Cristo, la piedra angular
Amar a Jesús requiere tanto palabras como acciones
“¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14:21).
La lectura del Evangelio del sexto domingo de Pascua (Jn 14:23-29) nos recuerda que el verdadero amor es una cuestión de acción más que de palabras. Jesús les dice a sus discípulos, y a todos nosotros, que “el que me ama, obedecerá mi palabra, y mi Padre lo amará, y haremos nuestra morada en él” (Jn 14:23).
Y prosigue: “El que no me ama, no obedece mis palabras. Pero estas palabras que ustedes oyen no son mías, sino del Padre, que me envió” (Jn 14:24).
¿Qué significa para nosotros la frase “obedece mis palabras”? Es más que una obediencia ciega, hacer algo simplemente porque nos lo han dicho. Para obedecer las palabras de Jesús, debemos acatarlas y aceptarlas como provenientes de alguien que sabe lo que más nos conviene.
Al igual que la Santísima Virgen María, que guardaba la Palabra de Dios en su corazón, se nos invita a guardar las palabras de Jesús en el corazón como un acto de amor (además de obediencia) con la confianza que nace de la fe de que sus mandatos no son caprichosos ni arbitrarios. De hecho, guardamos las palabras de Jesús porque creemos que están llenas de sabiduría divina, y porque reflejan la voluntad de nuestro Padre celestial que nos ama y quiere que estemos unidos a Él.
Guardamos y obedecemos las palabras de Jesús, y discernimos cuál es la voluntad de Dios para nosotros por medio de un proceso sinodal, un viaje de toda la vida, que implica la lectura atenta de las Escrituras, el encuentro con Jesús en los sacramentos, y la participación en la misión y los ministerios de nuestra Iglesia. En su expresión más simple y más poderosa a la vez, obedecemos las palabras de nuestro Señor y Salvador cuando nos amamos unos a otros como Él nos ama.
“Ama y haz lo que quieras,” escribió san Agustín; con esto no sugería que “todo se vale con tal de que se parezca al amor.” Eso es autoengaño, no amor verdadero. Lo que san Agustín quería decir es que las acciones motivadas por un amor genuino, desinteresado y sacrificado son las únicas formas realmente eficaces de expresar nuestro amor a Dios y al prójimo. Por lo tanto, si nuestro amor es genuino nos ayudará a estar abiertos a la guía que solamente puede provenir de Dios, y nos enseñará a realizar la siguiente acción acertada.
Como nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo: “Pero el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas y les hará recordar todo lo que les he dicho” (Jn 14:26).
Podemos obedecer las palabras de Jesús porque el Espíritu Santo es nuestro guía infalible, el representante que nos enseña cuál es la voluntad de Dios para con nosotros. Nos recuerda las palabras que pronunció Jesús y que nos ordenan amarnos y perdonarnos unos a otros como Dios nos ama y nos perdona.
Al permitir que el Espíritu Santo nos anime y dirija nuestras acciones, expresamos nuestro amor por Jesús, tanto en nuestras palabras como en nuestras acciones. “¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece” como nos dice Jesús (Jn 14:21). “Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él” (Jn 14:21).
Asimismo, afirmó: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8:31-32). Conocer los mandamientos de Jesús y cumplirlos es la manera de mantenernos fieles a su palabra. El resultado es que el amor de Dios—su gracia santificadora—llena nuestros corazones de amor y bondad. Como resultado, podemos experimentar la paz, el amor y la alegría que solamente provienen de la unión con Dios aquí en esta vida y en toda la eternidad.
Al final, el amor es lo único que importa. Al obedecer las palabras de Jesús, conocer y cumplir sus mandamientos, y abrir nuestros corazones y mentes a la guía del Espíritu Santo, nos mostramos como personas que se mantienen en el amor de Dios. Jesús nos dice: “La paz les dejo; mi paz les doy. Yo no se la doy a ustedes como la da el mundo. No se angustien ni se acobarden” (Jn 14:27).
Mientras continuamos nuestra celebración del tiempo de Pascua y nos preparamos para el Sínodo de los Obispos del próximo año, recemos para recibir la guía y la gracia de cumplir las palabras de Jesús, de modo que el amor de Dios esté con nosotros a medida que cumplimos con su mandamiento de amar a Dios y al prójimo. †