Cristo, la piedra angular
Cristo, Señor del cielo y de la tierra, y otro tipo de rey
“Mi reino no es de este mundo. Si lo fuera, mis servidores habrían luchado para librarme de los judíos. Pero no, mi reino no es de este mundo” (Jn 18:36).
Millones de personas de todo el mundo observaron recientemente con gran atención el entierro de la reina Isabel II en majestuosas ceremonias que duraron semanas y que celebraron sus 70 años de reinado. La atención se centró también en el ascenso al trono de Carlos, su primogénito, que sucedió de manera sosegada y sin aspavientos. Incluso los ciudadanos de los Estados Unidos de América, que hace tiempo rechazaron la monarquía como forma de gobierno, parecen rendir una forma secular de homenaje a la reina británica y a su sucesor.
No hay duda de que a la mayoría de nosotros nos fascina la teatralidad de la realeza, y tanto si nos encanta como si lo rechazamos, el drama que rodea a los reyes y reinas nos resulta irresistible.
La realeza de Jesucristo, que nuestra Iglesia celebra este domingo, es diferente.
Sí, vivimos la pompa y circunstancia del Domingo de Ramos, pero eso no duró ni una semana. De hecho, le sucedieron casi inmediatamente la humillación abyecta, la tortura cruel y la muerte ignominiosa.
Y en ningún momento de su breve vida en la Tierra, Jesús adoptó nada parecido al estilo o comportamiento que hemos llegado a asociar con la realeza. De hecho, durante su ministerio público, nuestro Señor y Salvador rechazó explícitamente las actitudes y el comportamiento de la mayoría de los gobernantes terrenales.
“Mi reino no es de este mundo” le dijo Jesús a Poncio Pilato (Jn 18:36). El título “Rey de los Judíos” no era algo a lo que aspirara. Fue un título que le impusieron los romanos por pura malicia y al que los judíos se opusieron amargamente por considerarlo una blasfemia.
Por eso, cuando celebramos cada año la solemnidad de Cristo Rey, debemos tener claro el tipo de rey que es Jesús. Por su respuesta a Pilato sabemos que su reino trasciende nuestra existencia terrenal. Asimismo, según se ilustra en la lectura del Evangelio de este domingo, sabemos que Jesús tiene el poder de conceder la entrada a su reino a quienes considera dignos, incluido el llamado Buen Ladrón, que reconoció la soberanía de Jesús mientras estaba crucificado junto a él.
¿Qué debemos hacer para imitar a Cristo Rey? Los Evangelios, y de hecho las Escrituras en su totalidad, responden a esta pregunta revelando la voluntad de Dios para nosotros y enseñándonos cómo vivir. Sin embargo, también podemos señalar ciertos principios espirituales que se desprenden de las palabras y el ejemplo de Jesús y que describen vívidamente por qué la realeza de Cristo es única y por qué debemos imitar y reverenciar a este rey sobrenatural y fuera de lo común.
El primer principio espiritual es la humildad. Cristo Rey nunca desprecia a nadie ni ejerce arbitrariamente su autoridad divina en ninguna situación, sino que nos invita, y trata de persuadirnos, para que caminemos con él. Pero valora tanto nuestra libertad que nos permite elegir, incluso cuando lo que decidimos no es claramente lo mejor para nosotros.
En segundo lugar, nuestro Señor es infinitamente paciente. Nos da mucho tiempo para sentir su amor y su misericordia, y para arrepentirnos y seguirle. Cuando dice que su reino no es de este mundo, afirma que tiene todo el tiempo del mundo para perdonarnos y mostrarnos el camino hacia la vida eterna con él.
En tercer lugar, la mente y el corazón de nuestro Rey Divino son puros, totalmente incorruptos por los deseos terrenales, por lo cual podemos confiar implícitamente en él. A diferencia de muchos gobernantes terrenales, Cristo Rey habla en serio y cumplirá todas sus promesas. No tenemos que dudar de que Jesús camina con nosotros, nos escucha y responde a nuestras oraciones. Únicamente desea lo mejor para nosotros, conforme al plan de Dios.
Por último, Cristo Rey no es un gobernante autoritario cuyos edictos son arbitrarios o egocéntricos. Jesús solamente cumple la voluntad de su Padre, y sus principales mandatos reales son que amemos a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Adoramos a Aquel que está cerca, no distante, y que gobierna exclusivamente por medio del amor y el servicio. Lo aclamamos como Señor y Rey no porque temamos su ira, sino porque nos asombra su bondad y generosidad con todos.
Al celebrar la solemnidad de Cristo Rey este fin de semana, proclamamos nuestra absoluta convicción de que Cristo es el Señor del cielo y de la Tierra, y que su estilo de liderazgo—humildad, paciencia, pureza y obediencia a la voluntad de Dios—es la única forma de gobierno que puede llegar a ser verdaderamente eficaz en este mundo: “en la Tierra como en el cielo.” †