Cristo, la piedra angular
El Sagrado Corazón de Jesús nos alimenta con la Eucaristía
“Los planes del Señor quedan firmes para siempre; los designios de su mente son eternos. Él los libra de la muerte, y en épocas de hambre los mantiene con vida” (Sal 33:11, 19).
El domingo pasado celebramos el Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus Christi) e inauguramos un Renacimiento Eucarístico de tres años aquí en nuestra Arquidiócesis y en las diócesis de todo Estados Unidos. Hoy, menos de una semana después, tenemos el privilegio de celebrar la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la fiesta que nos recuerda el gran amor que el hijo de Dios, Jesús, tiene por cada uno de nosotros, sus hermanas y hermanos.
Uno de los pasajes más conocidos y citados del Nuevo Testamento es: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él cree no se pierda mas tenga vida eterna” (Jn 3:16).
En apenas una frase, san Juan Evangelista nos dice todo lo que debemos saber sobre la vida, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Vivió entre nosotros como resultado directo del amor de Dios por nosotros y por toda su creación. Sufrió, murió y descendió a los infiernos para rescatarnos del poder del pecado y de la muerte. Y resucitó de entre los muertos y ascendió a su Padre para que fuéramos liberados y poder vivir con él para siempre en el cielo.
Para alimentar y sostener nuestro camino terrenal, el Señor del Amor envió al Espíritu Santo para darnos el valor y la confianza que necesitamos para ser sus discípulos. También nos dio el regalo de amor más precioso que se pueda imaginar: se entregó a sí mismo, en forma de pan y de vino, transformado radical y sustancialmente mediante el misterio eucarístico, en su cuerpo y sangre, alma y divinidad. El Sagrado Corazón de Jesús nos recuerda que el tierno amor de Cristo está con nosotros, cerca de nosotros, en la Sagrada Eucaristía para alimentarnos y potenciar el amor a Dios y al prójimo, y está lleno de un amor que se desborda y debe ser compartido. De este corazón prodigiosamente generoso surge la misericordia, la compasión, la curación y el tipo de paz que no es temporal ni intermitente, sino permanente y profunda.
El amor de Cristo va más allá de todo lo que podemos imaginar, pero su expresión terrenal es la Santa Cruz, por lo que las imágenes del Sagrado Corazón incluyen una cruz y una corona de espinas que sirven como vívido recordatorio de hasta dónde estuvo dispuesto a llegar Jesús para mostrar su amor por nosotros.
La lectura del Evangelio de la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús de hoy ilustra la intensidad de su amor por nosotros:
“Supongamos que uno de ustedes tiene cien ovejas y pierde una de ellas. ¿No deja las noventa y nueve en el campo, y va en busca de la oveja perdida hasta encontrarla? Y, cuando la encuentra, lleno de alegría la carga en los hombros y vuelve a la casa. Al llegar, reúne a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo; ya encontré la oveja que se me había perdido”. Les digo que así es también en el cielo: habrá más alegría por un solo pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” (Lc 15:4-7).
Habrá un gran regocijo en el cielo porque nosotros, que somos pecadores, hemos sido rescatados por el poder del amor y devueltos a la plena comunión con Dios y con todos los ángeles y santos en nuestra patria celestial. El amor de Dios no tiene límites; su misericordia es infinita; su voluntad de entregarse a nosotros a través de la gracia de la Eucaristía no puede ser contenida. Por supuesto, somos libres de aceptar o rechazar su amor, pero Cristo nunca lo niega. Su Sagrado Corazón está siempre a nuestro lado en su Palabra, en la comunión con nuestros hermanos en la Iglesia y, sobre todo, en la Eucaristía.
San Pablo nos recuerda que “esta esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Rom 5:5). El Renacimiento Eucarístico que iniciamos el domingo pasado pretende ayudarnos a crecer en nuestra comprensión y valoración de este magnánimo obsequio de amor que Cristo nos ofrece cada vez que recibimos su cuerpo y su sangre.
“Dios demuestra su amor por nosotros en esto: en que cuando todavía éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5:8). Pidamos al Sagrado Corazón de Jesús que nos ayude a aceptar su invitación a una comunión más íntima con Él, al recibir de manera más frecuente y ferviente el don de sí mismo en la Sagrada Eucaristía. †