Cristo, la piedra angular
La luz de Cristo ilumina las tinieblas del mundo
El fin de semana celebramos la solemnidad de la Epifanía del Señor. La palabra “epifanía” no resulta muy común ya que tiene un significado específico, principalmente al utilizarla en un contexto religioso. Una sagrada epifanía (del griego antiguo ἐπιφάνεια) es una experiencia de revelación repentina e impactante que llega a través de una manifestación de la presencia de Dios en nuestras vidas.
La Epifanía del Señor que celebramos cada año al final del tiempo de Navidad es la manifestación de la luz de Cristo en las tinieblas del mundo. Es el anuncio de la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo a todas las naciones y pueblos del mundo entero. Esta epifanía divina está simbolizada, por supuesto, por la visita de los Tres Reyes Magos que viajaron “desde Oriente,” preguntando: “¿Dónde está el rey de los judíos, que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en el oriente, y venimos a adorarlo” (Mt 2:2).
Jesús era judío. Nació del linaje del rey David, y desde su más tierna juventud absorbió las enseñanzas de la ley y los profetas de Israel. Jesús vino a cumplir la promesa mesiánica y a manifestar el amor y la misericordia del Dios de Abraham al pueblo judío. Y, sin embargo, no había nada insular ni parroquial en Jesús ni en su ministerio, sino que estaba abierto a todos. Sanaba a quien se le acercaba, a menudo escandalizando a aquellos cuya perspectiva era más limitada (y rígida) que la suya.
Los Reyes Magos que encontramos en el Evangelio de este domingo (Mt 2:1-12) eran sabios, a veces llamados “astrólogos.” No hay pruebas de que fueran reyes ni de que solamente fueran tres. De hecho, una leyenda popular sugiere que llegó un cuarto rey mago, quien se sintió profundamente avergonzado al presentarse ante el rey recién nacido con las manos vacías. María, la madre compasiva, sintió la incomodidad de su visitante y le preguntó si le importaría sostener al bebé mientras ella y José recibían los regalos de oro, incienso y mirra de los otros reyes magos. Mientras sostenía al Niño Jesús, el cuarto rey mago vivió una epifanía: se dio cuenta de que había recibido el regalo más preciado que se pueda imaginar, el propio Jesucristo, la revelación en carne humana de Dios Todopoderoso. ¡Qué honor poder tocarlo y abrazarlo de cerca, junto a su corazón!
Por supuesto, este es el gran privilegio que se nos concede cada vez que recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo en la Sagrada Eucaristía. Cristo se entrega a nosotros; nos ama y se hace uno con nosotros de la forma más íntima imaginable. Jesús es nuestra epifanía, la manifestación de la presencia de Dios en nuestras vidas. Lo único que debemos hacer es reconocerlo, y luego seguir su ejemplo en nuestro amor por los demás, que es lo que finalmente cambiará la oscuridad del mundo para que todos podamos vivir en su santa luz.
En la segunda lectura de la solemnidad de la Epifanía del Señor, san Pablo se refiere a su propia experiencia de epifanía:
“Sin duda ustedes se habrán enterado del plan que Dios, en su bondad, me asignó para el bien de ustedes; me refiero al misterio que me declaró por revelación. [...] Conozco el misterio de Cristo, misterio que en otras generaciones no se dio a conocer a la humanidad tal y como ahora se ha revelado a sus santos Apóstoles y profetas por el Espíritu. Ahora sabemos que, por medio del evangelio, los no judíos son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús” (Ef 3:2-3a, 5-6).
Pablo nos dice que Cristo se le reveló para que él, a su vez, compartiera la Buena Nueva con los demás. El gran Apóstol de las gentes se reconoce corresponsable de la gracia de Dios, llamado a compartir con todo el mundo su experiencia de la revelación divina.
La primera lectura de esta gran fiesta de la Epifanía del Señor (Is 60:1-6) anuncia la visita de los Reyes Magos. También refleja la luz radiante —y la alegría— que se compartirá con todas las naciones cuando llegue el elegido:
“Cuando veas esto, te pondrás radiante; tu corazón se ensanchará y quedará maravillado al ver que a ti llega la abundancia del mar, y sobre ti se vuelcan las riquezas de las naciones. Una multitud de camellos te cubrirá; vendrán a ti dromedarios de Madián y de Efa, y todos los que hay en Sabá, cargados de oro e incienso, y se proclamarán alabanzas al Señor” (Is 60:5-6).
Mientras continuamos nuestro viaje sinodal de la oscuridad a la luz y de la desolación a la alegría abundante, recordemos que también nosotros estamos llamados a ser administradores de la gracia de Dios y testigos de la epifanía del Señor, de su presencia entre nosotros aquí y ahora.
¡Un bendecido Año Nuevo para todos! †