Cristo, la piedra angular
Los santos Pedro y Pablo, pilares gemelos de la Iglesia de Cristo
[Jesús] les preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Simón Pedro respondió: “¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!” (Mt 16:15-16).
Ayer, 29 de junio, fue la Solemnidad de los santos Pedro y Pablo. Estos dos grandes santos son considerados los dos pilares sobre los que nuestro Señor Jesucristo edificó su Iglesia.
Pedro es “la roca” que garantiza que ninguna tormenta violenta o corrupción interna pueda jamás destruir lo que Cristo, la piedra angular, ha establecido firmemente. Pablo, en cambio, representa “el celo misionero” que hace avanzar a la Iglesia a lo largo de la historia. Tanto Pedro, la roca, como Pablo, el evangelizador lleno del Espíritu, son necesarios para llevar a cabo la obra de Cristo en el mundo.
La primera lectura de la fiesta solemne de ayer (Hch 12:1-11) describe cómo un ángel del Señor rescató a Pedro cuando estaba en la cárcel. Las cadenas que le ataban cayeron milagrosamente, y Pedro se encontró de nuevo libre para llevar a cabo su misión como vicario de Cristo en la Tierra.
“Ahora me doy cuenta de que en verdad el Señor envió su ángel para librarme” (Hch 12:11), afirmó san Pedro. Aunque estaba destinado a morir mártir algún día, aún le quedaba mucho por hacer para ayudar a cimentar la joven Iglesia en la enseñanza y el ejemplo de Jesús.
En la segunda lectura (2 Tm 4:6-8, 17-18), san Pablo se prepara para su martirio reflexionando sobre las muchas maneras en que el Espíritu Santo de Dios se ha servido de él para proclamar la Buena Nueva de nuestra salvación en Cristo, especialmente a los no judíos:
Yo estoy ya a punto de ser sacrificado, y el tiempo de mi partida está cercano. He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, que en aquel día me dará el Señor, el juez justo; y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida (2 Tm 4:6-8).
Pero el Señor sí estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí se cumpliera la predicación y todos las naciones la oyeran. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén (2 Tm 4:17-18).
También Pablo fue “rescatado,” precisamente para que su misión evangelizadora no se viera obstaculizada.
La lectura del Evangelio de ayer (Mt 16:13-19) afirma el papel de autoridad de san Pedro como la roca sobre la que se ha erigido nuestra Iglesia:
Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no podrán vencerla. A ti te daré las llaves del reino de los cielos. Todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos. (Mt 16:17-19).
Los santos Pedro y Pablo son dos encarnaciones vivas de la Iglesia a lo largo de sus 2000 años de historia. En cada tiempo y lugar se presentan obstáculos a la misión de la Iglesia que pueden parecer imposibles de superar. Sin embargo, el Señor siempre nos rescata enviándonos mujeres y hombres que demuestran con su enseñanza y su ejemplo la fidelidad como una roca de san Pedro y la energía imparable de san Pablo.
Pedro y Pablo obraban milagros en nombre de Jesús no por sus propias capacidades; no eran superhéroes ni magos sino que fueron instrumentos de la providencia de Dios. Su fe era fuerte, dejaron que el Espíritu Santo actuara a través de ellos y los resultados fueron increíbles. Las mentes cerradas se abrieron, los corazones de piedra se convirtieron en corazones palpitantes, quienes se sentían solos y ansiosos hallaron consuelo y esperanza, y los paralíticos “¡saltaron y empezaron a andar!” Esta es la gracia santificante de Dios que María y todos los santos comparten con nosotros tan generosamente.
Pedro y Pablo eran hombres santos que, a pesar de sus numerosas debilidades (según se detalla en el Nuevo Testamento y que todos podemos leer), creían plenamente en el poder de Dios para sanar nuestras heridas y restituir nuestra integridad. Gracias a los dones del Espíritu Santo se permitieron a sí mismos ser fuentes, tanto de estabilidad inquebrantable como de cambios drásticos.
La solemnidad de ayer de los santos Pedro y Pablo fue un importante recordatorio de que debemos rezar por todos los pastores y responsables de la Iglesia, y por todos los bautizados llamados a compartir la misión de la Iglesia.
En la actualidad enfrentamos muchos retos pero, guiados por el ejemplo de estos dos grandes santos, ¡que todos podamos estar sólidamente cimentados en nuestra fe y comprometidos a compartirla con los demás en el nombre de Jesús! †