Cristo, la piedra angular
El culto a Dios en la Santa Misa nos une
En esta vida, no hay mejor manera de fomentar una relación [íntima] con Cristo y con la Iglesia que a través del don y el misterio de la Santísima Eucaristía y de la fructífera celebración de la Misa. (“El culto a Dios en la Santa Misa nos une,” #3)
En mi carta pastoral titulada “El culto a Dios en la Santa Misa nos une”, publicada el 14 de diciembre de 2021, señalé que “la Eucaristía es el corazón de nuestra relación con Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida”. Fomentamos esta relación íntima con el Señor de la Vida a través de nuestra participación frecuente y ferviente en la misa.
Todos los católicos que puedan asistir a la misa dominical tienen la obligación de hacerlo. Se trata de una gran responsabilidad que se nos invita a asumir libremente como discípulos misioneros reunidos en torno a la mesa eucarística del Cuerpo y la Sangre del Señor antes de que se nos envíe a “la misión”.
En efecto, la participación en el Santo Sacrificio de la Misa es una expresión de nuestro amor y devoción, un acto de profunda adoración que es nuestro deber solemne pero gozoso como hijos e hijas del Padre que tanto amó al mundo que dio a su Hijo unigénito para redimirnos del pecado y de la muerte (Jn 3,16).
Muy a menudo pensamos que una “obligación” es algo que se nos impone, algo incómodo o desagradable, una limitación de nuestra libertad. Pero muchas obligaciones se eligen libremente e incluso resultan liberadoras, como cuando una mujer y un hombre se unen en matrimonio; o cuando un sacerdote hace votos que lo vinculan a una relación especial con Jesucristo y, por tanto, acepta las exigencias (¡y recompensas!) del ministerio sacerdotal; o cuando los padres y los abuelos se entregan sin vacilar a la obligación de sacrificar sus propios deseos por el bien de sus hijos y nietos.
En mi carta pastoral, escribí:
Todo lo que hacemos como miembros del cuerpo de Cristo fluye desde y hacia esta nuestra “fuente y ápice” en la celebración eucarística. Los efectos de recibir a Jesús en el Santísimo Sacramento en nuestras vidas son muchos: aumentar nuestra unión con el Señor; perdonar nuestros pecados veniales; preservarnos de los pecados graves; reforzar la unidad de la Iglesia como cuerpo místico de Cristo; y facilitar nuestra iniciación cristiana. Finalmente, en nuestra adoración a Dios en la misa, se nos llama, se nos equipa y se nos guía a ser discípulos misioneros en el mundo.
Los católicos aceptamos la obligación de asistir a misa los domingos y fiestas de guardar porque amamos a Dios y queremos estar cerca de Él. El amor nos obliga a abandonar nuestro aislamiento y a buscar la comunión (unión íntima) con Aquel a quien amamos. Por amor, hacemos sacrificios y cosas que pueden parecer incómodas o inconvenientes. Por amor, dejamos de lado nuestros propios deseos para unirnos a Cristo, y a los demás miembros de su Iglesia, en un acto de adoración y culto que realizamos de todo corazón y sin reservas.
Nada en estas reflexiones debe dar la impresión de que la participación fiel en la misa es algo fácil. Tenemos que esforzarnos en ello. Debemos ir preparados. Debemos escuchar atentamente la Palabra de Dios. Debemos participar activamente en las oraciones y en los cantos, sin dejar que pensamientos extraños o preocupaciones nos distraigan del acto de adoración. Y, por supuesto, debemos recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo en estado de gracia, y debemos abrirle nuestras mentes y corazones, permitiéndole habitar en nosotros y capacitarnos para cumplir la voluntad de Dios.
En verdad, “no hay mejor manera de fomentar una relación [íntima] con Cristo y con la Iglesia que a través del don y el misterio de la Santísima Eucaristía y de la fructífera celebración de la Misa”.
Resulta trágico que tantos católicos de hoy hayan optado por descuidar su obligación de participar plenamente en la misa los domingos y fiestas de guardar. Ahora más que nunca todos necesitamos las gracias que nos ofrece esta profunda expresión del amor de Dios, el Santísimo Sacramento en el que Cristo se entregó a nosotros como regalo. ¡Estamos desperdiciando la oportunidad para encontrar la paz, el perdón y la esperanza a través del Señor que lo ha sacrificado todo por nosotros!
El Renacimiento Eucarístico que iniciamos el mes pasado pretende despertar nuestro anhelo y aprecio por este don divino, la Santa Misa. El objetivo de este Renacimiento Eucarístico Nacional es “renovar la Iglesia encendiendo la llama de una relación viva con el Señor Jesucristo en la sagrada Eucaristía”. Para lograrlo, todos debemos abrir nuestros corazones a la verdad de la presencia real de Cristo entre nosotros en la Eucaristía.
Únanse a mí en la oración para que el Espíritu Santo anime nuestros corazones con el deseo de adorar a Dios en la Santa Misa. †