Cristo, la piedra angular
Jesús nos llama a compartir nuestros dones materiales y espirituales
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21).
La lectura del Evangelio de este próximo fin de semana, el 29.º domingo del tiempo ordinario, contiene una frase conocida de Jesús en respuesta al intento de los fariseos de atraparle para que diga algo que sería políticamente incorrecto. Conocemos este dicho, pero no siempre lo comprendemos.
Aquellos que lo cuestionan comienzan con una expresión de adulación obviamente falsa: “Maestro, sabemos que eres amante de la verdad, y que enseñas con verdad el camino de Dios; sabemos también que no permites que nadie influya en ti ni te dejas llevar por las apariencias humanas” (Mt 22:16).
Entonces, cuando creen que ya lo han “endulzado” lo suficiente, le hacen a Jesús una pregunta capciosa: “Por tanto, dinos tu parecer. ¿Es lícito pagar tributo al César, o no?” (Mt 20:17)
El dilema es que si Jesús responde: “Sí, es lícito pagar tributo,” pareciera contradecir la ley judía. Pero si responde: “No, no es lícito pagarlo,” los estaría instando a hacer caso omiso de la ley romana. Se trata de un callejón sin salida.
Pero Jesús es más listo que los fariseos. San Mateo nos dice que él conocía su mala intención, y esquivó su trampa devolviéndoles la pregunta:
“¡Hipócritas! ¿Por qué me tienden trampas? Muéstrenme la moneda del tributo” (Mt 22:18-19). Entonces le entregaron la moneda romana. Les dijo: “¿De quién es esta imagen, y esta inscripción?” Ellos respondieron: “Del César” (Mt 22:20-21). A lo que Jesús les contestó: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21). San Mateo nos dice entonces que “Al oír esto, se quedaron asombrados y se alejaron de él” (Mt 22:22).
¿Qué tiene de sorprendente la respuesta de Jesús a esta pregunta sobre si es lícito o no pagar el tributo?
A lo largo de la historia cristiana, muchos eruditos, incluidos algunos grandes santos, han reflexionado sobre este pasaje del Evangelio. San Agustín observó, por ejemplo, que “somos las monedas de Dios grabadas con su imagen, y Dios exige la devolución de sus monedas como el César exigió la devolución de las suyas.”
Y san Jerónimo dijo: “Demos al César el dinero que lleva su inscripción, ya que no podemos hacer otra cosa, pero démonos libremente y por nuestra propia voluntad a Dios, pues lo que lleva nuestra alma es la huella gloriosa del rostro de un Dios y no la cabeza más o menos majestuosa de un emperador.”
Estas interpretaciones demuestran la perspectiva del “tanto y el como” que es fundamental para la visión cristiana del mundo. Jesús no está diciendo que el dinero y las cosas materiales sean malos y, por lo tanto, se puedan dar al César. Tampoco sugiere que solamente lo “espiritual” pertenezca a Dios.
De hecho, todo pertenece a Dios: “todo lo visible y lo invisible,” como afirmamos en el Credo de Nicea. Todo lo que Dios creó es bueno y pertenece únicamente a Dios. Apenas somos sirvientes de confianza, administradores de la creación de Dios.
Por eso, cuando Jesús dice: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22:21), les recuerda a los fariseos (y a todos nosotros) que somos responsables de cuidar y compartir tanto nuestras posesiones materiales como nuestros dones espirituales. “Entreguémonos libremente y por nuestra propia voluntad a Dios,” como dice san Jerónimo, porque todo lo que tenemos pertenece en última instancia a nuestro Creador.
Jesús se niega a caer en la trampa de pensar que existe una división radical entre lo espiritual y lo material.
Puesto que todo pertenece a Dios, los administradores cristianos responsables están llamados a tratar todas las cosas como sagradas y dignas de respeto. Sabemos que tendremos que rendir cuentas por la forma en que cuidamos de todos los dones de Dios y, por lo tanto, nos esforzamos por demostrar nuestra responsabilidad como administradores al retribuir tanto a Dios como a la comunidad (representada en nuestra democracia moderna por los cargos electos que recaudan impuestos y velan por el bien público).
Cuando Jesús dice a los fariseos (y a todos nosotros) que devolvamos a Dios lo que es de Dios, incluye tanto nuestros dones materiales como espirituales. Sí, tenemos que pagar tributo ya que, como dice san Jerónimo, “no podemos hacer otra cosa.” Pero todas nuestras transacciones financieras—compras, ventas, ahorros, inversiones, donaciones a organizaciones benéficas y pago de impuestos—tienen una dimensión espiritual porque reflejan la profunda pero sencilla verdad de que, al final, todo pertenece a Dios.
“Somos las monedas de Dios grabadas con su imagen,” nos recuerda san Agustín. Eso significa que nuestra principal responsabilidad es entregarnos de todo corazón a Dios y a nuestro prójimo. No olvidemos nunca esta importantísima responsabilidad como administradores que somos. †