Cristo, la piedra angular
La Santísima Trinidad revela el misterio del amor de Dios
Una de las grandes paradojas de nuestra fe cristiana es la doctrina de la Santísima Trinidad, cuya solemnidad celebramos este domingo 12 de junio. Estamos acostumbrados a pensar en la Trinidad como un misterio, y con razón, pero la paradoja de este gran misterio es que, en lugar de confundirnos, pretende ser una enseñanza que revela quién es Dios y nos ayuda a entender mejor su relación con nosotros.
Según el Catecismo de la Iglesia Católica, “Veneremos un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las Personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo una es la divinidad, igual la gloria, coeterna la majestad
[Símbolo “Quicumque”: DS, 75]” (#266). Esta definición clásica de la Santísima Trinidad afirma la creencia cristiana fundamental de que Dios es tres en uno, pero como es un misterio no podemos dejar de preguntarnos qué significa para nosotros esta diversidad divina en la unidad.
La explicación sencilla, de una sola palabra, es el amor. Es el amor del Padre el que engendra al Hijo, y ese mismo amor divino el que une al Padre y al Hijo en el Espíritu Santo. El amor de Dios une; nunca divide. El amor de Dios crea el universo y todo lo que contiene.
Ese mismo amor divino redime nuestra humanidad caída y santifica (hace santa) a toda la creación en Cristo. El amor de Dios sana y restaura la creación. Nunca derriba o desintegra lo que está destinado a ser bueno.
Tal como leemos en el catecismo: “El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo” (#261). En la esencia de este misterio se encuentra el amor y el amor que expresa el Padre en su Hijo y a través de él, es lo que nos revela este gran misterio por el poder del Espíritu Santo.
El amor es Dios; es también la forma en que Dios se relaciona consigo mismo y con todo lo que ha hecho, tanto visible como invisible. Cuando nos encontramos con el amor de Dios, que es puro y santo, no hay necesidad de preguntarse por qué Dios envió a su único Hijo para redimirnos de nuestros pecados, o por qué el Espíritu Santo desciende para transformarnos de personas débiles y temerosas a testigos audaces y valientes de las tres personas en un solo Dios. El amor divino es sorprendente en su simplicidad y desprendimiento; nos ayuda a ver las cosas bajo una nueva luz y a comprender verdades que antes nos desconcertaban.
Cada vez que presenciamos los sacrificios que los padres hacen por sus hijos, comprendemos el tipo de amor que une a las tres personas de la Santísima Trinidad en un solo Dios. Cada vez que vemos a los socorristas dirigirse a situaciones de peligro de las que otros, comprensiblemente, huyen, somos testigos del tipo de amor que impulsó al Padre a enviar al Hijo para salvarnos de nuestros pecados. Y cada vez que observamos milagros de curación—ya sean físicos, emocionales o espirituales—realizados por profesionales de la medicina, consejeros o líderes religiosos, nos encontramos con la gracia del Espíritu Santo actuando en nuestro mundo. Todos estos ejemplos revelan el amor de Dios en acción, obrando para superar las manifestaciones del pecado y del mal que nos rodean.
Según leemos en el Evangelio de la Solemnidad de la Santísima Trinidad:
“Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no podrían soportar. Pero, cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad, porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá solo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes. Todo cuanto tiene el Padre es mío. Por eso les dije que el Espíritu tomará de lo mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Jn 16:12-15).
El misterio trinitario está más allá de nuestra comprensión: “que por ahora no podrían soportar” nos dice Jesús (Jn 16:12). Pero cuanto más abramos nuestras mentes y nuestros corazones a la realidad del amor de Dios, y cuanto más nos convirtamos nosotros mismos en personas bondadosas, amorosas y misericordiosas, más llegaremos a apreciar plenamente quién es
Dios y cómo se relaciona con nosotros.
El amor es la clave para entender el misterio de las tres personas en un solo Dios. Cuanto más amorosos seamos, más parecidos a Dios seremos, y más podremos entender quién es Dios y cuánto nos ama.
Que tengan un bendecido domingo de la Santísima Trinidad. †