Cristo, la piedra angular
Dos días especiales reafianzan el principio de que toda vida humana es sagrada
El lunes 16 de enero celebramos el Día de Martin Luther King Jr., fiesta nacional que rinde homenaje a un hombre que dio su vida por la justicia y la igualdad en la lucha por superar el pecado del racismo.
Como país, celebramos este día en señal de agradecimiento por lo que se ha logrado gracias a los esfuerzos del Dr. King, pero sobre todo, como recordatorio de que aún queda mucho por hacer para hacer realidad su sueño de justicia e igualdad para todas las razas y pueblos.
El lunes 23 de enero, los católicos observarán “una jornada particular de oración por el pleno restablecimiento de la garantía legal del derecho a la vida y de penitencia por las violaciones contra la dignidad de la persona humana cometidas mediante actos de aborto.” Asimismo, es una oportunidad para expresar agradecimiento, especialmente por la reciente decisión de la Corte Suprema de Estados Unidos de anular el fallo de Roe v. Wade. Al igual que el Día de Martin Luther King Jr., este día de oración y penitencia debe ser algo más que una remembranza; debe ser un llamamiento urgente para proteger a los miembros más vulnerables de nuestra sociedad.
Lo que estos dos días tienen en común es el principio fundamental de que la vida humana es sagrada y de que todas las personas, independientemente de su edad, raza, sexo, religión, condición económica o cultural, tienen derecho absoluto a la vida, a la libertad y al ejercicio de los derechos y responsabilidades que Dios les ha otorgado como pueblo libre.
Este es el primer principio de la doctrina social católica: el respeto de la dignidad de cada persona humana, independientemente de quién sea o de lo que crea, porquetodos hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. Tal como señalé en mi carta pastoral de 2018 titulada “Somos uno con Jesucristo: Sobre los fundamentos de la antropología cristiana.”
[Los católicos creemos que] la dignidad es igual para todos. Ninguna persona es “mejor” que otra. Todos merecemos respeto. Todos tenemos derechos humanos fundamentales. Nadie está exento de la responsabilidad de apoyar y ayudar a los demás seres humanos, independientemente de que pertenezcan a la misma familia o comunidad, o que sean extranjeros que nos resulten de algún modo extraños. Puesto que cada persona humana ha sido creada a imagen de Dios, forma parte de la familia de Dios. Para los cristianos esto también significa que somos hermanos de Cristo y entre nosotros.
[Asimismo creemos que] todos los pecados cometidos contra la dignidad de las personas, incluyendo tomar una vida humana, el abuso y el acoso sexual, la violación, el racismo, el sexismo, la teoría antimigratoria del nativismo y la homofobia, constituyan transgresiones a este principio fundamental. Tenemos la capacidad (y a veces es nuestra obligación) reprobar la conducta de algunas personas, pero jamás podemos denigrar, irrespetar o maltratar a otros sencillamente a causa de nuestras diferencias, independientemente de las circunstancias.
Este principio fundamental—la santidad de toda vida humana—va más allá de lo que a veces se denomina “problemas de la vida” y se extiende a la dignidad de toda la creación de Dios. Todo lo creado por Dios tiene dignidad y merece reverencia y respeto. Abusar del medio ambiente, del mundo que Dios nos ha dado, es faltar a nuestra responsabilidad más básica como administradores de todos los obsequios y dones de Dios. Estamos llamados a ser guardianes o cuidadores de los misterios del universo, tanto grandes como pequeños.
En su magnífica encíclica “Laudato Si’, Sobre el cuidado de la casa común,” el papa Francisco establece la conexión inseparable entre el cuidado del medio ambiente y el respeto de la dignidad de la vida humana en todas sus etapas. En palabras del Santo Padre:
Para la tradición judío-cristiana, decir “creación” es más que decir “naturaleza,” porque tiene que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza, comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el amor que nos convoca a una comunión universal.
El amoroso plan de Dios es que toda vida prospere, alcance su máximo potencial y de esa forma glorifique a Dios. Cuando los seres humanos intervenimos irreflexivamente, en un intento de mostrar nuestro dominio sobre la naturaleza, somos culpables de abusar de los generosos dones que hemos recibido de Dios, quien nos los ha confiado.
La protección de la vida humana es nuestra primera responsabilidad como corresponsables de la creación; esto incluye garantizar el derecho a la vida humana en nuestras leyes y nuestras prácticas religiosas, sociales y culturales. También significa garantizar que todas las mujeres y todos los hombres sean tratados con igual dignidad y respeto, independientemente de su raza, sexo, nacionalidad, situación económica o social, nivel educativo, afiliación política u orientación sexual.
En este momento de conmemoración nacional, recemos para tener el valor de actuar de acuerdo con nuestros principios más fundamentales. Salvaguardemos la vida humana y respetemos los derechos y la dignidad de todos nuestros hermanos y hermanas en todas partes. †