Cristo, la piedra angular
Formar a los futuros sacerdotes con el fuego del amor de Dios en el corazón
“El objetivo de la formación sacerdotal es formar hombres a semejanza de Jesucristo para el servicio en la Iglesia y en el mundo.” (Padre Eric Augenstein, director de los seminaristas de la Arquidiócesis de Indianápolis)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 4 de noviembre, la festividad de san Carlos Borromeo. Conocido sobre todo como reformador, san Carlos fue un hombre bondadoso y santo que se preocupó profundamente por los pobres y los enfermos, y que regaló su riqueza heredada para servir al pueblo de Dios con humildad y compasión.
Como cardenal arzobispo de Milán en el siglo XVI, las reformas de Carlos Borromeo afectaron muchos ámbitos de la vida de la Iglesia, incluida la educación y la formación de los futuros sacerdotes.
Debido a su celo por la formación sacerdotal, san Carlos es considerado hoy el patrono de los seminaristas, y muchas diócesis de todo el mundo tienen seminarios con el nombre de este santo.
San Carlos sabía que la salud y la vitalidad de cada Iglesia local dependen de la santidad y del auténtico ministerio pastoral de sus sacerdotes. Por eso, cada obispo diocesano tiene la responsabilidad particular de asegurarse de que sus seminaristas se están formando plenamente en cuatro aspectos: en lo humano, lo espiritual, en lo pastoral y lo intelectual. Descuidar cualquiera de estas dimensiones fundamentales de la formación sacerdotal sería poner a los sacerdotes recién ordenados en grave desventaja en su ministerio para el pueblo de Dios.
Como en los tiempos de san Carlos Borromeo, el Papa y la Santa Sede se preocupan por la formación sacerdotal en todo el mundo, como debe ser. Los obispos tenemos que asegurarnos de brindar una formación excelente y sólida cuyo resultado sean sacerdotes santos para el bien de la Iglesia, para el bienestar de todos los involucrados, para una buena prédica, para la correcta celebración de los sacramentos, la atención pastoral, la administración adecuada, y para todos los aspectos de la vida y el ministerio de la Iglesia.
La misión básica de los seminarios de Estados Unidos es formar hombres para que sean párrocos eficaces. Estos seminarios, incluido el nuestro, el Seminario Universitario Obispo Simón Bruté en Indianápolis y el Seminario y Escuela de Teología e Saint Meinrad, siguen los preceptos del Concilio Vaticano II para llevar a cabo esta misión. La Iglesia actualiza periódicamente sus normas de formación sacerdotal para que los ordenados estén en la mejor posición para compartir el Evangelio en las diversas comunidades parroquiales.
A partir de este otoño, los seminarios de todo Estados Unidos, incluidos el Obispo Bruté y el Seminario de San Meinrad, han comenzado a aplicar una nueva edición del Programa de Formación Sacerdotal desarrollado por la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos con la orientación del Vaticano.
Las cuatro dimensiones de la formación sacerdotal(humana, espiritual, pastoral e intelectual) se mantienen sólidamente, pero este Programa de Formación Sacerdotal revisado hace énfasis en los dos principios de gradualidad e integración que deben ser respetados al preparar a los hombres para el ministerio como sacerdotes hoy en día.
El primer principio, el de la gradualidad, es el concepto de que la formación en el seminario ocurre gradualmente durante un período de tiempo, y lo que tenemos que recordar es que la auténtica formación se profundiza con el tiempo. No es algo que pueda ocurrir súbitamente.
El segundo principio tiene que ver con la integración de las cuatro dimensiones de la formación sacerdotal. Nuestra Iglesia necesita sacerdotes que sean seres humanos maduros, hombres profundamente espirituales que sean buenos pastores y que entiendan y puedan comunicar eficazmente lo que la Iglesia enseña sobre Jesucristo y su Iglesia.
Sobre todo, queremos sacerdotes que hayan tenido un encuentro personal con el Señor, y que lleven en el corazón el fuego del amor de Dios. Esto normalmente ocurre de forma gradual, y requiere que los conocimientos intelectuales se integren con una elevada espiritualidad y una atención y preocupación profundamente humanas por las personas a las que un sacerdote está llamado a servir.
Tenemos la suerte de contar con dos excelentes seminarios que sirven a la Iglesia en el centro y el sur de Indiana, así como en muchas otras diócesis de Estados Unidos y otros países.
Como arzobispo, me tomo muy en serio mi responsabilidad en materia de formación sacerdotal, y estoy profundamente agradecido por la sólida formación que reciben nuestros sacerdotes en el Seminario Obispo Bruté, en Saint Meinrad y en los demás seminarios a los que ocasionalmente enviamos seminaristas.
Cuando Carlos Borromeo era arzobispo, estaba convencido de que la forma más importante de educar a sus futuros sacerdotes era con su ejemplo personal. Si sus seminaristas debían formarse para llevar una vida santa de servicio sacerdotal y cuidado pastoral, san Carlos creía que él debía ser el primero en dar un buen ejemplo y renovar su espíritu apostólico.
Rezo para que mis hermanos obispos y yo tengamos el mismo espíritu y demos un buen ejemplo a nuestros seminaristas, sacerdotes y a todas las personas a las que estamos llamados a servir a semejanza de Jesucristo. †