Cristo, la piedra angular
El rosario, una devoción popular muy poderosa
Padre amoroso, aumenta nuestra devoción al santísimo rosario y acércanos cada vez más a ti por intercesión de la Madre de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los siglos. Amén. (Oración matutina)
El sábado 7 de octubre es el memorial de Nuestra Señora del Rosario.
Originalmente, en este día se conmemoraba la victoria naval de 1571 en Lepanto (situada en el mar Adriático, entre Grecia e Italia), la batalla que, según los historiadores, salvó al Occidente cristiano de la derrota a manos de los turcos otomanos. En vísperas de la batalla, los marineros preparaban sus almas cayendo de rodillas sobre las cubiertas de sus galeras y rezando el rosario. Se dice que la Santísima Virgen María intervino en un momento decisivo del conflicto y, como resultado, los invasores otomanos se replegaron.
Hoy recordamos a María bajo el título de Nuestra Señora del Rosario principalmente por la poderosa y popular devoción del rosario. El Papa Francisco califica el rosario de “oración contemplativa sencilla, accesible para todos, grandes y pequeños, letrados y no letrados. En el rosario, nos dirigimos a la Virgen María para que nos guíe hacia una relación cada vez más estrecha con Jesús, su Hijo.”
Mediante las oraciones repetitivas y meditativas del rosario podemos caminar con el Señor y su Santísima Madre por los “misterios” (gozosos, dolorosos, gloriosos y luminosos) que reflexionan sobre los acontecimientos sagrados del Nuevo Testamento y nos acercan a Jesús y María. Estos son algunos de los momentos más significativos de la historia de nuestra salvación, y merecen nuestra continua reflexión y oración.
Cuando leemos las vidas de los santos, descubrimos patrones comunes de oración y devoción. La práctica más común de las mujeres y los hombres santos es, con mucho, su devoción a la sagrada Eucaristía y su recepción frecuente (a menudo diaria) del Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor en la santa misa. Pero también es cierto que muchos santos—tanto los reconocidos oficialmente por la Iglesia como los “santos de a pie” que se esconden entre nosotros—expresan su profundo amor y respeto por el rosario.
¿Por qué? Porque, tal como nos recuerda el Papa Francisco, “en el rosario, mientras repetimos el Ave María, meditamos sobre los misterios, sobre los acontecimientos de la vida de Cristo, para poder conocerlo y amarlo cada vez mejor. El rosario es un medio eficaz para abrirnos a Dios.” Cada vez que rezamos el rosario, dice el Santo Padre, “damos un paso adelante, hacia el gran destino de la vida” y nos acercamos a nuestra patria celestial.
El rosario a menudo lo rezan los peregrinos que viajan a lugares santos en todas las regiones del mundo. Las oraciones que componen el rosario (el Credo, el Padre Nuestro, el Avemaría y el Gloria) nos resultan conocidas. Son sencillas y contemplativas, sobre todo cuando se combinan con la reflexión sobre los misterios.
Al rezar el rosario, no tenemos que preocuparnos de qué decir. La estructura de las cinco decenas, la repetición de oraciones que la mayoría de nosotros aprendimos de niños e incluso la sensación táctil de “pasar las cuentas” nos brindan una poderosa oportunidad de ponernos en presencia de Dios a través de la intercesión de nuestra Santísima Madre, Nuestra Señora del Rosario.
La palabra “rosario” procede del latín y significa guirnalda de rosas, siendo la rosa una de las flores utilizadas para simbolizar a María, Madre de la Iglesia y madre nuestra. Para finalizar el rosario, por lo general se termina con una oración tradicional conocida como Salve (Salve Regina) que fue compuesta a finales del siglo XI. La Salve Regina es la oración a la Santísima Virgen María más utilizada después del Avemaría.
Al recordar a nuestra amorosa Madre María bajo el título de Nuestra Señora del Rosario, cantemos sus alabanzas con estas palabras que concluyen la meditación “sencilla y contemplativa” de rezar el santísimo rosario:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A ti llamamos los desterrados hijos de Eva; a ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y, después de destierro, muéstranos a Jesús, fruto bendito fruto de tu vientre. ¡Oh clemente! ¡Oh piadosa! ¡Oh dulce siempre Virgen María!
Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo tu Hijo. Y que, por tu intercesión, podamos acercarnos cada vez más a él. †