Cristo, la piedra angular
La venida de Cristo está cerca, Dios está con nosotros, compartamos la alegría
Hermanos y hermanas: Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús. No apaguen el Espíritu (1 Tes 5:16-19).
El tercer domingo de Adviento, que celebramos este fin de semana, se conoce como el domingo de Gaudete.
Este día especial toma su nombre del verso latino Gaudete in Domino semper (“alégrense siempre en el Señor”), que indica la noción cada vez más palpable de que el Señor está cerca. Con gran expectación, la Iglesia nos invita a todos a adorar y dar gracias a Dios con alegría.
El Adviento es también una época de penitencia, un tiempo de oración y abnegación en preparación para la venida de nuestro Señor. Pero este tiempo de espera no debe ser oscuro ni sombrío. De hecho, sabemos que Cristo ya ha venido y que está con nosotros ahora, incluso mientras esperamos su regreso. El Domingo de Gaudete sucede a mitad de un tiempo que es de añoranza, y proclama la alegre noticia de la proximidad del Señor.
La primera lectura del tercer domingo de Adviento (Is 61:1-2a, 10-11) es un sentido cántico de júbilo. Aquí el profeta Isaías reconoce su papel al declarar “El espíritu de Dios el Señor está sobre mí” (Is 61:1) y dice que ha sido llamado “a proclamar buenas noticias a los afligidos, a vendar a los quebrantados de corazón, a anunciar libertad a los cautivos, y liberación a los prisioneros; a proclamar el año de la buena voluntad del Señor, y el día de la venganza de nuestro Dios” (Is 61:1-2).
Isaías continúa:
Yo me regocijaré grandemente en el Señor; mi alma se alegrará en mi Dios. Porque él me revistió de salvación; me rodeó con un manto de justicia; ¡me atavió como a un novio!, ¡me adornó con joyas, como a una novia! Así como la tierra produce sus renuevos, y así como el huerto hace que brote su semilla, así Dios el Señor hará brotar la justicia y la alabanza a los ojos de todas las naciones. (Is 61:10-11)
El Papa Francisco llamaría al que proclama estas palabras un “evangelizador lleno del Espíritu,” y señala que cada uno de nosotros, que somos cristianos bautizados, tenemos esta misma vocación. Estamos llamados a ser evangelistas alegres que llevan a todos la buena nueva de nuestra salvación en Cristo.
El salmo responsorial del domingo de Gaudete es también una proclamación de alegría. En la respuesta, “Mi alma se alegra en mi Señor,” procede de Isaías (Is 61:10), pero los versos son del canto de María, el Magnificat, del Evangelio de san Lucas (Lc 1:46-56). Aquí, el corazón de nuestra Santísima Madre rebosa de alegría: “Mi alma glorifica al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc 1:46-47).
La segunda lectura (1 Tes 5:16-24) nos insta a alegrarnos, al tiempo que nos ruega que preparemos la venida del Señor con oraciones, súplicas y acciones de gracias. “Estén siempre gozosos—nos dice San Pablo” (1 Tes 5:16)—. “Oren sin cesar. Den gracias a Dios en todo, porque ésta es su voluntad para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tes 5:16-18). Es el Espíritu Santo quien llena nuestros corazones de alegría evangélica y nos impulsa a compartir generosamente con los demás mientras esperamos la Bendita Esperanza que es Cristo el Señor.
Por último, el Evangelio del Domingo de Gaudete (Jn 1:6-8, 19-28) nos presenta la figura de san Juan Bautista, quien encarna la profecía de Isaías. Es un poderoso ejemplo de lo que todos estamos llamados a ser como evangelizadores llenos del Espíritu. Proclama Juan: “Yo soy la voz que clama en el desierto: ‘Enderecen el camino del Señor,’ como dijo el profeta Isaías” (Jn 1:23). Nos advierte de que Aquel a quien esperamos (el Cordero de Dios) está realmente aquí entre nosotros aunque no lo reconozcamos.
De manera especial, en el Domingo de Gaudete acogemos la paradoja de que Dios está con nosotros incluso mientras esperamos con esperanza la vuelta de Cristo. Durante este tiempo del Renacimiento Eucarístico Nacional, se nos invita a regocijarnos ante la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el santísimo sacramento de su cuerpo y sangre, alma y divinidad. Proclamamos la presencia de Dios en nuestras vidas incluso mientras esperamos con gozosa esperanza su venida de nuevo en Navidad y al final de los tiempos.
La alegría y el gozo son siempre la respuesta adecuada al generoso regalo que Dios Padre nos hace de su amado Hijo. “No apaguen el Espíritu,” nos advierte san Pablo (1 Tes 5:19). Por muy mal que parezcan las cosas, estamos llamados a conectar con la alegría que siempre subyace en nuestra experiencia como discípulos misioneros de Jesucristo.
Mientras completamos nuestros preparativos para el Adviento y esperamos con impaciencia la nueva venida de nuestro Señor, recemos para que el Espíritu Santo llene nuestros corazones de alegre expectación. †