Cristo, la piedra angular
Jesús nos abre su corazón, nos pide que encontremos descanso en él
“Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar. Lleven mi yugo sobre ustedes, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para su alma; porque mi yugo es fácil, y mi carga es liviana” (Mt 11:28-30).
En estos tiempos turbulentos, Jesús nos invita a acudir a Él y a encontrar descanso para nuestras mentes y corazones ansiosos; nos dice: “Vengan a mí todos ustedes, los agotados de tanto trabajar, que yo los haré descansar” (Mt 11:28). ¿Quién de nosotros no siente de alguna manera las cargas de la vida? ¿Puede alguien decir de verdad que no tiene preocupaciones, miedo o ansiedad?
La riqueza por sí sola no puede protegernos del miedo; como tampoco la buena salud, un hogar feliz o el amor de la familia y los amigos. Todos estos son bienvenidos y son bendiciones que provienen de los dones de Dios de vida, amor y perdón; son cosas buenas que nos esforzamos por apreciar y proteger.
Pero por muy bendecidos que seamos, seguimos cargando el peso del egoísmo y del pecado, e independientemente de quiénes seamos o dónde vivamos, cada uno de nosotros se enfrenta a peligros que no podemos evitar del todo, como las catástrofes naturales, la violencia aleatoria y las amenazas siempre presentes de la enfermedad, las dificultades económicas y la guerra.
Es natural que sintamos cierta ansiedad. Todos tenemos cargas que soportar, unas mucho más pesadas que otras, y es comprensible que pidamos ayuda a Dios, nuestro creador, redentor y santificador. Jesús acoge nuestras oraciones de ayuda, y nos anima a encontrar descanso en Él.
Hoy, viernes 16 de junio, nuestra Iglesia celebra la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús. Esta importante fiesta pone de relieve tanto la humanidad como la divinidad de Jesucristo. La descripción que Nuestro Señor hace de sí mismo—“soy manso y humilde de corazón” (Mt 11:29)—complementa la imagen vívidamente retratada en los cuatro Evangelios de un hombre cuyo corazón desbordaba amor y compasión. Su corazón estaba tan lleno que lloraba al ver la crueldad, la injusticia y la codicia; su amor era tan poderoso que venció las fuerzas aparentemente inconquistables del pecado y de la muerte. En su corazón había misericordia, esperanza y amor incondicional. No es de extrañar que millones de personas a lo largo de los últimos dos milenios hayan acudido a él y hayan encontrado descanso para sus almas cansadas.
Jesús nos advierte que, aunque su yugo es fácil y su carga ligera, quienes le siguen tendrán que hacer sacrificios. Una carga, aunque ligera, sigue siendo una carga. Su amor se caracteriza por la entrega y el sacrificio desinteresado. Su camino es el del servicio, la incomodidad e incluso el martirio. El yugo que lleva es fácil, pero únicamente porque la gracia de Dios hace ligeras las cargas imposibles.
El amor de Dios es lo que nos permite soportar nuestras cargas sin sentirnos abrumados por ellas. Podemos seguir adelante ante las dificultades de la vida porque sabemos que Dios Padre está con nosotros, ayudándonos a encontrar consuelo, aliento y descanso en el Sagrado Corazón de su Hijo, Jesús, por la fuerza del Espíritu Santo. Sabiendo que nuestro Dios trino nos ama, nos consuela y nos apoya podemos encontrar descanso para nuestras almas atribuladas.
La Santa Madre Iglesia alienta la devoción al Sagrado Corazón de Jesús porque sabe cuánto necesitamos su fuerza y su compasión. En el prefacio de la misa de hoy, rezamos:
En verdad es justo y necesario, es nuestro deber y salvación, darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Cristo nuestro Señor.
Porque elevado en lo alto de la Cruz se entregó por nosotros con un amor admirable y derramó sangre y agua de su costado traspasado, manantial de los sacramentos de la Iglesia, para que, ganados al corazón abierto del Salvador, todos puedan beber con alegría de las fuentes de la salvación.
Este “amor admirable” que “derramó sangre y agua de su costado traspasado” es lo que hace posible que soportemos nuestras cargas y, en el proceso, compartamos su amor y bondad sin límites con otros cuyas cargas parecen insoportables. Mediante sus heridas, hemos sido sanados; por el poder de su mansedumbre, hemos sido liberados.
El Sagrado Corazón de Jesús está ante nosotros con los brazos abiertos. “Vengan a mí todos ustedes—nos dice—que yo los haré descansar. Aprendan de mí [...] y hallarán descanso para su alma”.
Acudamos al Sagrado Corazón de Jesús siempre que nos sintamos abrumados por el dolor y el miedo.
Su yugo es fácil y su carga ligera. †