Cristo, la piedra angular
Bajo sus muchas advocaciones, María nos sonríe siempre
“María fue la primera, de un modo que nunca podrá ser igualado, en creer y experimentar que Jesús, el Verbo encarnado, es la cumbre, la cima del encuentro del hombre con Dios” (Papa emérito Benedicto XVI).
Mañana, 16 de julio, nuestra Iglesia honra a la Santísima Virgen María bajo la advocación de Nuestra Señora del Carmen, el título que se le confirió en su papel de patrona de los carmelitas.
Los primeros carmelitas eran ermitaños cristianos que vivían en el Monte Carmelo, en Tierra Santa, a finales del siglo XII y a principios y mediados del siglo XIII. En el seno de sus ermitas construyeron una capilla que dedicaron a la Santísima Virgen. Durante muchos siglos este santuario ha sido un destino para los peregrinos que viajan a Tierra Santa para honrar a María y que buscan imitarla en una unión contemplativa con Jesús.
Mañana es también la fiesta patronal de la Iglesia de la Archiabadía de Nuestra Señora de Einsiedeln, en Saint Meinrad, en el sur de Indiana. El nombre Einsiedeln significa “ermita” en alemán, y se debe a la abadía de María Einsiedeln, en Suiza, fundadora de la archiabadía de san Meinrad aquí en Estados Unidos, en 1854. La iglesia del monasterio en Suiza está construida sobre el lugar de la ermita donde el monje San Meinrad fue martirizado en el siglo IX.
La Santísima Virgen María es venerada bajo cientos de advocaciones que representan las diversas formas de ver a la madre de Jesús y a nuestra madre. En los últimos meses, desde que las tropas rusas invadieron Ucrania, hemos rezado con frecuencia a María, Reina de la Paz. Cuando la pandemia de la COVID-19 hacía estragos, nos unimos al Papa Francisco para implorar la asistencia de María, Salud de los Enfermos. A principios de este mes, acudimos a María Inmaculada, patrona de Estados Unidos de América, para que nos proteja como país contra las divisiones internas y de las amenazas extranjeras contra nuestras apreciadas libertades, especialmente el derecho a la vida.
Bajo el título de Nuestra Señora de Guadalupe, María es la patrona de las Américas. Ella es la que vela por todos nosotros en Centro, Norte y Sudamérica ayudándonos a ser personas generosas y amantes de la paz que se enriquecen con nuestra diversidad y que se esfuerzan por apoyarse mutuamente en nuestros esfuerzos por construir comunidades justas y equitativas para todos.
En 1931, en el 400.º aniversario de la aparición de la Virgen María al campesino Juan Diego en una ladera de las afueras de la Ciudad de México, Luis María Martínez, entonces arzobispo de la Ciudad de México, ofreció la siguiente reflexión:
En el amanecer radiante, en la colina inmortal, vemos a un hombre cubierto con una tilma ordinaria y a una dama de belleza celestial: muy pura, porque es una Virgen; dulce, porque es una Madre; majestuosa, porque tiene un destello de Dios. El hombre, Juan Diego, representa a México, a la América española, cubierto con la tilma de sus miserias. La Señora es María que viene a decirnos que nos ama, que viene a infundirnos el aliento de vida con sus labios. [...] María nos sonríe como nadie lo ha hecho en la Tierra y nos mira con una mirada tan limpia, tan suave y tan profunda que a través de ella contemplamos el cielo.
Estas hermosas palabras sobre la Señora de Guadalupe podrían referirse también a la Señora que se honra en el sur de Indiana, en Suiza, en el Monte Carmelo de Tierra Santa y en los santuarios de todo el mundo. La devoción a ella no se limita a ningún lugar o advocación específica; ella es la madre de todos. Viene a decirnos que nos ama y con su sonrisa radiante y sus suaves besos, inspira a todos los que tienen un corazón abierto con “un destello de Dios,” la gracia del Espíritu Santo que habita en ella ahora y por toda la eternidad.
Unámonos mañana a los monjes de San Meinrad, y a los cristianos de todo el mundo, para rezar estas palabras:
Oh, Dios, nos has bendecido con la amorosa protección de la Santísima Virgen María. Por su intercesión bajo las advocaciones de Nuestra Señora del Carmen, Nuestra Señora de Einsiedeln, la Virgen de Guadalupe, y muchas más, escucha nuestras oraciones y guárdanos en tu constante cuidado.
Cuando nos dirigimos a María y le pedimos su protección y cuidado, ella nunca duda en responder, como lo hizo a san Juan Diego hace casi 500 años: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy yo tu madre?”
Por supuesto que nos ayudará. Por supuesto que nos sonreirá y nos mantendrá bajo su constante cuidado. Eso es lo que hacen las madres por sus hijos.
Sonríenos, Madre Santa, e inspíranos con tu bondad y generosidad. Muéstranos, bondadosa Señora, el camino para encontrar el poder sanador y la paz de Cristo tu Hijo. Amén. †