Cristo, la piedra angular
La intercesión de María es fuente de sanación y esperanza para todos sus hijos
Mañana, 11 de febrero, es el memorial de Nuestra Señora de Lourdes. No se trata de una de las principales fiestas marianas, pero cuando se observa adecuadamente este memorial opcional puede servir como un vívido recordatorio del papel de María en la historia de nuestra salvación, pasada, presente y futura.
La historia de la aparición de María a Bernadette Soubirous, una campesina de 14 años, es bien conocida. La Virgen rezó el rosario con la joven Bernadette y le dio instrucciones para que excavara en un terreno próximo, del cual brotó un manantial con propiedades curativas que se encuentra activo hasta hoy.
Tras una minuciosa investigación, en 1862 la Iglesia Católica aprobó la devoción a estas apariciones. En el lugar se construyó un santuario, que sigue siendo un popular destino de peregrinación. El último milagro aprobado, relacionado con una curación en el agua de Lourdes, sucedió en mayo de 1989 y, luego de una amplia investigación, fue aprobado por la Iglesia en julio de 2013.
Durante una de sus apariciones en la gruta de Lourdes, la bella Señora vestida de blanco con un fajín azul le dijo a Bernadette que ella es la Inmaculada Concepción, lo que significa que, a diferencia del resto de la humanidad, nació sin pecado.
Los católicos creemos que solamente María no heredó la mancha del pecado original ni la tendencia a tomar decisiones pecaminosas. Este gran milagro fue posible gracias a la gracia de Dios en previsión de la resurrección de su Hijo.
En su libro, La Hija de Sión: Meditaciones sobre los dogmas marianos de la Iglesia, el cardenal Joseph Ratzinger (papa Benedicto XVI) escribe que la ausencia de pecado de María es clave para comprender el papel que desempeñó—y sigue desempeñando—en la historia de nuestra redención.
María representa la imagen del anhelo del Antiguo Testamento de tener un Salvador. Está preparada cuando aparece el ángel Gabriel y le comunica la voluntad de Dios para ella. Especialmente porque está libre de pecado, es libre de aceptar esta gran responsabilidad con todas las penas que le augura. Su “sí” pone en marcha la tragedia y el triunfo de la pasión, muerte y resurrección de su Hijo.
El papel de María no es incidental; su asentimiento a la voluntad de Dios la compromete a seguir a su Hijo en el camino de su vida. Esto la convierte en una imagen tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento y en la primera discípula cristiana. Asimismo, la prepara para la función fundamental que desempeñará al pie de la Cruz.
Allí, junto a su Hijo crucificado, se le pide una vez más que asuma una enorme responsabilidad como Madre nuestra y Madre de la Iglesia. Su papel en la historia de la salvación no es apenas algo que ocurrió hace mucho tiempo, sino que está activa ahora que nosotros, que servimos como discípulos misioneros de su hijo Jesús, buscamos su intercesión y ayuda en la oración.
María es también imagen del porvenir, del Reino de Dios presente y futuro. El canto de alabanza de María, el Magnificat, que la Iglesia reza diariamente en la oración de la tarde, prevé el momento en que la experiencia de María se hará universal. Ese día, los humildes se levantarán del polvo, los pobres serán exaltados, los desvalidos y rechazados serán ennoblecidos, contra toda expectativa. Se trata de una visión de lo que está por venir que el mensajero de Dios reveló a una joven de Nazaret hace 2,000 años y que ella, a su vez, compartió con una campesina francesa en Lourdes en 1858
Al reflexionar sobre los milagros que han tenido lugar desde que María se apareció por primera vez a santa Bernadette hace 165 años, destacan tres cosas: En primer lugar, María continúa con el ministerio de sanación de su Hijo. Según estimaciones conservadoras, más de 7,500 personas han declarado haberse curado en las aguas de Lourdes. De ellos, la Oficina Médica de Lourdes, que no está bajo el control de la Iglesia, ha identificado la curación de al menos 70 personas como “científicamente inexplicable,” que es el término secular para describir un milagro.
En segundo lugar, María sigue siendo la humilde sierva de Dios, incluso cuando la Iglesia la exalta con sus alabanzas, a menudo extravagantes. María no se aparece a los ricos y poderosos ni a los sabios del mundo. Se acerca a los pobres, a campesinos como Bernadette Soubirous en Lourdes y a Juan Diego Cuauhtlatoatzin en Guadalupe, en las afueras de Ciudad de México, y les pide que superen importantes obstáculos para comunicar sus deseos.
Por último, María reza con nosotros. A través del rosario, nos invita a meditar los misterios de nuestra salvación y a caminar con Ella, siguiendo las huellas de su Hijo en el vía crucis.
Mañana, al celebrar esta sencilla conmemoración, recordemos que María, nuestra madre, camina con nosotros como humilde sierva de Dios. Que su intercesión sea fuente de sanación y esperanza para todos nosotros, sus hijos. †