Cristo, la piedra angular
El único camino al cielo es el de la cruz
“Haya en ustedes esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: Existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a que aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y, hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual, también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que Jesucristo es Señor” (Flp 2:6-11).
El fin de semana celebramos el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor. Juntos viviremos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén y cantaremos hosannahs al Rey de Reyes; entonces veremos cómo todos, especialmente sus amigos más íntimos, lo abandonan a los poderes del pecado y de la muerte. Por último, participaremos vicariamente en su amargo sufrimiento y muerte, durante el cual echaron a la suerte su ropa y lo clavaron a un madero.
Este domingo, y la semana santa que sigue, reviviremos la verdad más central de nuestra fe cristiana: se nos recordará enérgicamente que la única manera de experimentar la alegría eterna del cielo es caminar con Jesús por el vía crucis, el camino de su sufrimiento y muerte. El Domingo de Ramos y la Semana Santa nos prepararán para el día más sagrado del calendario litúrgico: el Domingo de Pascua de Resurrección. Todo ello nos recuerda que, como seguidores de Jesucristo, no hay caminos fáciles hacia nuestro destino final.
El Domingo de Ramos y la Semana Santa nos brindan la oportunidad de hacer profundas reflexiones y nos invitan a realizar juntos un viaje sinodal cuyo propósito es nuestro renacimiento espiritual y la meta, la experiencia de la alegría eterna. No debemos desanimarnos por la experiencia de la pasión y muerte de nuestro Señor ya que sabemos que es la antesala a su resurrección.
Y aunque es natural que sintamos la punzada de la culpa y la vergüenza causadas por nuestra propia participación pecaminosa en la traición de Jesús, es importante recordar que Él nos ha perdonado y nos ha invitado a compartir su nueva vida de alegría pascual.
Las lecturas del Domingo de Ramos nos ofrecen múltiples oportunidades para el tipo de escucha atenta, discernimiento piadoso y encuentro personal con Jesús que el Papa Francisco nos ha llamado a experimentar como miembros de una Iglesia sinodal. Y como acota el Santo Padre, la sinodalidad no es un fin en sí mismo sino el medio para lograr un fin que es la alegría del Evangelio, la experiencia de la vida eterna con Dios en la felicidad del cielo. Si acompañamos a Jesús —y entre nosotros mismos—en el camino que lleva de la soledad y el sufrimiento extremo de la cruz a la felicidad mutua y la vida eterna, nos alegraremos con nuestro Redentor, con María y con todos los santos del cielo.
Si morimos con Cristo, renaceremos con él; si nos decimos “no” a nosotros mismos y vivimos para los demás, seremos liberados de la prisión del pecado y de la muerte. Si elegimos la vida que Jesús nos ofrece, y si podemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestras propias cruces y seguirlo, viviremos para siempre.
Casi al final de la narración de la Pasión del Evangelio de este domingo (Mt 26:14-27:66), hay un relato extrañamente profético que dice así:
Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo. La tierra tembló y las rocas se partieron. Se abrieron los sepulcros y muchos cuerpos de hombres santos que habían muerto se levantaron; y salidos de los sepulcros después de la resurrección de él, fueron a la santa ciudad y aparecieron a muchos. (Mt 27:51-53).
¿Quiénes son estas personas santas que se habían dormido, pero que resucitaron tras la resurrección de Jesús? No podemos saberlo a ciencia cierta, pero una posible interpretación es vernos reflejados en ellos: cada persona viva y fallecida que estaba muerta por el egoísmo y el pecado, pero que se arrepiente, cree en el Evangelio y elige seguir a Jesús en el camino hacia la alegría de la vida eterna y la redención en Él.
El gran misterio que celebraremos una vez más durante el Domingo de Ramos y la Semana Santa es que la humildad y la obediencia de Jesús vencen las fuerzas de las tinieblas. Debido a la dócil y dulce aceptación de Jesús de la voluntad de su Padre “Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que es sobre todo nombre” (Fil 2:9). En el proceso, demostró de una vez por todas que el único camino al cielo es el camino del amor abnegado en la cruz. †