Cristo, la piedra angular
Agradezca a Dios por sus dones, compártalos y multiplíquelos
La lectura del Evangelio del trigésimo tercer domingo del tiempo ordinario (Mt 25:14-30) incluye la parábola de los talentos, en la que Jesús habla a sus discípulos de un hombre que se iba de viaje. Antes de partir, reunió a tres sirvientes de confianza y les dio dinero para que lo invirtieran en su nombre. “A uno le dio cinco mil monedas de plata”—escribió san Mateo—“a otro, dos mil; y a otro, mil, a cada uno conforme a su capacidad; y luego se marchó” (Mt 25:15).
El desenlace de la parábola ya lo conocemos, según el Evangelio de san Mateo:
El que había recibido cinco mil monedas negoció con ellas, y ganó otras cinco mil. Asimismo, el que había recibido dos mil, ganó también otras dos mil. Pero el que había recibido mil hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor (Mt 25:16-18).
Al cabo de mucho tiempo, el señor regresó y pidió a cada uno de sus sirvientes que rindiera cuentas de su gestión. Los dos que recibieron más dinero lo invirtieron y obtuvieron importantes beneficios. Pero el que recibió menos, el que enterró sus monedas—llamadas talentos—, no tenía nada más que mostrar por sus esfuerzos que la cantidad que se le dio en un principio.
No es de extrañar que los dos sirvientes que invirtieron el dinero recibieran grandes elogios por haber administrado tan bien y responsablemente la propiedad del señor. A cada uno por turno, le dice: “Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré. Entra en el gozo de tu señor” (Mt 25:21). Pero, como sabemos, reprende duramente al tercer sirviente:
Siervo malo y negligente, si sabías que yo siego donde no sembré, y que recojo donde no esparcí, debías haber dado mi dinero a los banqueros y, al venir yo, hubiera recibido lo que es mío más los intereses. (Mt 25:26-27)
Así que, ¡quítenle esas mil monedas y dénselas al que tiene diez mil! Porque al que tiene se le dará, y tendrá más; pero al que no tiene, aun lo poco que tiene se le quitará. (Mt 25:28-29)
En cuanto al siervo inútil, ¡échenlo en las tinieblas de afuera! Allí habrá llanto y rechinar de dientes. (Mt 25:30)
De hecho, quizá nos sintamos tentados a pensar que se trata con demasiada severidad al sirviente desobediente. Sí, ha sido irresponsable, y tal vez malvado y perezoso como dice el señor, pero ¿realmente merece ser arrojado a las tinieblas “donde habrá llanto y rechinar de dientes” (Mt 25:30) que, por supuesto, es una imagen bíblica del infierno?
Las parábolas rara vez son historias que deban tomarse al pie de la letra. Con frecuencia son exageraciones que se hacen para destacar una enseñanza. Y, sin embargo, también es cierto que las parábolas de Jesús están pensadas para ser tomadas en serio. Nuestro Señor habló en parábolas para ayudarnos a comprender que su camino es difícil y está lleno de desafíos. Los dones que cada uno recibió en el bautismo están destinados a ser administrados con responsabilidad y compartidos generosamente con los demás. Eso es lo que significa la corresponsabilidad cristiana: dar gracias a Dios por todos sus dones, cuidarlos, compartirlos y devolvérselos a Dios con creces.
El gran fracaso del sirviente desobediente fue que no comprendía lo que se esperaba de él como administrador de la propiedad del señor. En lugar de recibir esa única moneda—el talento—con gratitud e invertirlo sabiamente, lo descuidó. Abusó de su responsabilidad como servidor de confianza y desaprovechó la única oportunidad que se le brindó de devolvérsela aunque fuera con un modesto interés.
A los dos administradores responsables se les invita a compartir la alegría del señor. El que no tiene fe se siente desgraciado (“llorando y rechinando los dientes”).
Mediante esta parábola, Jesús les dice a sus discípulos (y a todos nosotros) que administrar de manera responsable es fuente de gran alegría. Si tomamos los dones y talentos que se nos han dado, los cuidamos con responsabilidad y los compartimos generosamente con los demás, los multiplicaremos más allá de toda expectativa. De este modo, devolveremos con creces los dones que recibimos, y participaremos de la alegría de Dios.
Dios nunca es mezquino ni vengativo. Su amor y su misericordia están siempre a nuestra disposición si nos arrepentimos y buscamos Su perdón. Pero si descuidamos los dones que Dios nos ha dado y no somos administradores agradecidos, generosos o responsables, nuestras propias acciones (u omisiones) provocarán nuestra infelicidad. Esta parábola nos dice que la buena administración conduce a la alegría y la irresponsabilidad solo puede traer miseria.
Si somos fieles en lo pequeño, se nos darán responsabilidades aún mayores. Oremos por la gracia de reconocer las bendiciones de Dios y pidámosle a nuestro Dios amoroso que nos ayude a ser buenos administradores de todos sus abundantes dones. †