Cristo, la piedra angular
María nos guiará a su Hijo si, al igual que ella, decimos ‘sí’
La santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. (Papa Pío IX, “Ineffablis Deus”)
Hoy es la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, advocación bajo la cual María es la patrona de Estados Unidos, por lo que hoy es un día muy especial tanto para nuestro país como para nuestra Iglesia.
Las enseñanzas de la Iglesia sobre la Inmaculada Concepción constituyen un ejemplo de cómo se desarrolla con el tiempo nuestra comprensión de la doctrina católica, como resultado de la reflexión orante, la erudición y, a veces, verdaderos desacuerdos.
Especialmente durante la época medieval, los teólogos—entre ellos santo Tomás de Aquino—debatieron la cuestión de cómo María fue liberada de la mácula del pecado. Sobre el hecho de que estuviera libre de pecado no hubo discrepancia, pero sí con respecto a cómo y cuándo se le concedió este privilegio. El Papa Pío IX zanjó la cuestión en 1854 con su bula papal titulada “Ineffablis Deus.”
Esta declaración infalible afirmaba lo que se había ido comprendiendo gradualmente a lo largo de la historia cristiana, a saber, que la madre de Jesús estaba libre de los efectos del pecado original desde el momento de su concepción.
El Papa Pío IX nos enseñó categóricamente que esta “singular gracia y privilegio de Dios omnipotente” fue posible gracias a los méritos de su divino Hijo, lo cual no significa que María no necesitara la gracia redentora de Cristo. Por el contrario, la doctrina de la Inmaculada Concepción afirma que el sufrimiento y la muerte de Cristo, y su posterior resurrección, fueron absolutamente necesarios para eximir a su madre de “toda mancha de pecado original.”
Como católicos, creemos que María es aquello en lo que todo seguidor bautizado de Jesucristo está llamado a convertirse. Está “llena de gracia,” es santa y está totalmente abierta a la voluntad de Dios. María escucha con el corazón, y responde con decisión, valentía y generosidad, al tiempo que nos acompaña a cada uno de nosotros, sus hijos, mientras emprendemos el viaje de la vida en los momentos buenos y en los difíciles.
El hecho de haber sido concebida sin pecado no eximió a María de penurias, sufrimiento o dolor. Las Sagradas Escrituras dejan claro que María sufrió con su hijo en la misma medida en la que es compasiva y amorosa con todos nosotros. La gracia de su Inmaculada Concepción no hace a María menos humana, sino que le da el valor y la capacidad singular de soportar el dolor y el sufrimiento de sus hijos de una forma que nos inspira y nos da esperanza.
El Papa san Juan Pablo II observó que, al contemplar este misterio en una perspectiva mariana, podemos decir que: “María, al lado de su Hijo, es la imagen más perfecta de la libertad y de la liberación de la humanidad y del cosmos. La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo para comprender en su integridad el sentido de su misión” (“Redemptoris Mater,” #37).
El hecho de que María estuviera libre de pecado desde el principio de su existencia no la separa del resto de nosotros, que somos pecadores. Eso nos da esperanza. Si nos dirigimos a ella y pedimos su ayuda, si seguimos su ejemplo diciendo “sí” a la voluntad de Dios para nosotros, y si caminamos con María, siguiendo las huellas de Jesús, conoceremos la libertad y la alegría que Dios nos ha prometido.
El Papa Francisco dice que “la belleza incólume de nuestra madre es incomparable y tiene un magnetismo irresistible.” La pureza de María, su fidelidad a la voluntad de Dios y su implacable determinación de acompañar a Jesús en el Vía Crucis actúan como poderosos imanes que nos atraen hacia ella y, al acercarnos a María, nos encontramos con su hijo, Jesús. Por su gracia redentora, también resultamos liberados del egoísmo y del pecado.
La Solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María, es un día santo de precepto. La Iglesia no impone esta obligación a la ligera. Pretende llamar nuestra atención sobre las múltiples formas en las que participar en el misterio de nuestra redención nos enriquece espiritualmente y nos libera. En lugar de que hoy sea un día como cualquier otro, se nos invita—se nos desafía—a reservar una hora de nuestro día para dar gracias a Dios por el don de nuestra Santísima Madre.
En este tiempo de renacimiento eucarístico, reconozcamos al Verbo Encarnado cuya presencia real adoramos en la Sagrada Eucaristía. Pidamos a María que nos inspire en nuestra devoción eucarística. Como exhorta el Papa Francisco: “Encomendémonos a ella y digamos ‘no’ al pecado y ‘sí’ a la gracia de una vez por todas.” †