Cristo, la piedra angular
La elección de María de acoger a Cristo en su vida es igual para nosotros
“Vas a quedar encinta, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Éste será un gran hombre, y lo llamarán Hijo del Altísimo. Dios, el Señor, le dará el trono de David, su padre, y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin” (Lc 1:31-33).
La promesa de Dios al pueblo elegido de Israel era bien conocida y esperada con impaciencia. Lo que no se sabía era cómo ni cuándo se produciría esta intervención divina.
Cuando el Arcángel Gabriel se le apareció a María, una joven sencilla, le comunicó una noticia asombrosa. Hemos oído esta historia tantas veces que se nos ha hecho familiar, pero para María debió de ser increíblemente extraña.
Según el mensajero de Dios, María, una virgen, concebiría y daría a luz un hijo y le pondría por nombre Yeshua (Dios salva). Su Hijo, descendiente del rey David, sería llamado Hijo del Altísimo y reinaría para siempre. ¡Asombroso! ¡Impensable! Imposible de creer sin una fe extraordinaria en la providencia de Dios. Gracias a Dios, María fue bendecida con una fe profunda y duradera. Creyó en el misterio que el ángel le reveló y aceptó humildemente asumir el papel para el cual había sido elegida y convertirse en la Madre de nuestro Salvador.
En el cuarto domingo de Adviento, la Iglesia nos presenta este misterio de nuestra salvación, y la aceptación por parte de María de su papel en él. Cada año, mientras nos preparamos nuevamente para la venida del Señor en Navidad, recibimos la asombrosa verdad de la Encarnación.
El Adviento nos invita a mirar más allá del momento presente, hacia el día en que Cristo volverá al final de los tiempos, de forma igualmente inesperada y asombrosa. Se nos desafía a estar preparados para la venida del Señor (como lo estuvo María) mediante nuestra oración, nuestra reflexión sobre la Palabra de Dios y nuestro servicio desinteresado a los demás.
La primera lectura del cuarto domingo (2 Sm 7:1-5, 8-12, 14, 16) de Adviento recuerda la promesa que le hizo el Señor a David:
Cuando te llegue el momento de ir a descansar con tus padres, yo elegiré a uno de tus propios hijos y afirmaré su reinado. [...] Yo seré un padre para él, y él me será un hijo. [...] Tus descendientes vivirán seguros, y afirmaré tu trono, el cual permanecerá para siempre (2 Sm 7:12, 14, 16).
El hecho de que Dios había prometido que un descendiente de David reinaría para siempre era bien conocido por el pueblo de Israel. Lo que no se sabía era qué tipo de gobernante sería este rey tan esperado. Esto, combinado con la incertidumbre sobre cuándo, dónde y cómo vendría el Ungido (el Mesías) constituyó el misterio que el ángel reveló a María.
Según dice san Pablo en la segunda lectura del próximo domingo (Rom 16:25-27), “la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos,” (Rom 16:25) nos ha llegado a través de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. En él vemos el cumplimiento de la promesa de Dios. Después de lo sucedido, creemos en lo que María creyó únicamente sobre la base de la Palabra que le transmitió el mensajero de Dios. Y porque creía que la Palabra de Dios se estaba cumpliendo en ella, María pudo decir “sí” y cantar inmediatamente la alabanza a Dios en el Magnificat (Lc 1:46-55).
¿Qué nos enseña esta reflexión sobre el papel de María acerca de la preparación de la nueva venida de nuestro Señor en Navidad? He aquí algunas ideas: En primer lugar, se nos invita a imitar a María en todo lo que hacemos. Su oración, su amor por la Palabra de Dios y su compromiso de servir a los demás son poderosos ejemplos de lo que significa esperar con impaciencia la venida del Señor.
En segundo lugar, la pronta aceptación de María de la voluntad de Dios para ella, a pesar del temor o la incertidumbre que naturalmente sentía, nos muestra que no debemos dejarnos paralizar por nuestras emociones. Si podemos entregarlo todo a la gracia de Dios, podemos decir «sí», al igual que lo hizo María, confiando en el poder del Espíritu Santo para mantenernos a salvo y en el buen camino.
Por último, es importante recordar que María está aquí para nosotros, y que camina a nuestro lado, mientras seguimos las huellas de su Hijo. El amor de Dios por nosotros es maravilloso; su deseo de salvarnos de las consecuencias del egoísmo y del pecado nunca merma, independientemente de lo que digamos o hagamos. Con su presencia, María nos recuerda que Dios está cerca, ahora y siempre.
Mientras seguimos preparándonos para el regreso del Señor, ¡pidamos a María que nos ayude a prepararnos para el maravilloso regalo de su Hijo! ¡Que tengan una bendecida Navidad! †