Cristo, la piedra angular
Los padres ayudan a sus hijos a practicar la fe mediante el ejemplo y la oración
“En lugar de una cesta llena de frutos de la tierra, [santa Mónica] había aprendido a llevar a los oratorios de los mártires un corazón lleno de las peticiones más puras, y a dar todo lo que podía a los pobres, para que la comunión del cuerpo del Señor se celebrara correctamente en aquellos lugares donde, a ejemplo de su pasión, los mártires habían sido sacrificados y coronados” (San Agustín, Confesiones 6.2.2).
Mañana, 27 de agosto, se celebra la memoria de santa Mónica, madre de san Agustín. Sabemos que sus oraciones fueron escuchadas cuando su hijo finalmente rindió su obstinado orgullo e individualidad a Dios, y Agustín se convirtió en un ferviente discípulo de Jesucristo cuya vida y enseñanzas dieron un poderoso testimonio de la verdad de nuestra fe.
Santa Mónica puede considerarse patrona de los padres que se preocupan por la práctica de la fe de sus hijos.
Como han aprendido muchos padres a lo largo de los últimos 2,000 años, pero sobre todo hoy, no basta con que los niños sean bautizados y reciban una sólida formación en casa y en las clases de educación religiosa.
El joven Agustín fue educado en la fe cristiana, pero, como muchos otros, se alejó de la Iglesia y buscó el sentido y el propósito en otra parte. El mundo que habitó de joven, como estudiante de filosofía y como ardiente buscador de la verdad, no era muy diferente de nuestra cultura secular contemporánea.
Agustín probó muchas filosofías, y vivió de forma que su madre desaprobaba, incluso engendrando un hijo fuera del matrimonio. Pero Mónica nunca se apartó de su lado.
Con lágrimas y oraciones sentidas, rogó a Dios que se revelara a su hijo descarriado y le ayudara a encontrar el Camino, la Verdad y la Vida que es Cristo.
Después de muchos años de angustiosa preocupación, las oraciones de esta devota madre fueron atendidas, y de las tinieblas de los falsos modos de pensar y de vivir emergió uno de los más grandes teólogos que nuestra Iglesia ha conocido y fue bautizado en la luz de Cristo.
La experiencia de santa Mónica puede ser una fuente de inspiración y esperanza para los padres de cualquier edad que se preocupan por la vida espiritual de sus hijos. La gracia santificadora que imparte el bautismo permanece en el corazón y en el alma de cada niño que recibe este gran don de sus padres por el poder del Espíritu Santo y el ministerio de la Iglesia.
Por eso creemos que el sacramento del bautismo imparte una “marca indeleble en el alma” que no puede ser lavada por el pecado o el abandono. Además, la formación en la fe que se da a los niños, jóvenes y adultos jóvenes permanece con ellos aunque quede relegada al fondo de su conciencia.
Los padres de hijos mayores quizá se sientan tentados a preguntar: “¿Por qué gasté tanto tiempo y dinero en la educación religiosa de mis hijos cuando ya no practican su fe?” Pero, al igual que santa Mónica, la experiencia de muchos padres ansiosos es que no podemos controlar lo que nuestros hijos hacen con los regalos que les damos. Sin embargo, a menudo las semillas que plantamos (por la gracia de Dios) producen buenos frutos con el tiempo si las alimentamos con nuestro buen ejemplo y oración.
Es esencial que los padres modelen el comportamiento que esperan que adopten sus hijos. Por eso es tan importante que los padres lleven a sus hijos a misa los domingos, que reciban el sacramento de la reconciliación (confesión) con regularidad y que fomenten la oración y la devoción en familia. Si los padres solamente practican su fe de la boca para afuera, ¿cómo pueden esperar que sus hijos se la tomen en serio?
Tal como nos recordó el Papa Francisco durante su reciente “viaje penitencial” a Canadá, el don de la fe nunca puede imponerse a nadie. Hay que dar testimonio de ello en la vida de quienes quieren compartir su fe, su esperanza y su alegría con los demás. Los padres que se preocupan por la práctica de la fe de sus hijos deben fijarse primero en sus propias palabras y en su ejemplo. ¿Viven de forma que puedan inspirar y animar a nuestros hijos? ¿O viven de una forma que no los separa del mundo secular que les rodea?
Santa Mónica no obligó a su hijo a abrir su corazón y cambiar su vida ni tampoco le impuso su fe. Lo que hizo fue vivir plenamente su propia fe cristiana y luego rezar fervientemente por la conversión de su hijo.
Pidamos a esta gran santa que interceda por todos los padres y sus hijos. Que la gracia del bautismo de cada niño sea alimentada por el testimonio fiel y la oración ferviente de sus padres. Y que nuestra Iglesia apoye y anime siempre a los padres en sus esfuerzos por compartir la fe, la esperanza y la alegría de Cristo con sus hijos. †