Cristo, la piedra angular
El Señor está con nosotros incluso durante su ascensión al cielo
“Por tanto, vayan y hagan discípulos en todas las naciones, y bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Enséñenles a cumplir todas las cosas que les he mandado. Y yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:19-20).
Ayer, 18 de mayo, fue el tradicional Jueves de la Ascensión que se celebra 40 días después de la Pascua de Resurrección. Muchas diócesis, incluida la Arquidiócesis de Indianápolis, trasladan esta importante fiesta al domingo siguiente para facilitar la participación de una mayor cantidad de católicos.
Pero esta decisión no fue tomada a la ligera. Sabemos que debido a nuestra cultura secular, a muchos católicos se les dificulta tomarse tiempo libre del trabajo, los estudios u otras obligaciones. Asimismo, somos muy conscientes de la triste realidad de que muchos católicos de hoy no le dan la debida seriedad a la obligación de asistir a misa los domingos y fiestas de guardar. Al trasladar esta fiesta del jueves al domingo, buscamos maximizar la oportunidad de comunicar el significado de esta gran fiesta y fomentar una mayor asistencia a la misa dominical.
¿Por qué la Ascensión es un acontecimiento tan importante en la vida de Cristo? ¿Qué significado tiene la ascensión de Cristo al cielo para la Iglesia primitiva y para la Iglesia de hoy y de mañana?
Según el Catecismo de la Iglesia Católica:
“La ascensión de Jesucristo marca la entrada definitiva de la humanidad de Jesús en el dominio celeste de Dios de donde ha de volver [cf. Hch 1:11], aunque mientras tanto lo esconde a los ojos de los hombres [cf. Col 3:3]. Jesucristo, cabeza de la Iglesia, nos precede en el Reino glorioso del Padre para que nosotros, miembros de su cuerpo, vivamos en la esperanza de estar un día con Él eternamente. Jesucristo, habiendo entrado una vez por todas en el santuario del cielo, intercede sin cesar por nosotros como el mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo” (#665-667).
Aquí hay varios mensajes importantes. En primer lugar, con la Ascensión de Jesús al cielo, se da el primer caso de un cuerpo humano que entra en el reino celestial.
Sabemos por los relatos del Evangelio posteriores a la resurrección que el cuerpo de Jesús era real, pero transformado. Invitó a los discípulos a tocar sus manos y palpar las heridas de su cuerpo resucitado. Comía y bebía con ellos. A pesar del misterioso hecho de que aparecía y desaparecía inesperadamente en lugares que estaban a puertas cerradas y de que a menudo resultaba irreconocible para las personas que le conocían bien, Jesús siguió siendo un ser humano real en mente, cuerpo y alma.
En segundo lugar, Jesús dijo que volvía al cielo para “preparar un lugar para ustedes” (Jn 14:2). Este es el fundamento de nuestra creencia en la resurrección de los muertos en el último día. Cuando llegue ese día, los que le han sido fieles se unirán a Jesús—en cuerpo y alma—en la alegría celestial. Esta enseñanza es un misterio. Quizá no entendamos cómo sucederá esto, pero le tomamos la palabra a Jesús de que, si somos fieles, moraremos con él en la alegría eterna del cielo.
En tercer lugar, la Ascensión de Jesús celebra el hecho de que, aunque parezca estar ausente, oculto a nuestra vista, en realidad está más cerca de nosotros ahora de lo que estaba de sus discípulos antes de volver a casa del Padre. Es una paradoja, un ejemplo más del rasgo del “tanto y el como” que caracteriza a nuestra fe católica.
Jesús está tanto ausente como presente; está tanto en el cielo como en la Tierra. Nos encontramos con Él en la Palabra, los sacramentos y el servicio a los demás. Está especialmente presente en la Eucaristía, donde se nos entrega real y verdaderamente en cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Por último, además de su presencia continua entre nosotros, Jesús nos ha concedido también el maravilloso don del Espíritu Santo, y nos dice que sin este no seríamos capaces de conocerlo, amarlo y servirle íntimamente ni de llevar a cabo su obra en el mundo. La Ascensión hace posible Pentecostés y nos da la oportunidad de “soltar” la dependencia a Jesús hombre y, paradójicamente, de encontrarlo y abrazarlo más profundamente en el Espíritu Santo.
Por eso el catecismo nos dice que la Ascensión de Jesucristo al cielo nos asegura que ahora tenemos un “mediador que nos asegura permanentemente la efusión del Espíritu Santo.” Cristo está con nosotros; no nos ha abandonado. Al contrario, ahora está más cerca de nosotros que cuando recorría los caminos de Tierra Santa.
Celebremos la Ascensión del Señor con la alegre confianza de que permanece entre nosotros en la Palabra, los sacramentos y el servicio. Celebremos esta fiesta especial con la convicción de que Él habita en nosotros por la fuerza del Espíritu Santo. †