Cristo, la piedra angular
La misericordia y la compasión de Dios son eternas
“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia y mediante la resurrección de Jesucristo nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, para que recibamos una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera. Esta herencia les está reservada en los cielos a ustedes, que por medio de la fe son protegidos por el poder de Dios, para que alcancen la salvación, lista ya para manifestarse cuando llegue el momento final” (1 Pe 1:3-5).
El segundo domingo de Pascua se llama Domingo de la Divina Misericordia porque la alegría que celebramos durante el tiempo pascual nos inspira a reflexionar sobre la “gran misericordia” que Dios nos ha concedido mediante la resurrección de su Hijo único, Jesucristo, nuestro Señor. La misericordia de Dios es un tema importante en la Sagrada Escritura. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento hablan del modo en que Dios ama y perdona a su pueblo, incluso—o quizá especialmente—cuando no lo merecemos.
La confianza de Israel en la misericordia de Dios se afirma en el Salmo Responsorial (Sal 118) del Domingo de la Divina Misericordia:
Que lo diga ahora Israel:
“¡Su misericordia permanece para siempre!”
Que lo digan los descendientes de Aarón:
“¡Su misericordia permanece para siempre!”
Que lo digan los temerosos del Señor:
“¡Su misericordia permanece para siempre!” (Sal 118:2-4)
En este salmo, se nos invita a alegrarnos y a regocijarnos porque “La piedra que desecharon los edificadores ha llegado a ser la piedra angular” y porque la misericordia de Dios es “maravillosa a nuestros ojos.” (Sal 118:22-23)
En la segunda lectura del Domingo de la Divina Misericordia (1 Pe 1:3-9) se nos presenta un poderoso testimonio del amor y el perdón de Dios, mediante el cual descubrimos que por la gran misericordia de Dios se “nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva” (1 Pe 1:3).
Como ilustra la conocida parábola del Hijo Pródigo (Lc 15:11-32), nuestro Padre amoroso siempre nos espera con los brazos abiertos a pesar de nuestro egoísmo y pecado. Su misericordia no tiene límites, e incluso cuando hemos malgastado los dones que Dios nos ha concedido, san Pedro nos dice que Dios nos sigue proporcionando “una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera” (1 Pe 1:4). Nada de lo que hagamos puede destruir lo que la gran misericordia de Dios tiene “reservada en los cielos a ustedes, que por medio de la fe son protegidos por el poder de Dios, para que alcancen la salvación, lista ya para manifestarse cuando llegue el momento final” (1 Pe 1:5).
Algunas personas tienden a centrarse en la ira de Dios, Pero el Dios verdadero es bondadoso y compasivo, lento a la cólera y rico en misericordia. En efecto, como rezamos en el Salmo 118: Que lo digan los temerosos del Señor: “¡Su misericordia permanece para siempre!” (Sal 118:4)
Pero, ¿y la justicia de Dios? ¿Acaso Dios no nos responsabilizará por nuestras actitudes y acciones pecaminosas? Sí, Dios es justo y misericordioso. Tanto las Escrituras como el Credo dan fe de que Cristo volverá en el Día Final “para juzgar a vivos y muertos.”
Pero antes del Juicio Final, que no será arbitrario ni injusto en modo alguno, se nos dan todas las oportunidades imaginables para arrepentirnos, pedir perdón a Dios y esforzarnos por enderezar nuestros caminos con la ayuda de la gracia de Dios.
E incluso cuando demostramos una y otra vez mediante nuestras acciones y nuestra dureza de corazón que “no somos dignos” del amor incondicional de Dios, Él es misericordioso. Como dice san Pedro, nuestra herencia “está reservada en los cielos” (1 Pe 1:4), de modo que la plenitud del amor de Dios por nosotros sólo se revelará en el “momento final” (1 Pe 1:5).
Santa María Faustina Kowalska, fallecida en 1938 y canonizada santa por el Papa Juan Pablo II en 2000, fue una hermana polaca de Nuestra Señora de la Merced cuyas visiones místicas de Jesús inspiraron la devoción a la Divina Misericordia. Escribió en su diario que “[la bondad de Dios] nadie la ha comprendido, nadie puede medirla. Su compasión es indecible. Cada alma que se acerca a él experimenta esto.”
Lejos de ser un tirano iracundo y vengativo, la misericordia de Dios es inmensurable. Dios quiere únicamente aquello que es bueno para nosotros y para su creación. Podemos llegar a ofender a Dios con nuestras palabras y acciones, con las cosas que hemos hecho y las que hemos dejado de hacer, pero a pesar de todo, nuestro Dios nos espera, y está dispuesto a perdonarnos y a darnos la bienvenida a casa.
A lo largo de este tiempo pascual, y especialmente en el Domingo de la Divina Misericordia, demos gracias a Dios por su amor y su perdón inagotables. Junto con el salmista, oremos:
Me empujan con violencia, para hacerme caer, pero el Señor me sostendrá.
El Señor es mi fuerza, y a él dedico mi canto porque en él he hallado salvación.
En el campamento de los hombres justos se oyen gritos jubilosos de victoria. (Sal 118:13-15)
Y perdonemos a los demás como pedimos a nuestro Padre amoroso que nos perdone a nosotros. †