Cristo, la piedra angular
La Virgen de Fátima nos pide que recemos por la conversión y la paz
“El 13 de mayo de 1917, los niños pastores informaron haber visto a una mujer ‘más brillante que el sol que irradiaba rayos de luz más claros y fuertes que una copa de cristal llena del agua más reluciente y atravesada por los rayos ardientes del sol.’ ” (Agencia de Noticias Católica, Nuestra Señora de Fátima)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 13 de mayo, la celebración del memorial de Nuestra Señora de Fátima. No se trata de una fiesta solemne como la Asunción que celebramos el 15 de agosto, o la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre, pero sigue siendo una ocasión para rezar y reflexionar seriamente. En tiempos como estos resulta especialmente importante que recordemos las apariciones de la Santísima Virgen María a tres niños en Portugal durante los primeros años del siglo XX.
La Iglesia ha declarado la historia de las apariciones de la Virgen a Lúcia dos Santos y a sus primos, Francisco y Jacinta Marto, en la Cova da Iria en Fátima, Portugal, en 1917, como eventos “dignos de fe.”
Millones de peregrinos han visitado el santuario de Nuestra Señora de Fátima, muchos de los cuales han experimentado curas milagrosas, así como también la sanación de mentes y almas perturbadas. Los católicos creemos que María permanece cerca de nosotros, involucrándose en nuestra vida diaria, así como intercediendo en los asuntos más amplios del mundo. Acudimos a ella en tiempos de crisis porque sabemos que se preocupa por nosotros como hijos suyos que somos, y porque creemos que su intercesión es poderosa y eficaz.
Precisamente este año, en otra fiesta mariana, la Anunciación del Señor, el 25 de marzo, nuestra Arquidiócesis se unió al Papa Francisco para consagrar públicamente a los pueblos de Ucrania y Rusia que sufren en este momento, así como a toda la humanidad al Corazón Inmaculado de María. Este acto de consagración fue solicitado por primera vez por la Virgen María cuando se apareció a los tres niños portugueses hace 105 años. Las apariciones originales tuvieron lugar durante los seis meses que precedieron a la revolución bolchevique en Rusia, cuando el mundo estaba en guerra, y los niños contaron que la Señora les habló de la necesidad de rezar, especialmente por Rusia.
Ahora, más de 100 años después, en medio de la agitación de la “operación militar especial” de 2022 de Rusia en Ucrania, las sanciones contra Rusia y los temores de una guerra nuclear, los obispos católicos de rito latino del episcopado de Ucrania solicitaron que el Papa Francisco “... realice públicamente el acto de consagración al Sagrado Corazón Inmaculado de María de Ucrania y Rusia, como lo pidió la Santísima Virgen en Fátima.” Nuestra Arquidiócesis y las diócesis de todo el mundo se unieron a este solemne acto de consagración.
Como el papa Francisco ha señalado: “Cuando María dijo ‘Soy la esclava del Señor’ [Lc 1:38] en respuesta a la noticia de que se convertirá en la Madre de Dios, no dijo: ‘Esta vez haré la voluntad de Dios porque estoy disponible; más adelante veré.’ El suyo fue un sí total, sin condiciones.”
En lugar de imitar esta actitud de María, el Santo Padre dice: “Somos expertos en los ‘sí a medias’: somos buenos para fingir que no entendemos lo que Dios quiere y la conciencia sugiere.” Por eso nos dirigimos a María, Reina de la Paz, para que nos ayude a superar nuestros miedos, dudas y reticencias y nos muestre el camino hacia su Hijo, Jesús, fuente de la verdadera justicia y la paz. María nos arma con su valor al mismo tiempo que nos consuela con su ternura.
Cada “sí” completo y sin reservas que le decimos a Dios es el comienzo de una nueva historia, nos dice el papa Francisco. Decirle sí a Dios es el testimonio que nos dan los santos, especialmente María nuestra madre y nuestra estrella guía. Veneramos a María como la vieron los niños de Fátima: “más brillante que el Sol,” porque nos señala a Jesús e ilumina el camino que Él desea que sigamos en la vida.
Tenemos la bendición de contar con muchas formas de expresar nuestro amor por María. El rosario, que María instó a los niños de Fátima (y a todos nosotros) a rezar, es la forma más popular de devoción mariana.
Cuando lo rezamos, tenemos una oportunidad especial de meditar sobre los episodios de la vida de Cristo, los sagrados misterios de nuestra redención, incluso cuando pedimos a nuestra Madre Santísima que interceda por nosotros mientras luchamos por seguir a su hijo como discípulos misioneros llamados a dar testimonio de su paz.
Cuando consagramos a nuestros hermanos y hermanas de Rusia y Ucrania al Corazón Inmaculado de María, reconocemos que son compañeros de la familia de Dios que necesitan la protección y el tierno cuidado de nuestra Santísima Madre.
Que María, la Madre de Dios, acepte nuestra oración: Regina pacis, ora pro nobis! (Reina de la Paz, ruega por nosotros). †