Cristo, la piedra angular
Vivamos la vida sobre la base del amor y la misericordia de Cristo
“Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1:29).
Después de muchas semanas de celebraciones litúrgicas especiales—desde el primer domingo de Adviento hasta la época de Navidad—que culminaron el domingo pasado con la celebración de la Epifanía del Señor y el lunes con la celebración del Bautismo del Señor, este fin de semana volvemos al tiempo ordinario. Las lecturas del segundo domingo del tiempo ordinario ponen de relieve la misión que Jesús recibió de su Padre celestial por la gracia del Espíritu Santo: redimirnos de nuestros pecados.
La lectura del Evangelio según san Juan destaca el testimonio de san Juan Bautista quien, al ver a Jesús acercarse, dijo:
Éste es Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Él es de quien yo dije: ‘Después de mí viene un varón, el cual es antes de mí; porque era primero que yo.’ Yo no lo conocía; pero vine bautizando con agua para esto: para que él fuera manifestado a Israel. Juan también dio testimonio y dijo: ‘Vi al Espíritu descender del cielo como paloma, y permanecer sobre él. Yo no lo conocía; pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquél sobre quien veas que el Espíritu desciende, y que permanece sobre él, es el que bautiza con el Espíritu Santo.’ ” Y yo lo he visto, y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios (Jn 1:29-34).
Jesús es el Cordero de Dios, no Juan, quien es un testigo profético enviado por Dios para bautizar con agua a fin de revelar a alguien más grande que él.
Juan admite que no sabía quién vendría después de él, pero Dios le dijo que buscara al que recibiera el Espíritu Santo como una paloma que desciende del cielo. Esta es la señal milagrosa que tuvo lugar cuando Juan bautizó a Jesús.
Tal como ha señalado el filósofo cristiano Peter Kreeft: “Cuando Jesús fue bautizado, el agua no le hizo nada a él, sino que él le hizo algo al agua: le dio el poder de limpiar nuestros pecados cuando recibimos el bautismo. Juan no podía hacer eso.”
En esta sagrada ocasión, al comienzo del ministerio público de Jesús, la Santísima Trinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) se manifiesta como un solo Dios. Juntos avalan la misión confiada al Hijo de entregarse, sin reservas y con sacrificio, como Cordero de Dios que salva a la humanidad, y a toda la creación, del poder del pecado y de la muerte.
La primera lectura de este domingo proclama: “Te he puesto también como luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta los confines de la tierra” (Is 49:6).
Aquí el profeta Isaías asigna a todo el pueblo de Israel la misión que Jesús acepta de su Padre: proclamar la Buena Nueva y servir de luz reveladora a todas las naciones. Lo que el pueblo judío no pudo lograr por su cuenta, Dios lo hace posible al enviar al “que bautiza con el Espíritu Santo” (Jn 1:33), el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Como dice san Pablo a la comunidad cristiana de Corinto: “[hemos] sido santificados en Cristo Jesús y llamados a ser santos” (1 Co 1:2).
La santificación es obra del Espíritu Santo. Por la gracia de Dios, el bautismo que recibimos los cristianos tiene el poder de liberarnos de las consecuencias permanentes y devastadoras del pecado y del mal. Y mientras los efectos del pecado siguen siendo demasiado visibles en nuestro mundo y en nuestra vida cotidiana, el Espíritu de Dios nos limpia con agua y fuego, transfiriendo los pecados del mundo, y los nuestros, al Cordero de Dios, que lleva todas nuestras cargas y expía todas nuestras transgresiones.
Comenzamos esta celebración del tiempo ordinario recordando una de las enseñanzas más importantes de nuestra fe cristiana, a saber, que somos pecadores que hemos sido redimidos por el amor y la misericordia de nuestro Dios trino. Debemos agradecer a san Juan Bautista, el último y más grande de todos los profetas, por este vívido recordatorio de que no podemos salvarnos por cuenta propia. Debemos entregar nuestra voluntad y nuestra vida a alguien que es mucho más grande de lo que nosotros podemos llegar a ser.
San Juan Bautista nos dice que lo ha visto y ha dado testimonio de que Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este domingo y durante todo el nuevo año, estamos invitados a contemplar al Cordero de Dios y a entregarnos sin reservas al poder liberador de su amor divino. †