Cristo, la piedra angular
Jesús nos ofrece su amor y su misericordia para calmar nuestro corazón atribulado
“No se turbe su corazón. Ustedes creen en Dios; crean también en mí” (Jn 14:1).
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 5 de mayo, el primer viernes del mes que tradicionalmente se dedica al Sagrado Corazón de Jesús, una de las devociones más populares entre los católicos y los miembros de otras confesiones cristianas.
Esta devoción destaca el aspecto humano de Jesús, su compasión, su misericordia y su amor incondicional por nosotros a pesar de nuestro egocentrismo.
Jesús fue la persona más perfectamente humana que jamás haya existido. (Su madre María, la Inmaculada Concepción, le siguió de cerca, pero ni siquiera ella alcanzó el grado de perfección que encontramos en su divino Hijo.) Los cristianos reconocemos a Jesucristo como plenamente humano—igual a nosotros en todo menos en el pecado—y nos esforzamos por imitarle en nuestros pensamientos, palabras y acciones.
La devoción al Sagrado Corazón nos invita también a meditar en la divinidad del Señor, ya que no es apenas un ser humano compasivo, cariñoso e inspirador sino que es Dios encarnado. Su amor y su misericordia son ilimitados y eternos; es más, creemos que, como Dios, Jesús no solamente tiene amor para dar, sino que él es amor.
Antes de ser elegido Papa y de escoger por nombre Benedicto XVI, el cardenal Joseph Ratzinger escribió un maravilloso libro titulado Introducción al cristianismo, una serie de reflexiones sobre la esencia de la fe cristiana. Al reflexionar sobre la parábola de la oveja perdida del capítulo 15 del Evangelio según san Lucas, el futuro Papa ofrece esta reflexión tan perspicaz sobre quién es Dios:
“Les digo que así también será en el cielo: habrá más gozo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse” [Lc 15:7]. Esta parábola, en la que Jesús describe y justifica su actividad y su tarea como emisario de Dios, involucra no solamente la relación entre Dios y el hombre, sino también la cuestión de quién es Dios mismo. … El Dios que encontramos aquí … siente emociones al igual que los hombres, se alegra, busca, espera, va al encuentro. No es la geometría insensible del universo, la justicia neutra que se yergue sobre todo, imperturbable por carecer de corazón y emociones; al contrario: tiene un corazón; se erige como alguien que ama, con todo el capricho que esto entraña.
Dios no está ausente ni alejado, ni es indiferente a nosotros. Tiene un corazón, un corazón sagrado o santo, y su amor por nosotros es incondicional, a pesar de que con demasiada frecuencia rechazamos su amor y su misericordia.
La devoción al Sagrado Corazón de Jesús no se da fuera de la liturgia y los sacramentos de la Iglesia, sino que los complementa y los apoya. De hecho, la auténtica devoción al Sagrado Corazón de Jesús puede profundizar y enriquecer nuestro amor por el don más íntimo que Cristo nos hace de sí mismo en la Eucaristía. Del mismo modo, es nuestro amor a Jesús lo que nos impulsa a buscar su perdón libremente otorgado en el sacramento de la penitencia.
Una oración popular al Sagrado Corazón de Jesús expresa el modo en que esta devoción forma parte integral de nuestra vida como cristianos. En esta oración, pedimos humildemente:
“Oh, Sagrado Corazón de Jesús, fuente de toda bendición, yo te adoro, te amo y con verdadero arrepentimiento por mis pecados, te ofrezco este pobre corazón. Conviérteme en humilde, paciente, puro y completamente obediente a tu voluntad. Concédeme, buen Jesús, que pueda vivir en ti y para ti. Protégeme en medio del peligro. Consuélame en mis aflicciones. Dame salud de cuerpo, asísteme en mis necesidades temporales, bendíceme en todo lo que hago y dame la gracia de una muerte santa. Amén. (Sacerdotes del Sagrado Corazón)
Podemos acudir a Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, en cualquier situación que deseemos para recibir las bendiciones que brotan de su santo corazón. Como dijo el Señor resucitado a sus discípulos: “No se turbe su corazón” (Jn 14:1). Nuestra fe en Dios, que nos ama y nos protege, que nos consuela y llena de alegría nuestros corazones atribulados, nos asegura que Dios está con nosotros. Nos invita a vivir “en Él y para Él” y a ser totalmente obedientes a su voluntad sobre nosotros.
En este primer viernes, abramos nuestros corazones al Sagrado Corazón de Jesús. Si se lo permitimos, Jesús calmará nuestros corazones afligidos y nos liberará de toda nuestra ansiedad y temor. Y oremos, con las palabras de santa Margarita María Alacoque, “Señor Jesús, que mi corazón no descanse hasta que te encuentre a ti, que eres su centro, su amor y su Felicidad.” †