Cristo, la piedra angular
Nuestro encuentro con Jesús comienza al partir el pan
“Le dijeron: ‘Quédate con nosotros, porque ya es tarde, y es casi de noche.’ Y Jesús entró y se quedó con ellos” (Lc 24:29).
La lectura del Evangelio del tercer domingo de Pascua narra la maravillosa historia de los dos discípulos de Emaús (Lc 24:13-35).
Dos discípulos de Jesús mayormente desconocidos (sólo se conoce el nombre de uno de ellos, Cleopas) se marchan de Jerusalén tres días después de la crucifixión. A pesar de que les han contado acerca del sepulcro vacío, están sumamente tristes. Se sienten desesperanzados y, mientras caminan hacia Emaús, un pueblo situado a 11 kilómetros de Jerusalén, hablan sobre su decepción.
Un desconocido los acompaña y les pregunta de qué hablan. Los discípulos se asombran de que el forastero no esté familiarizado con los recientes acontecimientos de Jerusalén. “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha sucedido en estos días?” “¿Y qué ha sucedido?” preguntó Jesús. Y ellos le respondieron: “Lo de Jesús de Nazaret, que ante Dios y ante todo el pueblo era un profeta poderoso en hechos y en palabra. Pero los principales sacerdotes y nuestros gobernantes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron” (Lc 24:18-20).
Los discípulos le explican que habían esperado que Jesús fuera el que redimiera a Israel (Lc 24:21), pero ahora esa esperanza parece haberse desvanecido. Jesús resucitado, a quien no reconocen y toman por un desconocido, les dice: “¡Ay, insensatos! ¡Cómo es lento su corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, antes de entrar en su gloria?” (Lc 24:25-26). Seguidamente, san Lucas nos dice: “Y partiendo de Moisés, y siguiendo por todos los profetas, comenzó a explicarles todos los pasajes de las Escrituras que hablaban de él” (Lc 24:27).
A pesar de los esfuerzos de Jesús por abrir sus mentes y sus corazones enseñándoles lo que predecían las Escrituras, los discípulos no lo entienden. Aún no saben quién es el desconocido. En consecuencia, no pueden comprender la verdad sobre el Mesías, el que “habría de redimir a Israel” (Lc 24:21).
Lo cierto es que la fe cristiana no es una ideología, ni siquiera una mera colección de enseñanzas religiosas y morales; se trata de un encuentro con una persona. Tal como señaló recientemente el Papa Francisco en una de sus audiencias semanales:
La evangelización es algo más que una simple transmisión de doctrinas y principios morales. Es, ante todo, testimonio ya que no se puede evangelizar sin dar testimonio del encuentro personal con Jesucristo, el Verbo encarnado en el que se realiza la salvación.
En el relato de la experiencia de los discípulos de Emaús, el encuentro personal con Jesús, esencial para que comprendan lo que ocurrió en Jerusalén, se produce “al partir el pan” (Lc 24:35). No es sino hasta que invitan al forastero a parar en la aldea y comer con ellos, que tienen la profunda experiencia religiosa que les abre la mente y el corazón y les revela al Verbo encarnado, al Señor resucitado.
Al “partir el pan” (la Sagrada Eucaristía) es cuando los discípulos se encuentran con Jesús. No lo reconocen al principio porque son “lentos de corazón” y, por tanto, incapaces de captar la verdad que tienen ante sus ojos. El encuentro eucarístico con Jesús que se produce en la comida que comparten marca una profunda diferencia en sus vidas que los impulsa a dar media vuelta y regresar a Jerusalén para compartir su experiencia con Pedro y el resto de los discípulos.
Eso los convierte en lo que el Papa Francisco llama “evangelizadores llenos del Espíritu,” y es el don de Cristo al partir el pan lo que los alimenta en su misión de difundir la Buena Nueva, diciendo: “¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24:32)
El Renacimiento Eucarístico Nacional patrocinado por los obispos de los Estados Unidos tiene como finalidad inspirar y preparar al pueblo de Dios para que se forme, sane, se convierta, se unifique y se despliegue en un mundo herido y hambriento a través de un encuentro renovado con Jesús en la Eucaristía, el origen y la cumbre de nuestra fe católica.
Los obispos rezamos para que todos los católicos, pero especialmente aquellos que ya no participan activamente en la Eucaristía dominical, tengan una “Experiencia de Emaús” que toque sus corazones y les haga arder en un santo celo por Cristo y su Iglesia.
Cuando se produzca esta “conversión pastoral y misionera,” nuestros corazones se abrirán y junto con el sucesor de san Pedro, el Papa Francisco, y todos los discípulos de todos los tiempos, proclamaremos con alegría “¡El Señor ha resucitado de verdad y se ha aparecido a Simón!” (Lc 24:34) †