Cristo, la piedra angular
Celebremos el cumpleaños de María y el gran regalo de su ‘sí’
Celebremos con alegría la Natividad de la Santísima Virgen María, pues de ella surgió el sol de justicia, Cristo nuestro Señor. (Antífona de entrada)
La fecha de publicación de esta columna es el viernes 8 de septiembre, la festividad de la Natividad de la Santísima Virgen María. Hoy se nos invita a celebrar el cumpleaños de María y, como debería ser todo cumpleaños, es una oportunidad para dar gracias a Dios por el obsequio precioso e inviolable de la vida humana.
Además, hoy nos alegramos por el papel absolutamente único de María en la historia de nuestra salvación pues gracias a su colaboración en el plan de Dios, todos hemos sido liberados de la opresión del pecado y de la muerte, ¡y eso sí que es motivo de regocijo!
El nacimiento de María en un pequeño pueblo llamado Nazaret no fue un acontecimiento público, sino que fue algo tan simple y sencillo como ella. Suponemos que los santos Ana y Joaquín (tradicionalmente identificados como los padres de María y abuelos de Jesús) se alegraron del nacimiento de María, quizá rodeados de familiares y amigos. Pero ninguno de ellos podía saber lo que Dios le deparaba para esta hija “corriente” de Sión y lo que llegaría a ser para el mundo.
De hecho, la grandeza de María permaneció oculta hasta que, siendo una joven mujer, dijo “sí” a la Palabra de Dios y dio a luz a nuestro Redentor en un establo lejos de su casa.
El propio nacimiento de María puede haber parecido anodino, pero estaba escrito en la historia del pueblo judío. En María se cumple la promesa de Dios de enviar un salvador (el significado del nombre “Jesús”) para redimirnos de nuestros pecados. Toda la ley y los profetas que figuran en el Antiguo Testamento preparan el camino para la madre de nuestro Señor, cuya valiente elección libre pone en marcha la realización del plan de Dios.
Al igual que la Natividad de San Juan Bautista—el único otro cumpleaños que se celebra en el calendario litúrgico de la Iglesia—el nacimiento de María tiene un significado especial para nosotros porque nos prepara para el don de la vida eterna que solamente Jesús puede dar.
El cardenal Joseph Ratzinger (el Papa Benedicto XVI) planteó en una ocasión la idea de que, aunque tradicionalmente asociamos el nacimiento de la Iglesia con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés, en cierta forma la Iglesia nace en María y a través de ella, por ser la Madre de la Iglesia. De hecho, afirma que existe una estrecha correlación entre estos dos “nacimientos”:
El tiempo de la actividad pública de Jesús había sido para [María] el tiempo del rechazo, el tiempo de la oscuridad. La escena de Pentecostés, sin embargo, retoma el comienzo de la historia en Nazaret y muestra cómo todo cae en su lugar. Así como Cristo había nacido entonces del Espíritu Santo, ahora la Iglesia nace por obra del mismo Espíritu. Pero María está en medio de los que oran y esperan (Hechos 1:16) (del libro El Credo, hoy).
Y, por supuesto, los cristianos creemos que el mismo Espíritu Santo que estuvo presente en el nacimiento de Jesús y en Pentecostés también estuvo presente y fue instrumento en la natividad de María, que nació llena de gracia y libre del pecado original.
Nos alegramos del cumpleaños de María por muchas razones, pero quizá la más obvia sea el papel de María como nuestra madre espiritual.
En el momento de su pasión, Jesús nos hizo dos regalos sumamente preciosos: el obsequio de sí mismo en la sagrada Eucaristía y el obsequio de su Santísima Madre.
Estamos invitados a celebrar con alegría la natividad de María porque es el cumpleaños de nuestra madre espiritual, un momento especial para dar gracias y alabar a Dios. Y al igual que honramos y respetamos a nuestras madres terrenales en ocasión de su cumpleaños, es justo que hoy celebremos con María.
La importancia de María para nosotros, sus hijos, es algo que nunca se recalcará lo suficiente. En muchos sentidos, esta mujer sencilla, fuerte y corriente de Nazaret nos muestra cómo debemos vivir. Su oración, su confianza en Dios, su devoción a su Hijo y su instrucción para nosotros: “Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2:5), todos sirven como ejemplos del cuidado maternal que nos dispensa María por ser sus hijos.
Es imposible imaginar la Iglesia católica sin María. Fue la primera discípula cristiana, la más leal seguidora de su Hijo, la que estuvo con él hasta el amargo final, la que se alegró de su resurrección y ascensión, y la que estuvo con los discípulos cuando nació la Iglesia en Pentecostés. Ella permanece presente a lo largo de la historia cristiana, acompañándonos en nuestro viaje sinodal como pueblo peregrino de Dios.
Celebremos el cumpleaños de nuestra madre con sencillez pero con gran alegría dando gracias a Dios por el gran regalo de nuestra Madre María. †