Cristo, la piedra angular
Cómo orar en cualquier circunstancia, sin desanimarnos
“La oración es un ejercicio de amor.” (Santa Teresa de Ávila, El libro de su vida, 7:12)
En la lectura del Evangelio de este fin de semana (Lc 18:1-8), el 29.º domingo del tiempo ordinario, Jesús les cuenta a sus discípulos (y a todos nosotros) una parábola sobre la necesidad de “orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse” (Lc 18:1).
Según esta parábola, una mujer que se niega a rendirse persuade a un juez malo para que haga lo correcto y lo importuna hasta que finalmente falla a su favor.
Después de contar la parábola, Jesús insta a los discípulos (y a todos nosotros): “Ya han oído ustedes lo que dijo aquel mal juez. Pues bien, ¿no hará Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Creen que los hará esperar? Les digo que les hará justicia en seguida” (Lc 18:6-8).
El significado de la parábola no es complicado. Si pedimos con perseverancia a Dios, nuestro Padre, que al fin y al cabo es un juez honesto, nos escuchará y nos responderá. No necesariamente de la forma en que creemos que debería hacerlo, y no siempre según nuestro calendario, pero nuestra fe nos asegura que Dios siempre escucha nuestras oraciones y las responde.
¿Qué debemos hacer con la primera frase del Evangelio, “Jesús les contó una parábola para enseñarles que debían orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse”? (Lc 18:1).
Evidentemente, cuanto más rezamos, más ponemos ante Dios nuestras esperanzas, temores, deseos y peticiones de misericordia. Y cuanto más recemos, más oportunidades daremos a Dios para que nos escuche y nos responda. Pero “orar en cualquier circunstancia” parece excesivo, incluso imposible. ¿Cómo podemos hacer esto nosotros como seres humanos comunes y corrientes, preocupados por las exigencias de la vida cotidiana?
Para entender lo que Jesús está diciendo aquí, primero debemos tener claro lo que es la oración, y lo que no es.
Con demasiada frecuencia, asociamos la oración con la recitación de palabras según una fórmula prescrita y, por supuesto, nuestras oraciones tradicionales como el Padre Nuestro, el Ave María y muchas otras oraciones establecidas se ajustan a esta descripción.
Pero la auténtica oración es mucho más que decir palabras, por muy divinamente inspiradas que estén. La verdadera oración sale del corazón. Implica una apertura al diálogo con Dios, una disposición a escuchar con atención (y de verdad) lo que Dios quiere comunicarnos. A veces la oración es silenciosa; otras, se integra en el ruido y el ajetreo de nuestras vidas.
Orar en cualquier circunstancia requiere una entrega pacífica al Espíritu Santo y la voluntad de soltar y dejar que Dios tome las riendas. Si tratamos de hablar todo el tiempo, y nos obsesionamos con todas las cosas que queremos decir, realmente nos cansamos.
Dios ya sabe todo lo que queremos contarle, así que ¿por qué no relajarse y sencillamente permitir que Jesús camine con nosotros (como lo hizo con los discípulos en el camino de Emaús) y nos guíe mientras viajamos juntos como peregrinos en el camino de la vida?
Santa Teresa de Ávila, cuyo memorial celebraremos mañana (15 de octubre), era una “experta” en la oración. Por supuesto, ella lo negaría e insistiría en que en lo que se refiere a la oración todos somos principiantes.
Sin embargo, Santa Teresa se ganó el título de doctora de la Iglesia por sus escritos sobre la oración. Admitió libremente que sus primeros intentos de “orar en cualquier circunstancia” no tuvieron éxito. Luchó contra las distracciones y las excusas hasta el punto de que sus esfuerzos la hicieron enfermar físicamente. No fue hasta que dejó de lado sus luchas y permitió que el Espíritu Santo orara con ella y por ella, que llegó a comprender cómo «orar en cualquier circunstancia, sin jamás desanimarse».
Según lo expresó Santa Teresa:
En mi opinión, la oración mental no es más que un intercambio íntimo entre amigos; significa tomarse tiempo frecuentemente para estar a solas con Aquel que sabemos que nos ama. Lo importante no es pensar mucho, sino amar mucho y, por tanto, hacer lo que mejor te impulsa a amar. El amor no es un gran deleite sino el deseo de agradar a Dios en todo. (El libro de su vida, 8:5)
Lo importante no es hablar mucho sino amar mucho. Si tenemos el corazón lleno de amor, rezaremos siempre. Si anhelamos a Dios y nos esforzamos siempre por conocerlo, amarlo y servirlo, toda nuestra vida será una oración de adoración, petición y acción de gracias. Esto no significa que debamos dejar de rezar el Padre Nuestro, el Ave María u otras oraciones tradicionales.
Por el contrario, debemos rezar con frecuencia estas hermosas palabras con corazones llenos de amor, y debemos pedir constantemente a nuestro Justo Juez que escuche y responda a todas nuestras oraciones, habladas y no habladas. †