toda lágrima de sus ojos” (Ap 7: 15-17). Con esta poderosa visión de esperanza se nos muestra en todo su esplendor la plenitud del cuidado que el Buen Pastor le dispensa a su pueblo y a toda la creación de Dios.
Nunca más el pueblo de Dios experimentará la tristeza, el hambre y la sed, la enfermedad o los horrores de la guerra. Como cantamos en el salmo responsorial de este domingo (Sal 100):
“Reconozcan que el Señor es Dios;
él nos hizo, y somos suyos.
Somos su pueblo, ovejas de su prado.
Porque el Señor es bueno y su gran amor es eterno;
su fidelidad permanece para siempre” (Sal 100: 3, 5).
El Buen Pastor da la vida por nosotros; envía a su Espíritu Santo para que vele por nosotros y nos guíe en nuestro viaje sinodal hacia la patria celestial. Incluso en tiempos de persecución y dificultad, tenemos confianza en que la atención pastoral de Jesús, el Buen Pastor, nos consolará y nos dará el valor necesario para perseverar.
Siguiendo el ejemplo de Pablo y Bernabé en la primera lectura del domingo de los Hechos de los Apóstoles, aprendamos a “sacudirnos el polvo de los pies” en señal de protesta contra todo lo que nos perjudique. ¡Que podamos compartir generosamente esa alegría con el Espíritu Santo durante la época de la Pascua y siempre! †